– Muy bien, ¿y? -Cruzó los brazos sobre el pecho con calma.
– La probabilidad de que otro Escort rojo de Heidelberg tenga una matrícula que corresponda a la descripción es quizá… Bah, haga usted mismo el cálculo. Los daños del Escort rojo parecen haber sido escasos y fáciles de reparar. Dígame, señor Gremlich, ¿le robaron el coche hace tres semanas, o lo prestó?
– No, naturalmente que no, qué tonterías dice.
– También me habría sorprendido a mí. Seguro que sabe usted que en un caso de asesinato siempre hay que preguntarse a quién le beneficia. ¿Qué piensa usted, señor Gremlich, a quién le beneficia la muerte de Mischkey?
Resopló con desprecio.
– Entonces, déjeme que le cuente una pequeña historia. No, no, no se impaciente, es una pequeña e interesante historia. ¿Sigue sin querer sentarse? Bueno, pues había una vez una gran empresa química y un centro de cálculo regional que no quería perder de vista a la empresa química. La empresa química tenía interés en que no se la controlara con demasiada exactitud. En el centro regional de cálculo decidían dos personas sobre el control de la empresa química. Para la empresa química se trataba de mucho, mucho dinero. ¡Ah, si por lo menos pudiera comprar a uno de los controladores, qué no daría por ello! Pero sólo compraría a uno, porque sólo necesitaba a uno. Sondea a ambos. Poco después uno de ellos muere, y el otro restituye su crédito. ¿Quiere saber la cuantía del crédito?
Entonces se sentó. Para enmendar su error se las dio de indignado.
– Es terrible lo que nos imputa usted no sólo a mí, sino a una de nuestras empresas químicas de más tradición y más fama. Lo mejor será que yo les transmita eso; ellos pueden defenderse mejor que yo, un pequeño empleado con BAT [12].
– Comprendo que quiera salir corriendo hacia la RCW Pero de momento la historia se juega exclusivamente entre usted, la policía y yo y mi testigo. Así que a la policía le interesará saber dónde estaba usted y, como la mayoría de la gente, tampoco usted podrá presentar post festum una coartada sólida.
Si aquel día hubiera visitado a los suegros junto a su mujer y sus sin duda asquerosos hijos, Gremlich me lo habría soltado en aquel momento. En lugar de ello dijo:
– No puede haber ningún testigo, porque no estuve allí.
Le tenía donde quería tenerle. No me sentí más limpio que la víspera con Fred, pero sí igual de bien.
– Correcto, señor Gremlich, no hay ningún testigo que le haya visto allí. Pero tengo a alguien que dirá que le ha visto allí. Y qué piensa usted que va a pasar: la policía tiene un muerto, unos hechos, un autor, un testigo y un motivo. En la vista de la causa el testigo podrá derrumbarse, pero para entonces usted ya estará destruido. Yo no sé las corruptelas que hay hoy día, pero a eso hay que agregar la prisión preventiva por asesinato, la suspensión de empleo, la vergüenza para mujer e hijos, el rechazo social.
Gremlich se había puesto pálido.
– Pero ¿qué es esto? ¿Por qué hace usted esto conmigo? ¿Qué le he hecho yo?
– No me gusta la forma como se ha dejado comprar. No le puedo soportar. Además quisiera saber algo de usted. Y si no quiere que le arruine será mejor que juegue mi juego.
– ¿Qué quiere de mí?
– ¿Cuándo contactaron con usted los de la RCW por primera vez? ¿Quién le ha reclutado y quién es, por así decir, el oficial que le da las órdenes? ¿Cuánto le han dado los de la RCW?
Lo contó todo: el primer contacto que realizó Thomas con él tras la muerte de Mischkey, las negociaciones sobre servicios y pagos, los programas que en parte tenía pensados y en parte ya había realizado. Y contó lo de la maleta con los billetes nuevos.
– Mi estupidez fue ir directamente al banco en lugar de pagar lentamente el crédito, sin levantar sospechas.
Sacó un pañuelo para secarse el sudor, y le pregunté qué sabía sobre la muerte de Mischkey.
– Hasta donde sé, querían presionarle, después de haber probado su culpabilidad. Querían tener gratis la cooperación por la que ahora me pagan a mí, y a cambio silenciar la cuestión de las intrusiones de Mischkey en el sistema. Cuando éste murió se mostraron más bien contrariados, porque entonces tendrían que pagar. Precisamente a mí.
Hubiera podido seguir contando hasta la eternidad, probablemente también le hubiera gustado justificarse. Yo había oído suficiente.
– Gracias, por ahora es suficiente, señor Gremlich. En su lugar yo sería discreto con nuestra conversación. Si la RCW empieza a sospechar que yo sé algo, usted le resultará inútil a la empresa. En el caso de que se le ocurra algo más sobre el accidente de Mischkey, llámeme. -Le di mi tarjeta.
– Sí, pero… entonces a usted le da igual lo que está pasando con el control de emisiones. ¿O va usted a ir a la policía a pesar de todo?
Pensé en el hedor que con tanta frecuencia me obligaba a cerrar las ventanas. Y en todo lo que no se olía. A pesar de ello, ahora eso me era indiferente. Volví a coger las hojas de impresora de Mischkey, que estaban sobre la mesa de Gremlich. Cuando me volví para irme Gremlich me ofreció la mano. No se la di.
19. ENERGÍA Y TENACIDAD
A primera hora de la tarde estaba citado con el coreógrafo. Pero no tenía ganas y la anulé. Una vez en casa, me tumbé en la cama y no desperté hasta las cinco. Casi nunca duermo la siesta. A causa de mi tensión baja me resulta difícil ponerme en forma después. Me di una ducha caliente y me preparé un café bien cargado.
Cuando llamé a Philipp a su departamento, la enfermera dijo:
– El señor doctor se ha ido ya a su barco nuevo.
Fui en coche por Neckarstadt hasta Luzenberg y aparqué en la Gewirgstrasse. En el puerto pasé por delante de muchas embarcaciones hasta que encontré la de Philipp. La reconocí por el nombre. Se llamaba Fauno 69.
No entiendo nada de navegación. Philipp me explicó que con el barco podía viajar hasta Londres o rodear Francia hasta Roma sólo con no alejarse mucho de la costa. El agua alcanzaba para diez duchas, el frigorífico para cuarenta botellas y la cama para un Philipp y dos mujeres. Después de haberme enseñado todo, conectó el equipo estereofónico, puso a Hans Albers y descorchó una botella de Burdeos.
– ¿Vas a hacer un viaje de prueba conmigo?
– Tranquilo, Gerd. Primero vamos a vaciar la botellita, y luego levamos anclas. Tengo radar y puedo navegar en cualquier momento del día o de la noche.
La botellita se convirtió en dos. En primer lugar Philipp me habló de sus mujeres.
– Y a ti, Gerd, ¿cómo te va en el amor?
– Bah, qué voy a contarte.
– ¿Nada con policías de tráfico guapas o con secretarias elegantes, o con quién si no tienes tú relaciones?
– Con un caso he conocido hace poco a una mujer que ya me gustaría. Pero está difícil, porque su novio murió.
– ¿Y dónde radica la dificultad, si me lo puedes explicar?
– Bueno, yo no puedo acercarme a una viuda que está de duelo, y menos aún si tengo que averiguar si su novio fue asesinado.
– ¿Por qué no puedes? ¿Es ése tu código de honor de fiscal, o es que simplemente tienes miedo de que te dé calabazas? -Se estaba burlando de mí.
– No, no, no se trata de eso. Además, hay otra, Brigitte. También me gusta mucho. No tengo ni idea de qué voy a hacer con dos mujeres.
Philipp estalló en una sonora carcajada.
– Desde luego, eres un auténtico ligón. ¿Y qué te impide una relación más íntima con Brigitte?
– Ya he…, bueno, también con ella ya he…
– ¿Y ahora va a tener un hijo tuyo?
Philipp apenas podía aguantarse la risa. Entonces notó que yo no tenla ningunas ganas de reír, y se interesó en serio por mi situación. Se la conté.
– Eso no es motivo para ponerse tan triste. Sólo tienes que saber lo que quieres. Si buscas una para casarte, entonces quédate con Brigitte. No están mal las mujeres a los cuarenta, ya lo han visto todo, vivido todo, son sensuales como un súcubo si uno sabe despertarlas. Y encima masajista, a ti con tu reuma… Con la otra la cosa suena a estrés. ¿Te va eso?, ¿el amour fou, júbilo hasta el cielo y aflicción a muerte?