Una semana justa después de la primera conferencia, volvió a presentar el marqués de la Taillade-Espinasse a su protegido en el aula magna de la universidad. La aglomeración era impresionante. Había acudido todo Montpellier, no sólo el Montpellier científico, sino también, y en pleno, el Montpellier social, en el que figuraban muchas damas que querían ver al legendario hombre de la caverna. Y aunque los adversarios de Taillade, representantes casi todos del Círculo de Amigos de los Jardines Botánicos Universitarios y miembros de la Sociedad para el Fomento de la Agricultura, habían movilizado a todos sus partidarios, el acto obtuvo un éxito clamoroso. Con objeto de recordar al público el estado de Grenouille sólo una semana antes, Taillade-Espinasse hizo repartir dibujos que mostraban al cavernícola en toda su fealdad y embrutecimiento. Entonces mandó entrar al nuevo Grenouille, vestido con una elegante levita de terciopelo azul y camisa de seda, maquillado, empolvado y peinado; y sólo su modo de andar, erguido completamente, con pasos pequeños y airoso movimiento de caderas, y su forma de subir al estrado sin ayuda y de inclinarse con una sonrisa, ya hacia un lado, ya hacia el otro, dejó sin habla a todos los críticos e incrédulos. Incluso los Amigos de los Jardines Botánicos Universitarios enmudecieron confusos. Era demasiado impresionante el cambio y demasiado abrumador el milagro que aquí se había producido: mientras una semana antes había aparecido un animal agazapado y salvaje, ahora tenían ante su vista a un hombre realmente civilizado y bien constituido.
En la sala reinó un ambiente casi respetuoso y cuando Taillade-Espinasse se levantó para tomar la palabra, se hizo un silencio completo. Desarrolló una vez más su teoría, conocida hasta la saciedad, del fluido letal terrestre, explicó a continuación los medios mecánicos y dietéticos con que lo había eliminado del cuerpo del sujeto, sustituyéndolo por fluido vital, e invitó por fin a todos los presentes, tanto amigos como enemigos, a abandonar, en vista de una evidencia tan concluyente, toda resistencia contra la nueva doctrina y a luchar con él, Taillade-Espinasse, contra el fluido maligno y abrirse al beneficioso fluido vital. Al decir esto extendió los brazos y dirigió la mirada al cielo y muchos científicos le imitaron, mientras las mujeres prorrumpían en llanto.
Grenouille, de pie sobre el podio, no escuchaba. Observaba con gran satisfacción el efecto de un fluido completamente distinto y mucho más real: el suyo propio. Como correspondía a las dimensiones del aula, se había rociado con gran cantidad de perfume y el aura de su fragancia se derramó con gran fuerza a su alrededor en cuanto hubo subido al estrado. La vio -de hecho la vio incluso con los ojos. – apoderarse de la primera fila de espectadores y avanzar hacia el fondo hasta impregnar las últimas filas y la tribuna. Y todos cuantos quedaban impregnados -el corazón de Grenouille saltaba de alegría- experimentaban una transformación visible. Bajo el hechizo de su aroma cambiaban, sin que ellos lo supieran, la expresión del rostro, la conducta y los sentimientos. Quienes al principio le habían mirado con descarado asombro, le contemplaban ahora con ojos más benévolos; quienes antes le observaban apoyados en los respaldos de sus asientos, con el ceño fruncido y las comisuras de los labios hacia abajo, indicando crítica, ahora se inclinaban hacia delante con una expresión infantil en el semblante relajado; e incluso en las caras de los miedosos, los asustados, los hipersensibles, que antes le habían mirado con horror y su estado actual aún les inspiraba escepticismo, se advertían indicios de cordialidad y hasta de simpatía cuando su aroma los alcanzaba.
Al final de la conferencia todo el auditorio se puso en pie y estalló en un aplauso frenético. "Viva el fluido vital. Viva Taillade-Espinasse. Arriba la teoría fluidal. Abajo la medicina ortodoxa. "Esto gritó la culta población de Montpellier, la ciudad universitaria más importante del mediodía francés, y el marqués de la Taillade-Espinasse vivió la hora más grande de su vida.
Pero Grenouille, que ahora bajó del podio y se mezcló con la gente, sabía que las ovaciones iban dirigidas a él, exclusivamente a Jean-Baptiste Grenouille, aunque ninguno de los vitoreadores presentes en el aula tenía la menor idea de este hecho.
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Se quedó todavía unas semanas en Montpellier. Había conseguido bastante celebridad y le invitaban a los salones, donde le hacían preguntas sobre su vida en la caverna y su curación en manos del marqués. Siempre tenía que repetir la historia de los salteadores de caminos que lo habían secuestrado, de la cesta que le bajaban hasta la cueva y de la escalera. Y cada vez la adornaba más y le añadía nuevos detalles. De este modo adquirió cierta práctica en el habla -bien es verdad que bastante reducida, ya que no dominó nunca el lenguaje- y, lo que era más importante para él, en un empleo rutinario de la mentira.
Se dio cuenta de que en el fondo podía contar a la gente todo cuanto quería; una vez había ganado su confianza -y confiaban en él tras el primer aliento con que inhalaban su aroma artificial-, se lo creían todo. En consecuencia, adquirió también cierta seguridad en el trato social que nunca había poseído y que se reflejó incluso en su aspecto físico. Daba la impresión de que había crecido; su joroba pareció disminuir y caminaba casi completamente derecho. Y cuando le dirigían la palabra, ya no se encorvaba como antes, sino que continuaba erguido y mantenía la mirada de sus interlocutores. Huelga decir que en este período de tiempo no se convirtió en un hombre de mundo ni en un dandi o asiduo frecuentador de los salones, pero perdió de modo visible su brusquedad y su torpeza, reemplazándolas por una actitud que fue calificada de modestia natural o al menos de una ligera timidez innata que conmovió a muchas damas y caballeros; en los círculos mundanos de aquella época se tenía debilidad por lo natural y por una especie de atractivo tosco, sin refinamientos.
A principios de marzo recogió sus cosas y se marchó con sigilo una mañana muy temprano, apenas abiertas las puertas de la ciudad, vestido con una sencilla levita marrón que había comprado la víspera en el mercado de ropa vieja, y tocado con un sombrero raído que le tapaba media cara. Nadie lo reconoció, nadie lo vio ni se fijó en él porque aquel día renunció ex profeso a perfumarse. Y cuando el marqués mandó hacia mediodía hacer averiguaciones sobre su paradero, los centinelas juraron por todos los santos que habían visto abandonar la ciudad a las gentes más dispares, pero no a aquel conocido cavernícola, que sin lugar a dudas habría llamado su atención. Entonces el marqués hizo correr la voz de que Grenouille había abandonado Montpellier con su autorización para viajar a París por asuntos familiares. Sin embargo, en su fuero interno estaba furioso porque había acariciado el plan de recorrer todo el reino con Grenouille a fin de ganar adeptos para su teoría fluidal.
Al cabo de un tiempo volvió a tranquilizarse porque su gloria se propagó igualmente sin el recorrido y casi sin su intervención. Aparecieron largos artículos sobre el fluidum letale Taillade en el "Journal des Savants" e incluso en el "Courier de l’Europe" y desde muy lejos acudían pacientes afectados por el fluido letal para someterse a sus cuidados. En verano de 1764 fundó la primera "Logia del Fluido Vital", con ciento veinte miembros en Montpellier y más tarde filiales en Marsella y Lyon. Entonces decidió dar el salto hasta París para conquistar desde allí para su doctrina a todo el mundo civilizado, pero antes quería, como propaganda para su campaña, llevar a cabo una proeza fluidal que superase la curación del cavernícola y todos los demás experimentos y, a principios de diciembre, acompañado por un grupo de intrépidos adeptos, emprendió una expedición al Canigó, situado en el mismo meridiano de París y considerado el pico más alto de los Pirineos.