Aquel día, mientras Jean Tasburgh enyesaba un taco en la sala de billar, preguntó calmosamente
– ¿Qué significan esas noticias de Bolivia,- Hubert?
– Pueden significar cualquier cosa. Usted sabe que maté a un boliviano.
– Pero antes él intentó matarle a usted. – Es cierto.
La joven apoyó el taco en la mesa. Sus manos morenas, delgadas y fuertes se agarraron a la banda. Luego, repentinamente, se acercó a Hubert y le posó una mano sobre un brazo.
– Bésame – dijo -. Dentro de poco te perteneceré. – ¡Jean!
– No, Hubert; nada de caballerosidad u otras tonterías semejantes. No quiero que soportes solo todos estos percances. Yo los compartiré contigo. Bésame.
El beso fue largo y les calmó a ambos. Luego él dijo – Jean, es absolutamente imposible hasta que todo se haya solucionado.
– Naturalmente. Se solucionará, pero yo quiero ayudarte a resolverlo. Casémonos pronto, Hubert. Papá puede cederme un centenar de libras al año. ¿De cuánto puedes disponer tú?
– Yo tengo trescientas libras al año, además de medio sueldo, que pueden retirarme en cualquier momento.
– Lo que significa cuatrocientas libras al año seguras. Otras personas se han casado con mucho menos y esto es solamente por el momento. Desde luego, nos podemos casar. ¿Dónde?
Hubert se quedó sin aliento.
– Cuando estalló la guerra – añadió Jean =- la gente se casaba en seguida. No esperaban, porque al hombre le podían matar. Bésame otra vez.
Hubert se quedó más aturdido que nunca, con los brazos de la joven alrededor de su cuello. Así los encontró Dinny. Sin mover los brazos, Jean anunció
– Vamos a casamos, Dinny. ¿Dónde crees que sería mejor?
Dinny se quedó boquiabierta.
– No creía que le harías la propuesta tan pronto, Jean.
– Me he visto obligada. Hubert está saturado de caballerosidad anticuada. ¿Por qué no nos hacemos conceder un permiso especial?
Apoyándole las manos en los hombros, Hubert la mantuvo alejada de sí.
– ¿Hablas en serio, Jean?
– Naturalmente. Con un permiso especial nadie necesita saber nada hasta que todo está hecho.
– Bien – dijo Dinny tranquilamente -. Creo que tienes razón. Cuando algo ha de suceder, es mejor que suceda en seguida. Me figuro que tío Hilary estará dispuesto a casaron. Hubert dejó caer los brazos.
– Estáis chifladas las dos – opinó.
– ¡Qué amable! -exclamó Jean -. Los hombres son absurdos. Quieren una cosa y cuando se la ofrecen se ponen a hacer, remilgos como unas viejecitas. ¿Quién es tío Hilary?
– El vicario de St. Agustine's-in-the-Meada. Puede decirse que carece del sentido de las conveniencias. -¡Espléndido! Irás a verle mañana, Hubert, y te alojarás en tu club. Nosotras iremos más tarde. ¿Dónde podremos alojarnos, Dinny?
– Creo que Diana nos ofrecerá su casa.
– Eso lo arregla todo. Tendremos que pasar por Lippinghall, porque he de coger alguna ropa y ver a papá. Puedo cortarle el pelo mientras hablo con él; no habrá dificultad alguna. También Alan puede venir con nosotros; necesitaremos un testigo. Dinny, habla tú con Hubert.
Se marchó y, al quedarse a solas con su hermano, Dinny dijo:
– Es una muchacha maravillosa, Hubert, y dista mucho de estar chiflada de veras. Es una mujer que quita el aliento, pero está llena de sentido común. Siempre ha sido pobre, de modo que, en este aspecto, no habrá para ella ninguna diferencia.
– No se trata de eso. Es la sensación de algo que está suspendido sobre mi cabeza y que lo estará también sobre la suya
– Lo estaría de un modo mucho más terrible si no os casarais. Yo lo haría. Papá no pondrá inconvenientes. Jean le agrada, y preferirá que te cases con una joven, bien educada e inteligente que no con cualquier saco de dinero.
– No me parece honrada… tanta precipitación – musitó Hubert.
– Es romántica; además, la gente no tendrá ocasión para discutir si debíais hacerlo o no. Cuando les presentéis el hecho consumado lo aceptarán, como hacen siempre.
– ¿Y mamá?
– Yo se lo diré, si quieres. Estoy segura de que tampoco ella
pondrá inconvenientes. No actúas según la moda, casándote con una corista o algo parecido. Ella admira a Jean. Y lo mismo le pasa a tía Em y a tío Lawrence.
El rostro de Hubert se aclaró.
– Lo haré. Es demasiado maravilloso. Después de todo, no hay nada de que tenga que avergonzarme.
Se acercó a- Dinny, la besó casi con violencia y salió corriendo.
Dinny se quedó en la sala de billar haciendo unas carambolas. Bajo su continente natural ocultábase una extremada agitación. ¡El abrazo que había sorprendido era tan apasionado! ¡La muchacha era una mezcla tan extraña de sentimiento y disciplina, de lava y acero, tan imperiosa y, sin embargo, tan agradablemente joven! Podía ser un riesgo, pero Hubert, gracias a esto, era ya un hombre diferente. No obstante, se daba completa cuenta de que todo carecía de lógica, puesto que para ella no sería posible un abandono tan sensacional. El don de su corazón no sería tan precipitado. Su vieja niñera escocesa solía decir: «La señorita Dinny sabe siempre sobre cuantas patas se cae el gato.» Ella se sentía orgullosa del «cierto sentido del humor, no carente de ingenio, que previene y, en cierto modo, esteriliza a todo el resto». En realidad, le envidiaba a Jean su brillante firmeza, a Alan su confianza en si mismo y a Hallorsen su fuerte espíritu aventurero. Pero ella tenía otras cualidades que compensaban la falta de éstas. Con los labios entreabiertos en una sonrisa, fue a buscar a su madre.
Lady Cherrell estaba en su salita particular contigua al dormitorio confeccionando unas bolsitas de muselina para llenarlas con hojas de la olorosa albahaca que crecía junto a la casa.
– Mamá – dijo Dinny -, prepárate a sufrir una pequeña conmoción. ¿Recuerdas que te dije deseaba poder hallar la muchacha perfecta para Hubert? Pues bien, ya la- hemos encontrado: Jean acaba de hacerle tina proposición matrimonial. – ¡Dinny!
– Se casarán lo más pronto posible, con un permiso especial.
– Pero…
– Exactamente así, mamá. De modo que mañana nos vamos a Londres. Jean y yo nos _alojaremos en casa de Diana hasta que todo esté concluido. Hubert hablará con papá. Pero, Dinny, en realidad…
Dinny atravesó la barrera de muselina, se arrodilló y rodeó con los brazos a su madre,
– Tengo tus mismas sensaciones – dijo -, sólo que son algo
diferentes por el hecho de no haber sido yo quien le diera la vida. Pero, mamaíta querida, todo marcha bien. Jean es una criatura maravillosa y Hubert está loco por ella. Enamorarse le ha hecho mucho bien; ella le dará ánimos para seguir 4delante.
– Pero, Dinny… ¿y el dinero?
– No esperan nada de papá. Poseerán lo justo para ir tirando.
– Es una sorpresa terrible. ¿Por qué tanta precipitación? – Intuición – y estrechando el talle esbelto de su madre, añadió -: Jean la tiene. La situación de Hubert «es» muy delicada, mamá.
– Sí; estoy muy alarmada y sé que también tu padre lo está, a pesar de que no lo haya dicho.
Esto era todo cuanto podían decir para manifestar su inquietud. Luego se pusieron a discutir la cuestión de la vivienda para la audaz pareja.
– Pero, ¿por qué no viven aquí hasta que todo se arregle? – preguntó lady Cherrell.
– Encontrarán la cosa más interesante si tienen que cuidarse por sí solos de sus asuntos domésticos. Lo principal es que la mente de Hubert esté ocupada en estos momentos.
Lady Cherrell suspiró. La correspondencia, la horticultura, la administración de la casa y el presidir los comités de la villa no eran cosas muy excitantes. Condaford habría sido aún menos interesante si, como la gente joven, uno no hubiese tenido ninguna de esas distracciones.
– La vida aquí es muy tranquila – admitió.
– Y démosle gracias a Dios por ello – murmuró Dinny -. Pero estoy segura de que ahora Hubert necesita una vida muy activa; en Londres la tendrá. Podrán alquilar un departamento en una casa para trabajadores. No puede ser por mucho tiempo, ya lo sabes. Por lo tanto, mamá, esta noche harás ver que no sabes nada y todos sabremos que lo sabes. Será una cosa muy tránquilizadora para todo- el mundo. – Después de haber besado el rostro de su madre, que sonreía con tristeza, se marchó.