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– ¿Y mis cartas?

– Aun las conservo.

– ¿Y todas las veces que solicité un visado?

– Le pedía ayuda a tío Zai. El movía los hilos para que rechazaran tus solicitudes.

– Deberías haberme dejado venir. Deberías haberme dicho la verdad. Aunque no pudieras contármelo todo, al menos podrías haber dicho algo en lugar de desaparecer de aquella manera.

– ¿Pero como? Qué parte de la historia podía haberte contado? Piénsalo bien. ¿Por donde habría podido empezar? ¿Qué parte podría haber dejado fuera? Me hubieras hecho cientos de preguntas.

– No, no las hubiera hecho.

– Sabes bien como eres, David. La verdad lo es todo para ti. Y tu sentido de la justicia…

– Oh, Dios…

Hulan le cogió la mano y la apretó contra su pecho. -Admirable. Intrépido. Inquebrantable. Acaso no Sabes que esas son las cosas que mas me hacían amarte?

– Pero te alejaron de mi.

– Sií -admitió ella. Se apoyo contra la pared.

Esta vez, cuando David quiso abrazarla, no lo rechazo, y lentamente el la atrajo hacia sí.

– Así que, en respuesta a tus preguntas -dijo ella-, no estoy conchabada con Guang Mingyun ni con el Ave Fénix. Ese dinero procede de mi familia y de las conexiones de mi padre. No te he mentido desde que volvimos a encontrarnos. Te lo he traducido todo. He intentado explicarte todo lo que he visto. De esas acusaciones al menos soy inocente.

Se sentía desfallecida en los brazos de David, casi como si no sintiera su cuerpo en absoluto.

– Te amo, Hulan. Nada de lo que hicieras o dijeras podría cambiar ese hecho jamás.

– Pero lo que hice…

– Salvaste a tus padres del mejor modo que supiste. En cuanto a todo lo demás, tu maestro, la persona de la granja… Joder, no eras más que una niña.

– Eso no lo justifica.

– No, pero desde entonces has intentado repararlo. -Notó que ella intentaba apartarse, pero la retuvo entre sus brazos-. La verdadera cuestión es si tu podrás perdonarme.

Ella alzo la vista para mirarlo. Tenía lágrimas en los ojos, que resbalaron por sus mejillas. David siguió abrazándola mientras ella lloraba.

20

12 de febrero, Residencia Oficial

Pasaron la noche en casa de Hulan, sintiéndose seguros al saber que agentes del MSP los vigilaban desde el sedán aparcado frente a la puerta. Por la mañana Hulan aúm se sentía conmocionada y David estaba completamente agotado, pero jamás habían estado tan unidos. Todas las barreras que existían entre ellos por fin habían caído. Poco a poco volvieron a concentrar su atención una vez más en su difícil situación. Hulan hizo té y los dos se sentaron alrededor de la pequeña mesa redonda de la cocina. Empezaron con la premisa de que habían agotado sus pistas.

– Alguien quería vernos muertos -dijo David-. ¿Quién sabía que iríamos a la prisión?

– Guang Mingyun.

– Además de él.

– Peter.

David considero esta posibilidad.

– Tu dijiste que Peter informaba a alguien sobre nuestros movimientos. ¿A quién?

– Yo era su inmediato superior -dijo Hulan tras una breve vacilacion-. Después de mi está… el jefe de sección Zai.

– ¿Zai? ¿Tío Zai?

– Pero no puede ser él. Jamás me haría daño.

– Pero creo que seria una buena idea hablar con él -sugirio él-. Podría ser otra persona del ministerio. Tal vez Zai sepa quién es.

Las ropas de David seguían manchadas. Era obvio que lo primero que debían hacer era ir a su hotel para que se cambiara. El medio de transporte mas evidente era el sedan del MSP aparcado frente a la casa, pero ahora la presencia del coche les parecía ominosa.

– Si es alguien del ministerio, ¿como sabemos que no fue esa persona la que envió el coche? -pregunto Hulan. Si estaba en lo cierto, ir al ministerio sería también una temeridad.

A las siete de la mañana, después de decir a los dos investigadores del sedan que irían andando, ambos enfilaron una calle que desembocaba en la entrada posterior de la Ciudad Prohibida. Desde allí cogieron varios autobuses que los llevaron al Sheraton, donde por fin David pudo asearse. Luego cogieron un taxi para ir al Ministerio de Seguridad Publica.

David no podía pasar desapercibido ante los guardias, ni ocultarse de la gente dentro del edificio, de modo que se dirigieron a la planta de Hulan con la mayor despreocupación que fueron capaces de mostrar, fingieron seguir hacia su despacho, pero se metieron a hurtadillas en el del jefe de sección Zai. Al ver que no estaba allí, cerraron la puerta tras ellos. Supusieron que había micrófonos en el despacho, por lo que se movieron con el mayor sigilo y hablaron en cuchicheos.

David se acerco a la mesa y empezó a revolver papeles. -Todo esto esta en chino. Necesito que me ayudes.

– No encontraras nada -dijo ella, acercándose a regañadientes. David cogió una hoja de papel y pregunto:

– ¿Qué es esto?

Hulan explicó que era una requisitoria, sorprendida ella misma del alivio con que se había expresado. El repitió la operación con varios documentos, todos ellos sin interés. Uno de los cajones de la mesa estaba cerrado y tuvo que forzarlo con un abrecartas. Del cajón sacó un documento con un sello rojo estampado. Hulan contuvo la respiración.

– ¿Qué es? -pregunto David.

– Es la sentencia de muerte de Spencer Lee. La mancha roja es el sello del jefe de sección Zai.

– Tu le telefoneaste desde la cárcel después de que Lee fuera condenado a muerte. Tu le pediste que presentara una petición oficial de aplazamiento. ¿Ves algún documento aquí que demuestre que lo hizo?

Ella examinó la mesa y luego negó con la cabeza.

– Pensemos -dijo él-. Quizá Zai haya estado fingiendo. Quizá quiera recuperar lo que perdió. ¿Qué me dijiste ayer? Cambian las cosas y cambian las tornas.

– Tío Zai es un hombre honrado.

– Pero supón que no lo es. Tú le dijiste exactamente lo que estábamos haciendo. Si es quien yo creo que es, tenía que deshacerse de Lee. Si por alguna razón no lo conseguía, tenía que detenernos.

– No puedo creer eso de él.

– Si Peter informaba a Zai -susurro él con vehemencia-, entonces él sabía que íbamos a la Capital Mansión para ver a Cao Hua. -Se esforzó por completar el rompecabezas de todo lo ocurrido aquel día-. ¿Y recuerdas lo que dijo Nixon Chen en la Posada de la Tierra Negra? Le preguntaste si había visto alguna vez a Henglai en el restaurante. El contesto que allí iba la hija de Deng, el embajador, tu jefe. Debía de referirse a Zai.

– Pero eso no significa nada. Todo el mundo va allí alguna vez. El mismo Nixon lo dijo.

– ¿Y cuando volvimos a su despacho? -insistio David-. Zai nos dijo que nos retiráramos. Luego, recuerdas lo que dijo cuando propuse la idea de ir a Los Angeles?

– Dijo que así nos quitaríamos de en medio -asintió Hulan.

– iDe en medio, Hulan! iDe en medio!

– Pero, David, es imposible. Lo conozco de toda la vida. ¿Como podía convencerla?, se pregunto él.

– Mi primer día en China, dije algo sobre el Ave Fénix en el despacho de tu padre. Todo el mundo actuó de un modo extraño a partir de entonces. Tu misma me explicaste luego el porqué.

– Esos casos han sido una verguenza para nosotros. Supusieron una deshonra.

– ¿Por qué? -quiso saber David.

– Zai había investigado las actividades de la banda y…

– No ocurrió nada -dijo él, terminando la frase-. iDebía de trabajar para ellos desde el principio! Y luego esta lo de la bomba. Zai tiene la edad necesaria, Hulan. ¿Estuvo en el ejército?

– Si, todo eso es circunstancial.

– Esto no es circunstancial -dijo él, mostrando la sentencia de muerte de Spencer Lee-. Es una prueba. -Viendo su expresión atormentada, pregunto-: ¿Qué me ocultas? -Ella desvió la mirada y él le cogió una mano, se la llevó a los labios para besarla y añadió-: No más secretos, Hulan. Nunca más.

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