– No creo que pueda hacerlo -dijo Hulan.
David levanto con cuidado la gran tapa de bambú y la dejo un lado. Dentro de la olla había una masa de carne hervida. Era todo lo que quedaba de Noel Gardner.
16
6 y 7 de f ebrero, Tribunal Federal
Telefonearon a la policía y al FBI. Llamaron al hotel y despertaron a Peter, que había vuelto de su juerga por la ciudad. Un agente del FBI lo llevo al restaurants una hora más tarde y aun medio borracho. Dado que Jack Campbell no contestaba al teléfono y al busca, dos agentes del FBI se presentaron en su casa y encontraron el teléfono descolgado, el busca sobre una mesa en la sala de estar al agente tirado en la cama profundamente dormido como consecuencia de una noche de alcohol y agitacion. Jack llego al Jade Verde afirmando que quería ver con sus propios ojos lo que le había ocurrido a su compañero. Después, se sentó en una de las sillas del comedor, hundi6 la cabeza entre las manos y se echo a llorar.
Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando David y Hulan abandonaron el restaurante. Cuando salieron por la puerta de la calle se vieron asaltados por las haces de las cámaras, por los micrófonos que lanzaban hacia sus rostros por una andanada de preguntas de los medios de comunicación locales que habían recogido información de sus escaneres de la policía. David cogió a Hulan por el brazo y se abrió paso hasta el coche. Mientras conducía hacia Hollywood con una mano en el volante, con la otra apretaba con fuerza la fría mano de ella.
Una vez fuera de la autopista, David se concentró en las curvas que subían por la angosta carretera desde el fondo de Beachwood Canyon hasta debajo del letrero de Hollywood. Metió el coche en el garaje, abrió la puerta de casa, introdujo el código de seguridad del sistema de alarma y condujo a Hulan a la sala de estar pasando por la cocina. Hulan se sintio atraída por el ventanal en forma de arco y se detuvo ante él para contemplar las luces de la ciudad que tenía a sus pies. David había anhelado aquel momento muchas veces a lo largo de los años, pero ahora, al mirar su perfil recortado a la luz mortecina, solo sintió una tristeza desesperada.
– Quieres beber algo? ¿Coñac? ¿Agua?Una taza de te?
– Me siento responsable -dijo ella con tono afligido, volviéndose hacia David.
– Yo también, Hulan, pero no tenemos la culpa. No podíamos saber como acabarían las cosas.
– ¿Tenían familia?
– Noel era soltero. Dios mío, solo era un crío, sabes? En realidad aún no había empezado a vivir. ¿Y Zhao? Leí su expediente, pero no recuerdo qué decía.
Hulan se frotó los ojos. No había nada que decir.
– Vámonos a la cama -dijo él, cogiéndola del brazo.
David la abrazo y de repente quiso contarle todo lo que se había guardado desde que la reencontrara en el Ministerio de Seguridad Publica.
– No me has preguntado por mi mujer -dijo.
– No importa.
Hulan parecía sincera, pero él anadió;
– No quiero más secretos. Si esta noche nos ha enseñado algo… La vida es corta. El futuro es incierto. Son tópicos, Hulan, pero hay algo de verdad en ellos. -La atrajo más hacia sí-. No quiero que el pasado se interponga entre nosotros. Ya no, nunca más.
David notaba la respiración de ella contra su pecho.
– Háblame de ella -dijo al fin.
– Nos conocimos en una cita a ciegas. Jane también era abogado y Marjorie, ¿te acuerdas de ella, del bufete?, nos juntó. Fue Jean la primera en sugerir que yo enfocaba lo que me había ocurrido contigo de manera equivocada. Tu me habías dejado del peor modo posible. No me diste la oportunidad de hacerte cambiar de opinión. No me diste la oportunidad de discutir. Debías de tener un plan desde el principio con la intención concreta de hacerme daño. Y debo decirte que, cuando empecé a creer todo eso, te odié. Porque te amaba cuando estábamos juntos. Porque me mentiste. Porque no podía dejar de amarte aunque me hubieras tratado tan mal.
– Lo siento…
– No, déjame acabar. Nos casamos enseguida. Podrías decir que lo hice por despecho, o que quería atraparla antes de que se me escapara, o que necesitaba demostrarme a mi mismo que podía conservar a una mujer. Pensándolo ahora, creo que todo eso era cierto hasta cierto punto. Puse de mi parte cuanto pude en ese matrimonio. Compramos esta casa. Nuestras carreras respectivas marchaban viento en popa. Teníamos amigos e íbamos de vacaciones. Yo quería tener hijos. Pero la verdad es que no la amaba.
– No tienes por qué decir eso.
– Pero es cierto -le aseguro el-. Mientras estaba casado con ella no hacia otra cosa que actuar como reacción contra ti. ¿Qué pensarías tu si vieras esta casa? ¿Qué pensaías si vieras el collar que compré a Jean por su cumpleaños? ¿Qué pensarías si nos vieras con dos hijos, un perro y, joder, no sé, un Volvo?
– Así que te divorciaste de ella.
– Ella me dejo. -Río con amargura-. A menudo me echaba en
cara tu existencia. Te llamaba el fantasma que envenenaba nuestra felicidad. Pero a la hora de la verdad no se fue por tu culpa,
se fue porque entre a trabajar en la fiscalía. «Por qué abandonar
la práctica privada cuando las cosas van tan bien?», preguntaba.
Lo que quería decir era, por qué dejar un trabajo cómodo y muy
bien pagado por otro mal pagado y duro? ¿Qué podía decirle?
¿Que recordaba lo que tu solías decirme sobre hacer el bien?
¿Que recordaba nuestras charlas sobre como mejorar las cosas
por medio de la ley? Que incluso cinco, siete, diez años después
de que desaparecieras seguía pensando en ti, que aún me importaba lo que pensarías de mi si algún día volvíamos a encontrarnos?
Hulan aguardo, presintiendo que aún no había terminado.
– Llego un punto en que no podía soportar la idea de que, si volvía a tropezar contigo, lo mejor que podría decir de mi mismo era que había ganado un nuevo pleito, que había redactado un nuevo alegato o que había facturado dos mil horas -prosiguió él-. En este país la gente habla mucho sobre ser sincero con uno mismo, sobre la crisis de la mediana edad, sobre vivir el momento. Me pasé a la fiscalía sabiendo que con ello alejaría a Jean y, al mismo tiempo, que era la única esperanza de recuperar mi identidad. Nadie en la fiscalía estaba interesado en el crimen organizado asiático, de modo que pedí a Rob que me dejara a mi esos casos. Le di la lata a él y también a Madeleine, y todo el tiempo, tanto si perdía como si ganaba, pensaba, esperaba tropezar contigo.
– Y así fue. -Se incorporó sobre los codos y lo miró fijamente-. No tenías la menor idea de lo que yo hacía. Actuabas por fe ciega, y aún así me encontraste.
– Te amo -dijo David.
Hulan agacho la cabeza. Cuando volvió a levantarla, David vio en sus ojos el brillo de las lágrimas.
– Yo también te amo-susurro ella.
– Ahora que volvemos a estar juntos quiero que sigamos así.
– No sé…
– No tienes por qué volver a China. Puedes quedarte aquí. Yo te conseguiré asilo político. Todo saldrá bien.
– Lo deseo tanto como tu -le aseguro ella.
Volvió a apoyar la cabeza en el pecho de él y cerro los ojos. En el exterior, los tonos rosas y lavanda del amanecer ahuyentaban la noche. Los pájaros saludaban el nuevo día animadamente. David permaneció despierto un rato, pensando.
Tras una hora y media de sueño irregular volvían a estar en pie. David no se había adaptado al cambio horario en China, y allí se despertaba todos los días a las tres de la madrugada. Desde su vuelta a Los Angeles, él y Hulan habían experimentado lo contrario, debido en parte al nuevo cambio horario y en parte a la satisfacción de sus deseos. Pero aquella noche fue diferente. Tenían la adrenalina por las nubes, pero seguían estando exhaustos.