18
11 de febrero, el cruce de caminos
David y Hulan llegaron a China Land and Economics Tower a las nueve de la mañana. Una secretaria los condujo hasta el despacho de Guang, excesivamente caldeado. Les sirvieron té y dulces. Por supuesto, Guang estaba al corriente del arresto y condena de Spencer Lee.
– Estaré siempre en deuda con ustedes -les dijo en inglés-. Si hay algo que pueda hacer por cualquiera de los dos, sería un honor para mí. Por favor, permítanme empezar dando un banquete para celebrar su triunfo.
– Antes de eso, señor Guang, tenemos que hacerle unas preguntas.
– Pero el criminal ha sido arrestado… va a ser ejecutado…
– El fiscal Stark y yo no creemos que Spencer Lee fuera el responsable de la muerte de su hijo -dijo Hulan. El rostro de Guang se ensombreció mientras escuchaba-. Mientras estábamos en Los Angeles, el fiscal Stark y yo hicimos algunos hallazgos interesantes. Esperamos que usted nos ayude a comprenderlos.
– Lo que sea. Todo lo que esté en mi mano.
– Puede que esto no sea agradable para usted -le advirtió Hulan.
– La muerte de mi hijo no fue agradable para mí, inspectora. Nada de lo que pueda decirme cambiará eso.
Creemos que su hijo estaba involucrado en el tráfico…
Guang dio un respingo.
– No se trata de narcóticos -se apresuró a decir ella-, sino con medicinas ilegales en Estados Unidos y en China.
Guang rechazó la idea con protestas parecidas a las del embajador. Finalmente Hulan alzo una mano para hacer callar al empresario y explicó lo que los chicos haían estado haciendo.
– Tiene que responder a algunas preguntas -dijo.
Al oír su tono imperativo, Guang se sento obedientemente en su asiento. Demasiados años en el campo de trabajo, penso Hulan. -¿Le suenan de algo los nombres de Cao Hua, Hu Qichen o Wang Yujen? -pregunto la inspectora.
Guang parecía confuso. Hulan leyo la lista de nombres hallada en el ordenador del Servicio de Inmigracion y que correspondía a personas que viajaban las mismas fechas que Guang Henglai y Billy Watson.
Jamás he oído hablar de ellos.
– Su hijo intento conseguir que uno de sus hermanos de California vendiera bilis de oso.
– Eso no me lo creo.
Hulan no le dio oportunidad de contar historias.
– Qué relacion tiene usted con el Ave Fénix? -pregunto de pronto.
– Ya se lo he dicho, no sé nada de ellos.
– ¿Ha estado involucrado en el contrabando de personas?
– iNo!
La educada pose de Guang empezaba a desmoronarse. Hulan tenía que seguir presionándole.
– ¿Ha estado usted involucrado en el contrabando de bilis de oso?
– ¿Patrocinaba usted a Billy Watson y a su hijo en el negocio?
– ¿Cuántas veces tengo que decírselo? No sé nada de eso.
– No sabía que su hijo hacía contrabando de productos fabricados por Panda Brand, una de sus propias empresas? -inquirió Hulan.
– Soy el dueño de Panda Brand -admitio él-, pero no puedo creer que mi hijo hiciera contrabando con sus productos. Los productos de Panda Brand son absolutamente legales.
– La bilis de oso no -señaló ella.
– No lo sé todo de cada uno de mis negocios, pero sí sé que nuestra empresa farmacéutica realiza investigaciones científicas. -Pareció recobrar su aplomo ahora que el tema había derivado de nuevo hacia los negocios-. Somos una de las cinco únicas compañías de China que ha recibido permiso con el fin de investigar los usos y atributos de la bilis de oso. Estoy seguro de que hay científicos en América que llevan a Cabo investigaciones similares. China intenta salvar a sus osos de la extinción. Nuestros osos se crían en cautividad. Cuando alcanzan la madurez, extraemos la bilis. No utilizamos las formas primitivas de extracción que se usan en las granjas ilegales. Pero no me diga que desvele cuál es nuestro procedimiento -se apresuró a añadir-. Es secreto. En cualquier caso, el plan de nuestro gobierno funciona. La bilis producida anualmente por un solo oso es igual a la obtenida con la matanza de cuarenta y cuatro osos salvajes. A lo largo de un período de producción de cinco años de un oso de granja, se salvan doscientos veinte osos salvajes. Potencialmente, miles de osos salvajes serán «salvados» cada año. Así pues, tenemos osos y otros animales para investigar en Panda Brand, sí, pero eso no significa que hagamos nada malo. Por eso nuestra fábrica está abierta al público. Vienen turistas de todas partes para ver nuestro pequeño zoo.
– Entonces, ¿puede explicar por qué descubrimos que se intentaba introducir ilegalmente bilis de oso de Panda Brand en el aeropuerto de Los Angeles? -pregunto David.
– Está usted en un error -dijo Guang, pero su voz vaciló.
– Me temo que no.
– Comprueben mis registros. Jamás hemos manufacturado ese producto para use público -insistió Guang-, y mucho menos para exportarlo a Estados Unidos.
– Guang Mingyun, usted conoce nuestra política -dijo Hulan-. Clemencia para los que confiesan…
– No utilice amenazas contra mí -replico él coléricamente-. Me pasé ocho años en un campo de prisioneros escuchándolas y no hicieron cambiar mis respuestas.
– Bien. Conoce usted muy bien las injusticias que pueden darse en nuestro país -prosiguió ella-. La ejecución de Spencer Lee está prevista para dentro de dos horas. No voy a mentirle. De alguna manera está involucrado en esto, pero si lo ejecutan, toda la información morirá con él. Metió la mano en su bolso y saco una cajita que entrego a Guang-. ¿Puede decirme qué es esto?
– Son las cajas de empaquetar que usamos en Panda Brand.
– Puede leernos lo que pone en la etiqueta?
– Dice… -La voz de Guang sonaba agraviada-. Dice «Bilis de oso de Panda Brand».
– Lo repetiré -dijo Hulan-. Clemencia para los que confiesan. Los ojos de Guang estaban húmedos.
– El año pasado me llegaron informes de que alguien estaba usando nuestra fábrica para manufacturar embalajes falsos como este. Cuando iniciamos la investigación, descubrimos también que alguien había estado robando bilis de oso de nuestras existencias. Como ya le he dicho, no hay nada ilegal en lo que nosotros hacemos. Producimos bilis de oso únicamente con fines científicos.
– ¿Qué hizo cuando descubrio que faltaban existencias?
– Aumentamos las medidas de seguridad. No hubo más pérdidas.
– ¿Sospecho de su hijo?
Esta última pregunta fue más de lo que Guang pudo soportar. Un ronco gemido surgio de sus entrañas. Luego se estremeció y aspiró profundamente antes de contestar.
– No hasta que desapareció.
– Encontró algo en su apartamento,¿verdad? -dijo Hulan. Guang asintio con expresión grave.
– Su nevera estaba vacía -dijo Hulan-. Pensé que había enviado usted a alguien para que recogiera los alimentos perecederos.
– Eso hice. Cuando el hombre al que envié lo trajo todo a casa, vi la bilis de oso. No sé por qué Henglai la guardaba en la nevera.
– Seguramente los chicos pensaron que así no la vería nadie -dijo Hulan, pero Guang no la escuchaba.
– Volví al apartamento yo mismo -dijo-. Encontré mas bilis. Más de la que nosotros hemos manufacturado jamás.
David se aclaro la garganta. Los tristes ojos de Guang se volvieron hacia él.
– Ayer supimos que hay muchas granjas de osos ilegales en los aledaños de Chengdu. ¿Es posible que su hijo tuviera relación con alguna de ellas?
– No lo sé, pero no pudo hacer todo eso él solo.
– Billy le ayudaba -le recordó David.
– No, me refiero a nuestra fábrica. Alguien de dentro tuvo que ayudarle. Si quieren saber la verdad, deberían investigar allí.
– Pero primero tenemos que detener la ejecución -dijo Hulan-. Para salvar la vida de Spencer Lee, prestaría declaración ante el tribunal sobre las actividades de Henglai?
Guang Mingyun asintió lentamente.