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¿Por qué había interesado esto a Mischkey?

– ¿Puede venir un momento? -le pedí a la señora Buchendorff, que estaba sentada en un sofá de la otra habitación y miraba por la ventana. Le mostré el artículo y le pregunté si lo asociaba con algo.

– Sí, en los últimos tiempos Peter me había estado pidiendo información sobre esto y lo otro, siempre temas relacionados con la RCW. Antes nunca me había preguntado. Sobre el asunto de los científicos judíos, le tuve que copiar también el artículo de nuestro volumen de conmemoración.

– ¿Y no dijo a qué venía su interés?

– No, tampoco le apremié para que lo dijera, porque al final era muy difícil que pudiéramos hablar.

Encontré la copia del artículo del volumen de conmemoración en la carpeta «Reference Chart Webs». Estaba con las hojas de impresora. La R, la C y la W me habían llamado la atención cuando eché una resignada mirada de despedida a los estantes. La carpeta estaba llena de artículos, de prensa y otros, algo de correspondencia, algunos folletos de ordenadores y hojas de impresora. Hasta donde yo podía ver, todo el material tenía que ver con la RCW

– Puedo llevarme la carpeta, ¿verdad?

La señora Buchendorff asintió. Abandonamos la vivienda.

De vuelta a casa por la autopista pusimos la capota. Yo tenía el archivador sobre las rodillas y me sentía por ello como un colegial.

– Usted fue fiscal, señor Selb -me dijo de pronto la señora Buchendorff-. ¿Por qué lo dejó en realidad?

Saqué un cigarrillo del paquete y lo encendí. Cuando la pausa era demasiado larga dije:

– Enseguida contesto a su pregunta, necesito todavía un momento.

Adelantamos a un camión de toldo amarillo y con el letrero rojo «Wohlfarth», «prosperidad». Un gran nombre para una empresa de transportes. Junto a nosotros pasó zumbando una motocicleta.

– Cuando acabó la guerra ya no me querían. Yo había sido un nacionalsocialista convencido, miembro activo del Partido y un fiscal duro que también solicitó y obtuvo penas de muerte. Aquellos procesos eran espectaculares. Yo creía en aquello y me veía como un soldado en el frente de la justicia; en los otros frentes no me podían emplear después de las heridas sufridas al comienzo mismo de la guerra. -Lo peor de todo ya había pasado. ¿Por qué no le había contado a la señora Buchendorff la versión edulcorada sin más?-. Después de 1945 trabajé en primer lugar en la granja de mis suegros, luego en el comercio de carbón, y más tarde, lentamente, puse en marcha lo de detective privado. Para mí carecía ya de perspectivas el trabajo como fiscal. Yo me veía sólo como el fiscal nacionalsocialista que había sido y que de ningún modo podría volver a ser. Perdí la fe. Probablemente no pueda usted imaginarse hasta qué punto podía creerse en el nacionalsocialismo. Pero usted ha crecido con el saber que hemos adquirido desde 1945, al principio poco a poco. Mal le salió la cosa a mi mujer, que era y siguió siendo una hermosa nazi rubia hasta que se convirtió en una alemana del milagro económico metidita en carnes. -Sobre mi mujer no quería hablar más-. Hacia la época de la reforma monetaria se empezó a emplear de nuevo a colegas con un pasado comprometido. Es probable que entonces yo hubiera podido volver a la justicia. Pero veía el efecto que producían en mis colegas los esfuerzos de esta reincorporación y la reincorporación misma. En lugar de sentimiento de culpa únicamente tenían la sensación de que con el despido se cometió una injusticia con ellos y de que la reincorporación era una especie de desagravio. Esto me daba asco.

– Eso suena más a estética que a moral.

– Cada vez veo menos la diferencia.

– ¿No puede imaginar algo hermoso que sea inmoral?

– Entiendo lo que dice, la Riefenstahl, «Triunfo de la voluntad» y cosas así. Pero desde que soy mayor simplemente ya no encuentro hermosa la coreografía de la masa, ni la arquitectura imponente de Speer y sus epígonos ni el hongo atómico, brillante como mil soles.

Estábamos ante el portal de mi casa, e iban a dar las siete. Me hubiera gustado invitar a la señora Buchendorff al Kleiner Rosengarten. Pero no me atrevía.

– Señora Buchendorff, ¿quiere venir a cenar conmigo al Kleiner Rosengarten?

– Es muy amable, muchas gracias, pero no me apetece.

7. UNA MALA MADRE

Muy en contra de mi costumbre, llevé conmigo la carpeta cuando fui a comer.

– Trabaja y comé no bueno. Echa perdé estómago. -Giovanni hizo como si fuera a quitarme la carpeta. Yo la agarré con fuerza-. Nosotros siempre trabajá, nosotros alemanes. No dolche vita.

Pedí calamares con arroz. Renuncié a los spaghetti porque no quería dejar manchas de salsa en la carpeta de Mischkey. En lugar de ello salpiqué con el Barbera la carta que éste había dirigido al Mannheimer Morgen para poner un anuncio.

Licenciado en Historia por la Universidad de Hamburgo busca para estudio social y económico de carácter científico testimonios verbales de trabajadores y empleados de la RCW de antes de 1948. Discreción y reembolso de gastos. Interesados diríjanse a la referencia 379628.

Encontré once respuestas de personas que se habían mostrado interesadas, en parte con manuscritos garabateados, en parte con textos dificultosamente tecleados, y que respondían al anuncio con poco más que el nombre, la dirección y el número de teléfono. Una carta venía de San Francisco.

En la carpeta no había nada que indicara si había resultado algo de los contactos. En realidad, no contenía notas de Mischkey, ni indicios de los motivos que le habían impulsado a hacer la encuesta ni de lo que proyectaba conseguir. Encontré la aportación al volumen de conmemoración que había copiado la señora Buchendorff, y también un pequeño folleto de un Grupo de Base Sector Químico, «100 años de RCW: 100 años ya bastan», con artículos sobre accidentes de trabajo, represión de huelgas, beneficios de guerra, conexiones entre capital y política, trabajos forzados, persecución de sindicatos y donaciones a partidos. Incluso encontré también un artículo sobre la RCW y las Iglesias, con una fotografía de Müller, obispo en los tiempos del Reich, ante un matraz Erlenmeyer. Me acordé de que había conocido a una señorita Erlenmeyer en mi época de universitario en Berlín. Era muy rica, y en opinión de Korten procedía de la familia del padre del citado matraz. Yo le creí, el parecido era innegable. ¿Y qué habría sido de Müller, obispo del Reich?

Los artículos de periódico de la carpeta se remontaban hasta 1947. Todos eran sobre a la RCW; por lo demás, parecían haber sido coleccionados sin un criterio. Las fotografías, borrosas a veces en las copias, mostraban primero a Korten como director sin más, luego de director general, mostraban a sus predecesores, al director general Weismüller, que se jubiló poco después de 1945, y al director general Tyberg, a quien había sucedido Korten en 1967. De las festividades del centenario el fotógrafo había captado a Korten recibiendo la felicitación de Kohl, al lado del cual parecía pequeño, delicado y distinguido. En los artículos se hablaba de balances, trayectorias profesionales y productos y, de nuevo, de accidentes y averías.

Giovanni retiró el plato y me puso delante un sambuca sin decir palabra. Pedí además un café. En la mesa contigua había una mujer de unos cuarenta años que leía la revista Brigitte. Por la portada reconocí que se trataba de la cuestión «Esterilizados: ¿y ahora qué?» Me armé de valor y me dirigí a ella.

– Eso mismo, ¿y ahora qué?

– ¿Cómo dice? -Me miró irritada y pidió un amaretto. Le pregunté si iba por allí a menudo.

– Sí -dijo-, después del trabajo vengo siempre a comer aquí.

– ¿Está usted esterilizada?

– Pues sí, me esterilizaron. Y luego tuve un hijo, una dulzura de chiquillo. -Dejó a un lado Brigitte.

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