Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Hulan llamó a Zai. Este le dijo que había enviado a varios hombres a la embajada para arrestar a Watson (más tarde se preocuparían por la inmunidad diplomática), pero había sido demasiado tarde. Tras abandonar la granja, Watson había vuelto a Chengdu para coger un avión con destino a Pekín, donde su mujer le había echado en cara la muerte de Billy. Incapaz de aceptar las mentiras de su marido, lo había matado. El propio Zai había tomado un avión para entrevistarse con ella, pero el crimen se había cometido dentro de la embajada, por lo que el problema era para los americanos.

Phil Firestone había actuado con rapidez, disponiéndolo todo para que la señora Watson acompañara el cadáver de su marido hasta Washington, donde sería enterrado con todos los honores en el cementerio de Arlington.

David empezó a curarse. Hulan iba al hospital todos los días con botes llenos de sopa. Juntos vieron el final de la historia en la televisión. En la Hora internacional de la CNN, escucharon el panegírico del presidente sobre su viejo amigo, y después sus manifestaciones de corte político sobre el conflicto existente con China. Esperaba que se resolviera, pero si no podía ser, al igual que Big Bill Watson, que durante toda su vida había combatido a los tiranos, tanto en su país como en el ámbito internacional, también él tomaría serias medidas.

– Apágalo -dijo David.

Al contrario que el gobierno de Estados Unidos, los funcionarios chinos prefirieron usar aquel caso como ejemplo. Irónicamente, era improbable que la población china creyera el relato sobre el suicidio auténtico de Liu, dadas las numerosas falsedades políticas que habían oído en el pasado. Aun así, un cuarto de la población mundial contempló cómo el triángulo de hierro se cerraba en torno a otros correos hallados en la Posada de la Tierra Negra, a la joven dependienta de la tienda de souvenirs de Panda Brand, así como a otros que estaban involucrados en el embalaje, venta y transporte de la bilis de oso.

Para el panegírico oficial de Liu, un documento escrito por un comité que determinaría la consideración que habían de recibir él y su familia durante los cincuenta años siguientes, el gobierno sacó a relucir todo tipo de revelaciones deshonrosas, desde el estilo de vida decadente de sus abuelos, pasando por su corrupción en el Ministerio de Cultura, y concluyendo con los asesinatos y el contrabando. De acuerdo con la tradición, los descendientes de Liu eran también examinados. Mientras que a nivel personal, tal vez Hulan no se sobrepusiera jamás a los acontecimientos vividos en la granja de osos, su papel allí evitó que cayera en desgracia. De hecho, en los medios de comunicación había habido ya una breve sucesión de historias para recordar las hazañas de la mártir revolucionaria Liu Hulan, estableciendo paralelismos entre su vida y la de la inspectora.

– Dos suicidios de dos personas tan prominentes deberían atraer la atención de alguien -dijo Hulan un día, tras leer un relato particularmente florido en el Diario del Pueblo.

– Sí, si alguien presta atención -replicó David.

Pero no fue así.

En la mañana del 20 de febrero, se perdió cualquier posibilidad de que toda la historia saliera a la luz cuando se anunció otro acontecimiento de una importancia mucho mayor. Hulan llegó al hospital v encendió el televisor para ver una simple fotografía en blanco v negro sobre un fondo azul con el pie: «El camarada Deng Xiaoping es inmortal.» Más tarde descubrieron que Deng había muerto la mañana anterior. El gobierno había aplazado el anuncio para reducir las manifestaciones públicas espontáneas. China entró en un período de duelo. De boca en boca se transmitió el deseo de que el Festival de las Linternas, la celebración final del Año Nuevo chino, debía cancelarse.

El 23 de febrero, los médicos declararon que David se había restablecido lo suficiente para volar hasta Pekín, pero resultó difícil reservar asiento. Deng era de la provincia de Sichuan, y muchas personas de su aldea habían sido invitadas al funeral en la capital. Hulan utilizó la influencia del MSP y la de su posición como miembro de una de las Cien Familias para obtener los billetes de avión.

El 24 de febrero, la familia de Deng y unos cuantos altos funcionarios se reunieron para un funeral privado. Deng Xiaoping siempre había dicho que quería un servicio frugal y privado. Sus deseos fueron respetados hasta cierto punto. Su mujer, sus hijos y nietos lloraron sobre su cadáver. Hulan, y el resto del planeta, contempló un primer plano en televisión en el que la hija de Deng besaba la mejilla de cera de su padre por última vez. Después el cadáver fue paseado en una minifurgoneta Toyota, ante la mirada de miles de ciudadanos de Pekín, a lo largo de la avenida de la Paz Perpetua, pasando por delante de la Ciudad Prohibida y la plaza de Tiananmen hasta llegar a Babaoshan, el cementerio reservado a los héroes revolucionarios, donde fue incinerado. Deng había dicho también que quería vivir para ver cómo recuperaba China la soberanía sobre Hong Kong. También este deseo se cumplió sólo a medias; una parte de sus cenizas se esparcieron en el puerto de Hong Kong.

La reciente notoriedad de Hulan le valió ser invitada al funeral al que asistirían diez mil personas, un número considerado propicio por los chinos, en el Ayuntamiento del Pueblo. A las diez de la mañana del 25 de febrero, silbatos y bocinas de coches, trenes, barcos, fábricas y escuelas sonaron en toda China durante tres minutos para señalar el inicio del funeral. Hulan ocupó su lugar con otros Princípes y Princesas Rojos en la planta baja del ayuntamiento. Unas cuantas filas por delante de ella, vio a Nixon Chen y a la señora Yee. Unas cuantas filas por delante de ellos distinguió a Bo Yun y a un par más de los que había conocido en Rumours.

Todos se levantaron para escuchar el panegírico que iba a leer el presidente Jiang Zemin. Al igual que el de su padre, el documento había sido cuidadosamente redactado, y sería estudiado en los años siguientes. En él, se recordaba a Deng por haber sobre-vivido a tres purgas y por crear el socialismo de mercado que tantos cambios había producido en China. Se proclamó que la Revolución Cultural, en la que tanto había sufrido Deng, había sido un «grave error». Se mencionó la sangrienta masacre de la plaza de Tiananmen de la que Deng se había declarado orgullosamente responsable, pero las palabras de Jiang fueron cautas.

Mientras escuchaba, Hulan no pudo evitar preguntarse por el futuro del presidente Jiang. En la calle, la gente se refería a él a veces con el término humorístico maceta, porque se había vuelto tan típico como las macetas como motivo fotográfico. También era propenso a cantar melodías de películas americanas y a recitar pasajes del Discurso de Gettysburg para divertir a los dignatarios extranjeros. ¿Eran aquéllas las acciones propias de un «líder supremo»? Jiang era el comandante en jefe del ejército más grande del mundo, pero ¿tenía el apoyo de sus generales? Nadie conocía aún las respuestas, pero, como en una ópera china, aún quedaban muchos actos por representarse.

Hulan no estaba aún segura de por qué había decidido asistir. Supuso que se debía a haber visto el día anterior a la hija de Deng bañada en lágrimas besando a su padre en la televisión. Pese a sus logros y fracasos políticos, Deng debía de haber sido un buen padre. Debía de haber amado mucho a sus hijos para provocar semejante demostración de emociones en ellos. Tras toda una vida de anhelarlo e intentarlo, Hulan no había sido capaz de crear un vínculo similar con su propio padre. De modo que allí estaba, en el Ayuntamiento del Pueblo, lamentando menos la muerte de Deng que la ausencia de amor de su padre.

A David le hubiera gustado quedarse en Pekín, pero tenía un montón de asuntos sin resolver en Los Angeles. Antes de irse, él y Hulan cenaron con el señor Zai, que acababa de ser nombrado viceministro. Pese a su nuevo cargo, seguía teniendo el mismo aspecto, con la chaqueta raída y el cuello y los puños de la camisa gastados. Zai habló del padre de Hulan con voz entrecortada. Sabía que su amigo era corrupto, pero no había visto razones para sospechar nada más hasta su viaje a Tianjin, y cuando Liu asignó a su hija el caso Watson, supuso que su amigo tenía que estar implicado.

82
{"b":"101555","o":1}