Se oyó el silbido de la tetera. Hulan echó el agua caliente en la tetera de servir. Mientras reposaba, echó cacahuetes, semillas de melón y unas ciruelas saladas en sendos platillos. Una vez preparada la bandeja, Hulan salió al jardín. Se detuvo un momento bajo la columnata y disfrutó de la escena que tenía ante los ojos. Sentados bajo las ramas retorcidas del azufaifo se hallaban su madre y el tío Zai. El hombre que había permanecido junto a la familia de Hulan en los buenos tiempos y también en los malos, estaba sentado frente a Jinli en un taburete de porcelana. Su cabeza ladeada mientras hablaba con Jinli implicaba una gran intimidad. Hulan se acercó a ellos e, inconscientemente, el tío Zai apartó la mano de Jinli. Hulan dejó la bandeja sobre una baja mesa de piedra y sirvió el té. Los tres permanecieron sentados en agradable silencio, disfrutando del calor del sol.
Tras la marcha de David, Hulan había trasladado a su madre y a la enfermera al hutong, donde las dos se habían instalado en uno de los bungalows que daban al jardín. Jinli no parecía darse cuenta de la ausencia de su marido, y mucho menos de su muerte. De hecho, había experimentado momentos de lucidez cada vez mayores, en los que a veces llegaba a conversar con Hulan durante cinco minutos seguidos. Hablaba sobre todo de sus recuerdos infantiles, del tiempo en que se escondía de su nodriza tras el taller de las tejedoras, de las gardenias que a su madre le gustaba dejar flotando en cuencos de agua que colocaba por toda la casa, de cómo sus tíos practicaban sus juegos malabares v sus volatines allí mismo, en aquel patio, hasta que su madre los echaba.
En aquellos momentos, la voz de Jinli, aunque baja y desacostumbrada a hablar, era tan hermosa como Hulan la recordaba.
Ahora ella podía hacer mucho por su madre. Hulan tenía su propio dinero, claro está, pero además su padre había dejado una fortuna digna de un patriarca de una de las Cien Familias. No eran tierras, ni edificios, ni acciones, sino dinero en metálico. El hecho de que parte de ese dinero procediera de las maquinaciones de su padre perturbaba a Hulan, pero el Ministerio de Seguridad Pública siguió el consejo del viceministro Zai y se negó a confiscarlo. Hulan disponía, por tanto, de dinero suficiente para los cuidados de su madre, para restaurar los edificios del complejo, y aún ahorrar algo para…
– Eeeah -llamó una voz-. Ni bao ma? -La directora del Comité de Barrio, Zhang Junjing apareció en la galería.
– Huanying, huanying -dijo Hulan para dar la bienvenida a su vecina antes de que la señora Zhang llegara al patio-. Entre, tía. ¿Ha comido? ¿Quiere tomar té?
La señora Zhang miró con ansia a los otros dos que estaban sentados.
– Su madre tiene muy buen aspecto.
– Oh, está muy cansada. -La respuesta tradicional, aunque falsa, demostraba el respeto que Hulan sentía por la vida de devoción, deber y duro trabajo de su madre.
Cogió a la señora Zhang por el codo y la condujo de vuelta a la cocina.
– Siéntese aquí, tía, verá el jardín y podremos charlar sin molestar a los otros.
– Muy bien -dijo la anciana con frialdad, comprendiendo que su presencia estorbaba.
– Vamos, vamos, tía, hoy no es día para resentimientos. Todo esto aún es nuevo para mamá. Tenemos que darle tiempo.
– No debería ponerse demasiado cómoda aquí, ¿sabe? Muy pronto vendrán y marcarán nuestras casas para ser derribadas. Luego vendrán las excavadoras y tendremos que mudarnos. Lo que yo digo, ¡vayámonos antes de que nos echen a patadas como perros sarnosos! Iremos a algún sitio moderno. Tendremos lavaplatos.
– No tenemos por qué irnos. No van a derribar nuestro hutong. Nuestro líder supremo vivía a unas manzanas. Nadie tocará su barrio.
– Pero Deng ha muerto.
– Su casa se convertirá en lugar de peregrinación. El gobierno querrá conservarlo todo tal como era cuando él vivía.
– Umm -masculló la anciana pensativamente. Luego se palmeó las rodillas abiertas para señalar un cambio de tema-. Ocurra lo que ocurra, debo seguir cumpliendo con mi deber como directora del Comité de Barrio.
– Por supuesto -convino Hulan.
– Y como tal he venido a verla hoy. -La señora Zhang vaciló, esperando que ella confesaría por propia voluntad y le ahorraría la acusación, pero la joven se limitó a seguir sentada con las manos sobre el regazo y con la vista fija en el jardín y en su madre. La señora Zhang carraspeó-. No la he visto traer a casa productos femeninos en muchas semanas, ni he visto restos en su basura. -Hulan no lo desmintió-. Ya conoce nuestra política de un solo hijo por pareja. Usted no ha solicitado un permiso de embarazo. Sabe también lo que opina nuestro gobierno sobre los hijos fuera del matrimonio…
Sin apartar la mirada de su madre y del tío Zai que seguían sentados bajo el azufaifo con las cabezas juntas al revivir algún recuerdo feliz, Liu Hulan extendió la mano para palmear la de la anciana.
– Se preocupa usted demasiado -dijo-. Ya casi es primavera y se han terminado los rigores del invierno. Es hora de que todos iniciemos una nueva vida en China.
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