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– No, ¿tengo aspecto de eso?

Salí del Darmstädter Hof y vi ante mí la plaza Bismarck. Me hubiera gustado visitar al viejo señor en su pedestal. Pero el tráfico no me dejó. En el estanco de la esquina compré un paquete de Sweet Afton, y poco después ya era la hora.

16. COMO LA CARRERA DE ARMAMENTOS

En McDonald's estaban en plena actividad. Mischkey se abrió y me abrió paso, se le vela un experto en eso. Por recomendación suya tomé para la poca hambre que tenía un fishmac con mayonesa, una ración pequeña de patatas fritas con ketchup y un café.

Mischkey, alto y esbelto, pidió un bocadillo de cuarto de kilo con queso, una ración grande de patatas fritas, tres dosis individuales de ketchup, una hamburguesa pequeña más «para cuando vuelva luego el hambre», un apple pie y además dos batidos y un café.

Por la bandeja entera pagué veinticinco marcos escasos.

– No es caro, ¿verdad? Para ser una comida para dos. Gracias por la invitación.

Al principio no encontramos dos sitios libres en una mesa. Quise coger una silla de otra mesa, pero estaba atornillada en el suelo. Yo estaba perplejo, ni como fiscal ni como detective privado me había topado con el delito del robo de sillas en restaurantes. Al final nos instalamos en una mesa con dos estudiantes de secundaria, que miraban de soslayo y con envidia el menú de Mischkey.

– Señor Mischkey, la obtención directa de datos de emisiones ha llevado al primer gran conflicto legal asociado con la informática desde el del censo de población, también el primero que vuelve al Tribunal Constitucional Federal. El espectro informático quiere de mí un informe jurídico, y el periodismo jurídico es también mi terreno. Pero advierto que técnicamente tengo que adivinar más cosas, y me gustaría que usted me proporcionara algunas informaciones a ese respecto.

– Mm. -Satisfecho, comía a dos carrillos su bocadillo de cuarto de kilo.

– ¿Qué sistema de interconexión de datos utilizan ustedes con las industrias cuyas emisiones supervisan?

Mischkey tragó.

– Sobre eso podría decirle mil cosas, sobre la tecnología de transmisión de bits, bytes y baudios, del hardware, del software y patatín, patatán. ¿Qué quiere saber?

– Quizá como jurista no pueda yo plantear las cuestiones con suficiente precisión. Me gustaría saber, por ejemplo, cómo se dispara una alarma de polución.

En ese momento Mischkey cogió la hamburguesa para el hambre de después y distribuyó generosamente ketchup encima.

– En realidad, eso es una banalidad. En los puntos de salida de los elementos nocivos relevantes en la fábrica hay sensores que, a través de conductos fijos, nos comunican durante las veinticuatro horas del día los valores de esos elementos. Nosotros levantamos protocolo de esos valores, y al mismo tiempo son incorporados a nuestro meteorograma. El meteorograma es el resultado de los datos sobre el tiempo que nos proporciona el Servicio Meteorológico. Si los valores son demasiado altos o las condiciones atmosféricas no pueden absorberlos, en nuestro RRZ se produce una señal de alarma y entonces se pone en marcha la maquinaria que alerta sobre la polución, que tan excelentemente ha funcionado la semana pasada.

– Me han dicho que las fábricas reciben los mismos datos sobre emisiones que ustedes. ¿Cómo funciona eso técnicamente? ¿Son dependientes también de esos sensores, como dos lámparas de una clavija doble?

Mischkey rió

– Sí, en cierto modo. Técnicamente la cosa es un poco distinta. Puesto que en las fábricas no hay un sensor, sino múltiples, los distintos conductos se juntan ya en la misma fábrica. Desde ese depósito central, por decirlo así, nos llegan a nosotros los datos a través de la línea asignada. Y cada una de las empresas recibe, como nosotros, los datos del depósito central.

– ¿Es muy seguro eso? Se me ha ocurrido que la industria podría tener interés en falsear los datos.

Esto atrajo la atención de Mischkey, y dejó el apple pie en el plato sin morderlo.

– Para no ser técnico hace usted preguntas realmente astutas. También a mí me gustaría decir algo sobre eso. Pero creo que después de este apple pie -miró con ternura el achacoso producto de pastelería, que despedía un aroma sintético a canela- no debemos quedarnos aquí, es mejor que acabemos la comida en el café de la Akademiestrasse.

Yo eché mano de un cigarrillo y no encontré el encendedor. Mischkey, que no fumaba, tampoco me pudo ayudar.

Para ir al café pasamos por los almacenes Horten; Mischkey se compró el último Penthouse. Entre la muchedumbre nos perdimos de vista unos instantes, pero a la salida nos encontramos de nuevo.

En el café Mischkey pidió tarta de cerezas al estilo de la Selva Negra, un pastel de frutas variadas y una palmera con su jícara de café. Con nata. Evidentemente un mal metabolizador de alimentos. Los delgados que pueden meterse tantas cosas me dan envidia.

– ¿Qué tal ahora una astuta respuesta a mi astuta pregunta? -retomé el hilo.

– Teóricamente, hay dos flancos abiertos. Por un lado los sensores se pueden manipular, pero están tan bien sellados que eso se advertiría. El otro punto de intrusión es el depósito central con la conexión del conducto de la empresa. Ahí los políticos han alcanzado un compromiso que yo encuentro completamente sospechoso. Porque, al fin y al cabo, no se puede excluir que desde esa conexión se falseen las emisiones o, peor todavía, se manipulen las estructuras de los programas del sistema de alarma de polución. Por supuesto que hemos incorporado dispositivos de seguridad que mejoramos constantemente, pero se hará una idea de ello si piensa en la carrera de armamentos. Cada sistema de defensa puede ser sorprendido por uno de ataque y al revés. Una espiral infinita e infinitamente cara.

Tenía el cigarrillo en los labios y me palpaba todos los bolsillos en busca de mi encendedor. Naturalmente, de nuevo en vano. Entonces Mischkey sacó del bolsillo superior derecho de su chaqueta de napa fina dos encendedores desechables protegidos con cartulina y plástico, uno rosa y el otro negro. Mischkey quitó la protección.

– ¿Le parece que sea el rosa, señor Selk? Una atención de la casa Horten. -Me guiñó un ojo, deslizó el rosa sobre la mesa y me dio fuego con el negro.

«Antiguo fiscal encubre el hurto de encendedores.» Vi ante mí el titular y estuve jugando un poco con el encendedor antes de guardarlo y dar las gracias a Mischkey.

– ¿Y cómo son las cosas al revés? ¿Se podría penetrar en el ordenador de una empresa desde el RRZ?

– Si el conducto de la empresa lleva al ordenador y no a una estación de datos aislada, entonces… Pero, pensándolo bien, debería saberlo usted mismo, después de todo lo que le he dicho.

– Así que realmente están ustedes frente a frente como las dos superpotencias, con sus armas de ataque y de defensa.

Mischkey se estiró el lóbulo de la oreja.

– Sea usted prudente con sus comparaciones, señor Selk. Los americanos, según su imagen, sólo pueden ser la industria capitalista. Luego a nosotros, funcionarios del Estado, nos queda el papel de rusos. Como miembro de la función pública -se incorporó en la silla, echó los hombros hacia atrás y puso cara de responsabilidad estatal- debo rechazar esa impertinente imputación con toda energía. -Se rió, se relajó y se comió su palmera-. Y otra cosa -dijo-. A veces me divierte la idea de que la industria, que ha obtenido luchando ese compromiso tan nocivo para nosotros, como compensación se ha castigado a sí misma en la medida en que naturalmente ahora a través de nuestra red cualquier competidor puede manipular el sistema del otro. No está nada mal: el RRZ como meollo del espionaje industrial. -Hizo girar el tenedor en el plato. Cuando se detuvo señalaba con su punta hacia mí.

Reprimí un suspiro. El divertido juego imaginativo de Mischkey aumentaba explosivamente el círculo de los sospechosos.

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