CAPITULO XXXIV
El comienzo activo y afortunado de la jornada la había sumido ahora en un más agudo sufrimiento, puesto que tenía la sensación de que sus manos estaban más vacías que nunca.
La ausencia del. secretario de Estado y del ministro boliviano parecía mantener en suspenso toda actividad, aun cuando ella hubiese podido ser útil en aquellas gestiones, lo que era imposible. No quedaba más que esperar, royéndose el corazón. Pasó el resto de la mañana paseando y mirando escaparates. Luego comió unos huevos pasados por agua en un restaurante A. B. C., y a continuación entró en un cine con la vaga idea de que, si podía ver un espectáculo aventurero y agradable, le parecería más normal lo que Jean y Alan estaban preparando, fuera lo que fuese. No tuvo suerte. En el film no aparecieron aeroplanos, ni extensiones abiertas, ni ningún detective, ni nadie que huyera de la justicia. Era el más sencillo documental de la vida de un señor francés, ya entrado en años, que se equivocaba continuamente de dormitorio, quedándose más de una hora en cada uno, sin que ninguna mujer perdiese su virtud. Dinny no pudo dejar de divertirse: aquel señor era muy gracioso y probablemente el más cabal embustero que ella jamás hubiese visto.
Después de ese poco de consuelo y calor, salió y se encaminó una vez más hacia Mount Street.
Allí supo que sus padres habían regresado a Condaford en el tren de la tarde, lo cual la hundió en la incertidumbre. ¿Debía regresar también ella y «ser una buena hija»? ¿Debía que darse «ante la brecha», por si se le presentaba algo que hacer?
Subió a su cuarto y comenzó a preparar su equipaje. Al abrir un cajón, le vino a las manos el Diario de Hubert, que la acompañaba por doquier. Volviendo sus páginas ociosamente, se detuvo en unos párrafos que no se le antojaban familiares, dado que no tenían nada que ver con sus privaciones.
«He aquí una frase de un libro que estoy leyendo: "Nosotros pertenecemos, desde luego, a una generación que ha visto el fondo de las cosas, que ha visto la futilidad de todo y que ha tenido el valor de aceptar esta realidad y de decirse: -No podemos hacer otra casa que divertirnos todo lo posible". Pues bien, estoy seguro de que ésta es mi generación, la que ha visto la guerra y sus consecuencias; y, desde luego, ésta es la actitud de una serie de Personas. Pesó, de todos modos, cuando uno piensa en ello, se da cuenta de que esta frase hubiera Podido atribuirse a cualquier generación. Porque, as qué se llega con esto? Admitamos haber comprendido la vanidad de la religión, del matrimonio y de los tratados, de la honradez comercial, de la libertad y de toda clase de ideales; haber visto que nada contienen de definitivo; haber comprendido que la única cosa absoluta es el placer y que uno cree gozarlo. Pues bien, después de haber admitido todo esto, deberá reconocer que se ha adelantado algo en la senda que al placer conduce ¡No! Se está mucho más alejado de ella. Si el credo de cada uno es, conscientemente y cruelmente, "divertirse a toda costa", cada cual se divertirá a expensas de los demás y el demonio se apoderará de los últimos, que es como decir de casi todos, y- especialmente de esos necios que han tenido ese credo por naturaleza, de manera que ellos, ciertamente, no Podrán disfrutar de tan deseado deleite. Todas esas cosas, Para ellos tan llenas de vanidad, no son más que los reglamentos de tráfico establecidos por los hombres a través de los siglos Para mantener a freno la humanidad, a fin de que todos puedan gozar de una buena probabilidad de vivir bien, en vez de dejar regocijarse de los bienes de la vida tan sólo a los Pocos hábiles, violentos y peligrosos. Todas nuestras instituciones: la religión, el matrimonio, los tratados, las leyes y similares, son unas formas de atención para con los demás, necesarias para asegurarnos la atención mutua. Sin ellas, no seríamos más que una sociedad de débiles bandidos que cometen sus fechorías en automóvil, y de prostitutas esclavas de unos Pocos superestafadores. Por lo tanto, no se (ruede dejar de creer en la necesidad de tener atenciones para con los demás, sin hacer el ridículo nosotros mismos y sin privarnos de nuestra posibilidad de gozar. Lo extraño es que, a pesar de las 'cosas que se dicen, todos reconocemos perfectamente esta justicia. La gente que charla, como el individuo de este libro, no obra según su credo cuando la circunstancia se presenta. En realidad, esta filosofía de "tener el valor de aceptar la inutilidad de las cosas y de apresar el Placer" es sencillamente un modo da pensar muy superficial. A pesar de todo, cuando lo leí por vez primera me pareció absolutamente plausible.»
Dinny dejó caer el Diario como si la hubiese pinchado y permaneció de pie con el rostro transfigurado. No eran las palabras leídas las que habían producido éste cambio, dado que apenas si comprendía lo que significaban. ¡No! Había tenido una inspiración y no lograba comprender por qué no se le había ocurrido antes. Corrió al teléfono y marcó el número de Fleur. – ¿Diga?
– Fleur, necesito a Michael. ¿Está en casa? – Sí. ¡Michael! Dinny quiere hablarte.
– Oye, Michael, ¿podrías venir aquí en seguida? Se me ha ocurrido una idea, pero preferiría no hablar por teléfono. ¿O bien quieres que vaya yo a tu casa? ¿Puedes venir tú?
– ¡Bien! Dile a Fleur que venga también ella, si quiere. O si no, tráete contigo a su espíritu.
Michael llegó diez minutos más tarde. Algo en el tono de la voz de Dinny parecía haber penetrado en él, porque tenía un aire de vivaz y atareada excitación. Ella le llevó a un ángulo de la salita, debajo de la jaula del loro.
– Mi querido Michael, me ha venido de repente la siguiente idea: si pudiéramos hacer imprimir el Diario de Hubert – unas 15.000 palabras, aproximadamente – y tenerlo a punto de publicación con un hermoso título, como «Traicionado», o algo semejante…
– «Abandonado» – sugirió Michael.
– Sí, «Abandonado». Bueno, yo pienso que en un caso así podríamos dárselo a conocer al secretario de Estado, como cosa que está a punto de salir con un prefacio combativo. Mi opinión es que eso quizá podría impedirle dictar la orden de extradición. Con un título así,- ese prefacio y un buen empujón por parte de la Prensa constituiría una verdadera sensación y le resultaría sumamente desagradable. Podemos hacer las cosas de manera que el prefacio insista sobre la deserción de sus compatriotas y sobre la pusilanimidad y sumisión frente a los extranjeros, con todo lo que sigue. Los periódicos se ocuparían de ello si estuviese bien encauzado en este tono.
Michael se alborotó los cabellos.
– Es una idea, Dinny, pero hay que considerar muchos puntos: el primero, cómo hacerlo sin que adquiera el aspecto de un chantaje. Si no podemos evitar esto, es mejor renunciar. Si Walter se huele un chantaje, estoy seguro de que no se mostrará indulgente.
– Pero todo estriba en hacerle comprender que, si firma la orden, tendrá que arrepentirse.
– Mi querida niña – dijo Michael, expulsando el humo sobre el loro -, ha de ser una cosa mucho más sutil que ésa. Tú no conoces a los políticos. Es necesario inducirles a que hagan espontáneamente y por altas razones lo que ha de redundar en su propio beneficio. Debemos inducir a Walter a obrar por una baja razón y hacerle creer que es por una causa elevada. Esto es indispensable.
– ¿No basta con que él diga que es una razón elevada? Es decir, ¿es necesario que lo sienta?
– Por lo menos lo ha de sentir a la luz del día. Lo que siente a las tres de la madrugada no cuenta. No es un necio, ¿sabes? Yo creo – y se alborotó de nuevo los cabellos – que el único hombre que puede llevar el asunto a buen fin es Bobbie Ferrar. Ése conoce a Walter de arriba abajo y viceversa.
– ¿Es un hombre agradable? ¿Lo haría?
Bobbie es una esfinge, pero una esfinge muy buena. Y conoce a todo el mundo. Es una especie de estación receptora que lo oye todo. De modo que nosotros no tendríamos que F' aparecer directamente en ningún caso.