El 13 de marzo, David invitó a Jack Campbell a correr con él alrededor de Lake Hollywood al día siguiente. Por la mañana, el agente del FBI, vestido con chándal, se encontró con David en la entrada del recinto del lago. Mientras realizaban los estiramientos, Campbell bromeó con David por intentar correr con el brazo escayolado, pero David le contestó con tono tenso que así se activaba su circulación y eso le ayudaba a recuperarse. Luego, para relajar el ambiente, David palmeó al agente en la espalda, movió las piernas como si corriera y volvió a los estiramientos.
Emprendieron la marcha a paso lento. Aún era temprano y sólo unos cuantos corredores se les habían adelantado. El aire era fresco y el lago reflejaba el cielo azul. David esperó hasta comprobar que no había nadie más en el sendero; entonces empujó al agente contra la verja, apoyando la escayola bajo el mentón de Campbell para impedir que se moviera. La expresión de sorpresa del agente fue rápidamente reemplazada por una carcajada.
– ¡Qué coño! Es usted muy hábil con esa cosa.
– ¡Dígame de qué iba todo el asunto!
– ¿Qué hay que decir? -preguntó Campbell, intentando encogerse de hombros.
– Todo esto nunca tuvo nada que ver con animales en peligro, ni drogas, ni inmigrantes ilegales, ni las tríadas. Así que, ¿y si cuenta la verdad?
– ¿La verdad? No puedo -dijo Campbell.
David apretó más la escayola contra el mentón del agente.
– Creo que me lo he ganado.
– Parece muy duro para ser un fiscal, pero, oiga, que soy yo quien lleva el arma.
Una leve sonrisa asomó a los labios de David.
– Creo que no.
El agente buscó el arma que llevaba en una pistolera atada a la cintura. Sus ojos se agrandaron cuando se dio cuenta de que no la llevaba.
– Se la he quitado mientras hacíamos los estiramientos.
– No creía que tuviera lo que hay que tener. Tiene cojones, Stark. Lo admito.
– Probemos otra vez.
– ¿Y los demás corredores? -preguntó Campbell, que no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.
– Me preocuparé por eso cuando lleguen. Hasta entonces, empiece por el principio, y sin mentiras.
– El principio… -dijo Campbell pensativamente-. Supongo que todo empezó con Guang Mingyun. Estaba metido hasta el cuello en esas tretas de los disparadores nucleares. ¿Podíamos demostrarlo? En absoluto. De repente, aparece nuestra oportunidad. Tenemos a un pez gordo y su único hijo es asesinado. Guang quería descubrir al asesino a cualquier precio. ¿Sabe lo que significa? Vino a vernos. Guang sabía que su hijo era un bala perdida, pero estaba dispuesto a correr el riesgo de que lo que descubriéramos resultara una deshonra para él. -Hizo una pausa, reflexionó y luego preguntó-: ¿Qué importa ya, David? Hemos cogido a los malos.
– ¡Acabe!
– Así que vino a vernos, como decía. Tenemos un gobierno práctico, David. Somos un país de mercaderes. Siempre lo hemos sido. Le dijimos, esto tiene un precio. ¿Qué tiene para negociar?
– Los disparadores.
Campbell asintió.
– El nos dijo que había detectado ciertas anomalías en uno de sus negocios. -Cuando Campbell dijo esto, David recordó de repente al padre de Hulan. En Long Hills, Liu había dicho que cualquiera podía aprovecharse de Guang Mingyun. Ciertamente, su hijo le había engañado. Al mismo tiempo, alguien se había entrometido en el negocio del Dragón Rojo-. Guang nos dijo que estaba dispuesto a darnos nombres si le anudábamos. Como gesto de buena voluntad, nos dijo dónde y cuándo se entregaría un cargamento de disparadores. Los arrestos se efectuaron mientras usted hacía su primer vuelo hacia Pekín, pero todos eran gente de poca monta. Pero, verá, Guang nos había prometido ya que nos entregaría a los peces gordos, generales del Ejército del Pueblo, nada menos, si encontrábamos al asesino de su hijo. Un trato como ése no se da todos los días.
– Así que me enviaron a China para cumplir con el trato.
– Alto ahí -dijo Campbell, alzando una mano-. Se está adelantando a los acontecimientos. Sabíamos que Guang es un tipo quisquilloso, pero preferimos hacer negocios con un capitalista como él que con algún desconocido en el futuro. Porque pensamos en el futuro desde hace tiempo. ¿Qué ocurrirá cuando muera Deng? ¿Tomarán los generales el poder? ¿Surgirá algún chalado del Comité Central que se pase por la piedra el capitalismo y la democracia? Tenemos analistas que estudian estas cuestiones y esto es lo que nos dicen: Guang lleva la prosperidad al país. Tiene el apoyo del pueblo. Joder, ese tío tiene consolidado su poder a lo largo de todo el Yangtze. Le mueve el dinero. Eso es algo que nosotros podemos comprender. Así que los de Washington opinan que no es tan malo tener a Guang de nuestro lado. Desde luego nos hemos asociado con otros mucho peores. Para ser claros: tenemos un interés particular en China. Guang Mingyun es alguien con quien nos entendemos. Hablamos el mismo lenguaje. Sólo una cosa le retiene: el Ejército del Pueblo. Nosotros le ayudamos a encontrar al asesino de su hijo y a derribar a los hombres fuertes del ejército. Puede que eso no ocurra hoy, o ni siquiera dentro de un año, pero con el tiempo esperamos nuestra retribución.
– Todo tiene un precio.
– Exacto.
– Parte de ese precio fue Noel.
– Sí, ya lo sé. -Campbell volvió el rostro-. Pero él sabía en lo que se metía. Es un riesgo que corremos todos los días, Stark. -¿Qué hay de Watson?
– El poder corrompe -dijo Campbell encogiéndose de hombros-. Esas cosas ocurren.
– Así que lo sabían.
– Sabíamos algo. -Campbell volvió a alzar las manos y siguió hablando con seriedad-. Comprenda que cuando digo «nosotros» no me refiero necesariamente a mí, ni siquiera al FBI. Yo no hago más que cumplir órdenes. -Dejó caer las manos-. Digamos sólo que lo ocurrido procedía de las altas instancias del gobierno.
David recordó haber oído la misma frase en China. Todo lo que el presidente de Estados Unidos y los funcionarios chinos habían dicho en las últimas semanas había sido un cebo para cazar al embajador, al viceministro Liu y a los generales (culpables todos ellos de distintos delitos) y para impedir que Guang renegara de su promesa. La gente que formaba parte de las «más altas instancias del gobierno» tanto en Estados Unidos como en China habían jugado con las vidas de David y de Hulan con total indiferencia y con la seguridad de que jamás serían descubiertos.
– No éramos más que instrumentos -dijo David amargamente. -Usted quería la verdad, pues ya la tiene.
– ¿Y Hulan?
Campbell intentó asentir, pero David renovó la presión de la escayola.
– Recuerda que tuvo que pasar por una prueba de seguridad para entrar en la fiscalía? -preguntó Campbell-. Conocíamos su relación con una comunista.
David soltó al agente con repugnancia y se alejó unos pasos.
– ¿Cuánto hace que lo sabían? -preguntó, airado.
– ¿Qué importa ya?
– Me importa a mí. ¿ Cuánto hace que usted personalmente sabía lo mío con Hulan?
– Supongo que desde que empezamos a trabajar juntos. El FBI me dio un expediente. Parecía usted un buen tipo, pero nunca se sabe.
– Han estado jugando con nuestras vidas -dijo David, angustiado.
– Fue por una buena causa, Stark. Hemos elegido el lado bueno por una vez. Y usted forma parte de él.
Hubo un tiempo en que un argumento como aquél hubiera convencido a David, pero ya no. Echó una última mirada al hombre que antes llamaba amigo, se dio la vuelta y siguió corriendo solo.
Hulan se hallaba junto a la ventana de la cocina, esperando a que hirviera el agua y contemplando el patio más interior de la vieja mansión familiar. La primavera acababa de empezar y por fin la temperatura empezaba a subir. En el jardín, el emparrado de glicinas que un antepasado había plantado allí hacía más de cien años empezaba también a florecer. Las relucientes hojas verdes del azufaifo se abrían poco a poco.