24
Después, Las Grandes Colinas
Por un momento se hizo el silencio.
– Hulan -dijo al fin Zai-, ya sabes qué hacer. -Viendo que Hulan no se movía, ordenó-: Inspectora, recoja el arma. Ella obedeció y apuntó a su padre.
– Voy a entrar. Quédate donde estás -le dijo-. ¿Entendido? Ella asintió. Zai desapareció unos segundos y luego entró por la puerta.
– Mi viejo amigo, bienvenido -dijo Liu con tono amargo.
Zai alzó el revólver para apuntar a Liu. Hulan dejó caer la pistola de su padre, miró en derredor y corrió junto a David.
– Estoy bien -dijo él. Alzó la vista hacia Zai-. Nos ha seguido. El coche frente a la casa de Hulan…
– Y muchos otros -dijo el mentor de Hulan, asintiendo-. Sabía que al final vendrían a Chengdu. Les esperé en el aeropuerto. A partir de allí fue fácil. Hulan es una profesional, pero no esperaba que yo la siguiera y yo tengo más experiencia.
– Ha dejado que viniéramos hasta aquí. -David levantó el brazo sano para indicar el cobertizo, los osos, Liu.
– Cuando se apartaron de la carretera principal, ¿qué podía hacer yo? -Zai se dirigió a Liu-. Creo que éste ha sido tu mayor error. Este lugar está aislado, pero la ubicación… No es lo que aprendimos en el ejército.
– ¿De qué está hablando? -preguntó David, indignado.
Hulan lo tocó para apaciguarlo.
– Este campo está en el fondo de un cañón y muy aislado -explicó Zai-. No podía seguirles. Me hubieran visto. Pero desde la carretera principal podía vigilarlos sin ser visto. He seguido la luz de los faros mientras avanzaban. Si se hubieran alejado mucho, hubiera entrado yo también con el coche, pero al ver que las luces se detenían aquí, he comprendido que tendría que andar. Así mi llegada sería una sorpresa.
– ¡Lo sabías todo! -gritó Liu de repente, como aquejado de algún dolor.
– Hace mucho tiempo -dijo Zai con tristeza-. Al fin y al cabo, nos conocemos hace muchos años.
– Quería que tú pagaras y Hulan también…
– Liu, ¿cuántas veces he intentado decírtelo?
La conversación había dado un giro. David notó que Hulan se apartaba de él y permanecía muy quieta escuchando.
– Sé lo que vi -decía su padre-. Sé lo que oí. Mi hija destruyó a su madre, a mi esposa.
– ¡No! -El monosílabo fue tajante-. Fueron tus turbias actividades las que destruyeron a Jinli. Jamás has querido escuchar la auténtica historia, Liu. Pero esta vez lo harás. Lo que le ocurrió a Jinli fue culpa tuya.
– ¡Jamás! ¡Fue tuya y de Hulan!
– Yo estaba allí -replicó Zai-. Yo vi lo que sucedió. ¿Recuerdas?, trabajábamos juntos en el Ministerio. Sabía que ya entonces estabas metido en historias. No me refiero a cómo intentabas que se hicieran las películas. En aquella época todos hacíamos lo que podíamos para llevar historias sinceras al pueblo, no sólo propaganda. Pero tú eras amigo mío, y cuando otros venían a informarme de que habías aceptado un soborno, de que cobrabas comisiones a los trabajadores o de que tenías un lío con la secretaria Sung, les ordenaba que salieran de mi despacho. Ellos te despreciaban por tus delitos, y yo no hice nada.
– ¿Ba? -dijo Hulan, con una voz que parecía casi infantil.
– Todo eso son mentiras -dijo su padre.
– Es la verdad, Hulan -dijo Zai-. Tú eras sólo una niña. Sólo veías a tu madre y tu baba. No sabías lo que pasaba.
Hulan parecía confusa.
Zai se volvió de nuevo hacia su antiguo amigo.
– Pero yo sí, como muchos otros. Cuando se emprendió la Revolución Cultural, sabía que sería más difícil protegerte. Pronto empecé a oír rumores de que los trabajadores querían matarte. Yo me negué a aceptar la realidad. Eso es algo con lo que tendré que vivir el resto de mis días.
Zai vaciló antes de seguir.
– Un día, Jinli vino al Ministerio. Los buitres vieron su oportunidad. La rodearon. Le recitaron tus delitos. Déjame decirte que la secretaria Sung fue la peor de todos.
– Era una muchacha preciosa, pero tenía veneno en el corazón -convino Liu.
Hulan comprendió súbitamente que todos sus recuerdos de infancia eran falsos.
– Me sujetaban, nos acusaban a Jinli y a mí de ser fornicadores. Bajó la voz al visualizar las imágenes-. Veo a Jinli en el balcón, retrocediendo más y más hasta que topa con la barandilla, pierde el equilibrio… Mientras agitaba los brazos, miró en derredor buscando ayuda, pero nadie se la prestó. Cayó al patio.
Zai alzó la vista y vio a Hulan con la cara anegada en lágrimas.
– Dijeron que si alguien la tocaba aprendería también a volar -prosiguió-. Los dos recordamos cómo eran las cosas entonces. Aquella gente decía la verdad, y nadie quiso arriesgarse a morir. Jinli estuvo tirada en el patio durante cuatro días mientras yo iba a buscarte. ¡Cuatro días! ¡Tanto tiempo! Pero la gente era tan dura, tan implacable. Tales crueldades eran cosa habitual. Por lo general dejaban a las víctimas que muriesen. Pero yo no podía permitir que eso ocurriese.
– Cuando viniste por mí, ¿ella estaba allí tirada, sola? -preguntó Hulan-. Ba, ¿dónde estabas tú?
Liu cayó de rodillas. Se había puesto pálido.
– Tus vecinos lo tenían retenido en el hutong -dijo Zai.
– ¿Durante cuatro días? -preguntó ella. Su educación no le permitía creer aquella sencilla respuesta.
Por primera vez desde la llegada de Zai, Liu habló directamente con su hija.
– No, no estuve en el hutong todo el tiempo.
– Estabas con la secretaria Sung -supuso ella.
– Ya me había cansado de ella -dijo Liu meneando la cabeza-. Estaba con otra mujer, una de las muchachas que servían el té en el Ministerio. -Fijó en Hulan una mirada atormentada-. Y lo que tú dijiste en el hutong…
– Todo lo que oíste, cada una de las palabras que Hulan pronunció eran una mentira pensada para salvarte la vida -dijo Zai. Pero además, quería que la noticia llegara al Ministerio de Cultura. La gente se apiadó de Jinli y pude llamar a una ambulancia. La envié a Rusia donde su dinero podía procurarle cuidados médicos decentes y seguridad. Envié a Hulan al exilio, lejos de su familia, lejos de su patria. El resto ya lo sabes.
– Todo lo que ella hizo… -Liu empezó a temblar y no pudo terminar la frase.
– Tu hija fue como la Liu Hulan legendaria -dijo Zai por él-. Se sacrificó a sí misma para salvarte a ti y a su madre.
Liu dejó escapar un sonido gutural. Luego se movió con celeridad, avanzando a cuatro patas hasta la pistola que Hulan había dejado caer. La cogió y se puso en pie.
– Baja la pistola -dijo Zai sin dejar de apuntarle.
Liu no le escuchaba. Miró a su hija.
– Lo siento -dijo.
Intentó decir algo más, pero no pudo. Antes de que los otros pudieran detenerlo, se apuntó ala cabeza y disparó.
25
14 de febrero a 14 de marzo. El regreso
Para David transcurrieron varios días en una nube de dolor y drogas. Lo ingresaron en un hospital de estilo occidental de Chengdu, donde le sometieron a una larga operación para extraer la bala y reconstruir los huesos de su brazo. Había perdido mucha sangre, pero el médico aseguró a Hulan que se restablecería totalmente. Lo mejor que podía hacer David por el momento era guardar cama y descansar.
El primer día en el hospital, Hulan se sentó en el borde de la cama de David, esperando a que recobrara el conocimiento, mirando distraídamente las noticias de una cadena de televisión local. De repente, las palabras del periodista se abrieron paso en su cerebro. «Deprimido por la muerte de su hijo, el embajador de Estados Unidos en China, William Watson, se ha suicidado esta mañana en su residencia oficial», anunciaba, mientras en pantalla aparecía el cuerpo de Watson siendo sacado en una camilla de la residencia oficial. A esto le siguieron varias tomas de Elizabeth Watson subiéndose a la parte posterior de una limusina y de Phil Firestone realizando una declaración en la que lamentaba la pérdida para Estados Unidos y China de un hombre excepcional.