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– ¿Y Jean? -- preguntó de repente el general -. ¿Vendrá con nosotros?

Dinny no levantó los ojos.

– No lo creo, papá. Está demasiado intranquila. Supongo que se las arreglará por sí sola. Yo haría lo mismo, si estuviera en su lugar.

– Sí, lo comprendo. Pobre muchacha. De todos modos, es valiente. Estoy contento dé que Hubert se haya casado con una mujer con ánimo. Esos Tasburgh tienen el corazón sólido. Me acuerdo de uno de sus tíos, a quien conocí en la India, en un regimiento gurkha. juraban por él. Déjame pensar, a ver si recuerdo dónde le mataron.

Dinny se inclinó aún más sobre el café.

Aún no eran las nueve y media cuando salió con la joya en el monedero y tocada con su más lindo sombrero. A las nueve y media en punto subía a un primer piso situado encima de una tienda, en la South. Molton Street. En una amplia habitación, y ante una mesa de caoba, estaban sentados dos hombres que habría podido tomar por corredores de apuestas, si hubiese conocido a alguno. Los miró con un poco de ansia, aguardando un signo de amabilidad. Parecían estar frescos. Uno de ellos se dirigió hacia ella.

Dinny se pasó una invisible lengua por los labios.

– Me han dicho que son ustedes tan bondadosos como para prestar dinero si uno ofrece como garantía joyas de valor. – Exacto, señora.

Era canoso y casi calvo, tenía ojos claros y la miraba a través de un pince-nez que sostenía con la mano. Se lo colocó sobre la nariz, empujó una silla hacia la mesa, y, haciéndole un signo con la mano, volvió a su sitio. Dinny se sentó.

– Necesito una suma bastante considerable. Se trata de quinientas libras. Por lo demás, la joya es realmente hermosa. Los dos caballeros se inclinaron ligeramente.

– El dinero lo necesito en seguida, porque he de hacer un pago.

Sacó el broche del bolso, le quitó el papel y lo empujó hacia delante, encima de la mesa. Luego, recordando que debía demostrar indiferencia, se apoyó en el respaldo y cruzó las piernas.

Los dos caballeros miraron la joya durante un minuto, sin moverse ni hablar. Luego el segundo abrió un cajón.y sacó una lente de aumento. Mientras éste examinaba la joya; Dinny se dio cuenta de que el primer caballero la estaba examinando ti a ella, y pensó que éste debía de ser el modo como se repartían el trabajo. ¿Cuál de las dos piezas decidirían ser la más genuina? Sentía un poco de ansiedad, pero mantenía las cejas altas y los párpados entornados.

– ¿Es suyo, señora? – preguntó el primer caballero. Recordando una vez más el viejo lema, Dinny pronunció un enfático

– Sí.

El segundo caballero dejó la lente y pareció sopesar el broche con la mano.

– Muy hermoso -dijo -. Anticuado, pero muy hermoso. Y ¿por cuánto tiempo necesitará usted el dinero?

Dinny, que no tenía la menor idea de ello, contestó valientemente

– Por seis meses. Pero supongo que, si viene al caso, podré recuperarlo antes, ¿verdad?

– ¡Oh, sí! ¿Ha dicho quinientas? -Si le parece bien.

– Si está usted satisfecho, señor Bondy – dijo el segundo caballero -, yo lo estoy.

Dinny levantó los ojos para mirar al señor Bondy. ¿Estaba quizá a punto de decir: «No, ella ha mentido»? Pero, no. Posó su labio inferior sobre el superior, le hizo una reverencia, y dijo

– Perfectamente.

«¿Quién sabe – pensó Dinny – si creen siempre lo que oyen, o si jamás lo creen? Supongo que, en realidad, eso les debe dar exactamente lo mismo. Ellos cogen la joya y yo, mejor dicho, Jean, debemos tener confianza en ellos.»

El segundo caballero se apoderó de la joya y, sacando un registro-caja, comenzó a escribir. El señor Bondy, entre tanto, se fue hacia una caja de caudales.

– ¿Desea billetes, señora? – Gracias.

El segundo caballero, que tenía bigote y patillas blancos y los ojos ligeramente bizcos, le pasó el libro.

– Su nombre y señas, señora.

Mientras escribía el nombre de la señora Blox y el número de la casa de la Mount Street, la palabra «¡Socorro!» le pasó por la mente, y cerró la mano izquierda para ocultar el dedo que hubiera debido ostentar una sortija. Sus guantes eran tan adherentes que no dejaban ver la deseada protuberancia circular. – Si usted reclama el objeto, nosotros pretenderemos 55o libras el día 28 del próximo mes de abril. A partir de esta fecha, a menos que no recibamos noticias suyas, el objeto será puesto en venta.

– Sí, desde luego. Pero, ¿y si lo rescatara antes?

– En tal caso, la suma dependerá del tiempo. Los intereses son del veinte por ciento; por lo tanto, dentro de un mes, digamos, nosotros pediremos solamente 5o8 libras, 6 chelines y 8 peniques.

– Comprendo.

El primer caballero le tendió un pedazo de papel.

– El recibo, señora.

– ¿Podrá ser rescatada la joya por cualquier persona que presente este recibo, en el caso de que no pudiera venir yo personalmente

– Sí, señora.

Dinny puso el recibo en su bolso y se quedó escuchando al señor Bondy, que estaba contando los billetes de Banco encima de la mesa. Contaba agradablemente y los billetes también producían un simpático crujido. Los cogió, los metió dentro del bolso y se levantó.

Muchísimas gracias.

– No hay de qué, señora; el placer ha sido nuestro. Encantados de haberla servido. ¡Hasta la vista!

Dinny se inclinó y se dirigió lentamente hacia la puerta. Por entre las pestañas semicerradas, vio que el primer caballero hacía un guiño.

Cerró el bolso y bajó la escalera como en sueños.

«Quién sabe si habrán creído que voy a tener un hijo – pensó – o si es sólo para jugar en las carreras.»

Sea como fuere, venía el dinero y eran las diez menos cuarto exactas. Probablemente la Agencia Cock le cambiaría el dinero, o por lo menos le diría dónde encontrar divisas belgas.

Empleó una hora y tuvo que visitar varios lugares antes de cambiar la mayor parte de la suma en moneda belga, de forma tal, que cuando entró en el andén de la Estación Victoria tenía calor. Anduvo lentamente al costado del tren, mirando a cada vagón. Ya había recorrido casi sus dos terceras partes, cuando una voz la llamó

– ¡Dinny!

Mirando a su alrededor, vio a Jean en la portezuela de un departamento.

– ¡Ah, hola, Jean! He corrido como una loca. ¿Tengo la nariz brillante?

– Tú jamás estás acalorada, Dinny.

– Bien, ya lo he hecho todo. Aquí está el resultado: quinientas libras, todo en moneda belga.

– ¡Magnífico!

– Y el recibo. Cualquiera puede recobrar la joya con él. El interés es del veinte por ciento, calculado día por día; pero a partir del 28 de abril, la joya será puesta en venta, a menos que no se haya rescatado antes.

– ¡No importa! Tengo que subir. Bruselas, Lista de Correos. ¡Adiós! Saluda cariñosamente a Hubert y dile de mi parte que todo marcha bien.

Echó los brazos al cuello de Dinny, la estrechó y se precipitó en el tren, que se puso en marcha casi en seguida. Dinny se quedó agitando la mano en dirección de aquel rostro luminoso vuelto hacia ella.

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