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– Si no hubiera estado de servicio, tal vez. No te tortures por eso. Verás, Candela, vamos detrás de cierto asuntillo sobre el que tenemos razones fundadas para pensar que Lucas y tú disponéis de alguna información.

– ¿Qué asunto?

– La chica austríaca. Vosotros intimasteis con ella, ¿no es así?

– Le juro que no tengo ni idea de quién pudo…

– Despacio, mujer. No te acuso de nada. Sólo te pregunto si tuviste intimidad con ella.

Candela bajó los ojos.

– Imagino que sí.

– ¿Imaginas? Sé un poco más precisa. ¿Cuánta intimidad?

– En realidad fue Lucas. Él, y ella…

– ¿Sólo Lucas? No es eso lo que me han dicho. Vamos, Candela. Tengo una muerta y busco un asesino. No hay ninguna ley que me permita echarte en cara tus inclinaciones sexuales.

– ¿Entonces qué le importa?

– Importa para que me termine de creer que tú no tuviste nada que ver con su muerte.

– ¿Y para qué pregunta? Sabe la respuesta.

– Así que llegaste a esa intimidad. ¿Muchas veces?

– Tres, cuatro. No me acuerdo.

– ¿Cuándo?

– De la última hará diez o doce días.

– ¿Y cuándo la viste por última vez? -Justo entonces.

– ¿Seguro?

– Sí.

Candela no vaciló antes de corroborar este dato. Me fijé porque en casi todo lo demás su inseguridad era notoria.

– Bien, dejemos eso. ¿Sabes quién es Regina Bolzano?

– No -se precipitó.

Me levanté y paseé durante varios segundos arriba y abajo de la habitación.

– Lo intentaremos otra vez -insistí-. ¿Sabes quién es Regina Bolzano?

– No -volvió a precipitarse. El miedo le llenaba el gesto. Sonreí.

– Vamos a ver, Candela. Antes de que sigas tocándome los huevos, voy a dejarte clara una cosa. No estás aquí porque yo me aburra o quiera jugar a las adivinanzas. Hemos hecho antes unas pesquisas. También hemos guardado en un calabozo como éste a esa mujer. Así es la situación. Si me mientes me doy cuenta, y si me doy cuenta de que me mientes me entran ganas de joderte la suerte. ¿Me estás entendiendo?

No rechistó. Por lo común no soy favorable al empleo de un lenguaje soez con los detenidos, pero en ciertas coyunturas es un recurso que puede dar su fruto. Candela no estaba preparada para aquello.

– Bueno, la última -avisé-. ¿Sabes quién es Regina Bolzano?

– Lucas -gimió-. Yo nunca he hablado con ella. Te lo juro.

– Muy bien. Eso es un avance. ¿No tendrás algún barrunto de lo que hablaba Lucas con esa señora Bolzano?

– No.

– Ya empezamos -suspiré-. Mira, Candela, tú tienes un marido y eso se prueba en seguida, con el libro de familia. Pero para probar que con Lucas tienes un vínculo análogo de afectividad ya hay que mear colonia. Y si no lo pruebas, eso que estás haciendo se llama encubrimiento de un homicidio y te cuesta el talego. ¿Me sigues?

Candela se echó a llorar. Partía el alma verla estremecerse, tan desgarbada y quebradiza, enterrando la cara en su busto hipertrófico.

– Habla. Te aliviará -la exhorté.

Sorbiéndose los mocos y con la voz entrecortada, Candela terminó por ceder y declarar:

– Sólo sé que ella le dio dinero. Mucho dinero.

– ¿Y para qué crees que se lo dio?

– No me lo dijo. Es la verdad.

– ¿Qué pensaste cuando te enteraste de que a Eva la habían matado y de que Regina había desaparecido? ¿Que era una coincidencia? ¿No le pediste a Lucas que te explicara algo sobre ese dinero?

Candela trató de rehacerse para aparentar veracidad.

– Él no lo hizo, sargento -dijo.

– Convénceme. ¿Estabas con él esa noche, le tiene miedo a las pistolas, te lo ha contado su ángel de la guarda?

– No estaba con él esa noche. Sé que no lo hizo porque él la quería. Ella destrozó lo nuestro. Le sorbió la voluntad y él se prestó a todos sus caprichos. No sabe cómo era, sargento. Le obligó a entregarme como si yo fuera una sortija.

– ¿Y por qué aceptaste?

– Por rabia, o por miedo, o porque me volví loca. Lo que le conté de la noche que la conocí es verdad. Me la quité de encima como la zorra que era. Por eso se vengó luego.

Sacudí la cabeza, en señal de desaprobación.

– No, no, querida. ¿Pretendes que me trague que todo esto es un enredo con chica mala, grandullón bueno y pasiones tempestuosas? Te voy a aclarar lo que hay, no vaya a ser que intentes ahora engañarme porque tú te has engañado antes. Aquí hay una niña rica que a alguien le convenía que hiciera el equipaje, una intermediaria y un canalla dispuesto a venderse. Lo mezclas, lo agitas y te sale una muerte como tantas, untada de pasta y de mierda. El poema ese que te has montado vale para limpiarse el culo y echarlo al retrete. Después de eso, sólo queda tirar de la cadena.

– Se equivoca -protestó-. Él no pudo. Aunque la otra mujer le pagara por hacerlo, si le pagó por eso. Se arrepintió. Cuando la conoció se vino abajo y no fue capaz de seguir adelante.

– Voy a hacerte la última pregunta, por ahora, así que piensa lo que respondes. ¿Eso que acabas de decirme es lo que crees verdaderamente?

– Sí -repuso, casi sin esperar a que se extinguiera el eco de mis palabras.

– Muy bien. De momento seguirás aquí. Pronto vendrá un abogado y te llevaremos ante el juez.

– ¿Por qué?

– Por participación en asesinato. Encubridora o cómplice, eso lo decidiremos cuando hayamos hablado con Lucas.

– No sabe el error que está cometiendo, sargento. Se lo juro.

Dejé a Candela otra vez sola. Mientras iba hacia la celda de Lucas oí que había cierto movimiento a la entrada del puesto. Era Chamorro, que acababa de llegar.

– Has tardado -aprecié-. ¿Cómo han quedado Andrea y Enzo?

– Inquietos. Se han ido corriendo a su apartamento. He prometido llamarlos cuando supiera qué pasaba contigo. ¿Cómo va por aquí?

La puse en antecedentes. Desde un punto de vista objetivo lo que le había sacado a Candela era mucho y bueno. Tanto que valía para liquidar a Lucas y tal vez, aunque eso no acababa de rematarlo por el detalle incomprensible de no haber borrado sus huellas en el revólver, a Regina Bolzano. Sin embargo, algo me incomodaba. Era el tono y la cara con que Candela me había imputado estar cometiendo un error. A Chamorro, omití mencionarle esta pequeña grieta.

– Ahora vamos con Lucas -concluí-. Le ha llegado el momento de demostrar su valor, el de verdad. Arrearle a alguien es una prueba demasiado simple.

Para interrogar a Lucas nos llevamos a Quintero. Aunque él estaba esposado y esta vez yo no me iba a dejar, no estaba seguro de que Chamorro y yo pudiéramos reducirlo si se ponía agresivo. Por lo pronto bramaba:

– Os va a caer un paquete que os vais a cagar. Quiero el habeas corpus.

– Joder, este tío tiene estudios -opinó Quintero-. ¿Le voy partiendo el primer brazo, mi sargento?

– No hace falta, Quintero. Si se empeña lo llevamos al juez esta misma noche. No necesito más de un cuarto de hora para arruinarlo.

– ¿Y el abogado? Sin un abogado esto no vale nada -puntualizó Lucas, con suficiencia.

– Tu abogado está ahora consolando a Candela mentí-. Se ha hecho daño en la lengua, de todo lo que ha hablado.

– No trates de liarme. La conozco.

– Muy bien, señor… -miré su DNI, que tenía cogido con un clip al de Candela- Valdivia. Veo que es un hombre habituado al trato con la policía, así que no hará falta que le indique que tiene derecho a no contestar si no le apetece y a que se le informe de los cargos que hay contra usted. El letrado cuya presencia reclama, y al que igualmente tiene derecho, se incorporará en los próximos minutos. Mientras tanto me presentaré. Soy el sargento Bevilacqua. Y ésta es la guardia Chamorro.

Lucas miró a mi ayudante con un odio reconcentrado y profundo.

– Me jode no haberme dado cuenta -reconoció.

– A lo mejor no eres tan listo como a ti te parece -le escupió Chamorro, sin amilanarse.

– No se preocupe, señor Valdivia, casi todos caen -le excusé-. Nadie se imagina que una rubia alta que se le insinúa es poli. Hasta los más inteligentes prefieren pensar que son irresistibles. Pasemos a los cargos. De las pruebas y testimonios de que disponemos, entre ellos el de doña Regina Bolzano y el de doña Candela Yuste, se desprende que usted, mediante precio en metálico satisfecho por la señora Bolzano, fue el autor material de la muerte de Eva Heydrich, acaecida en esta isla en la noche del veinte al veintiuno de agosto. ¿Estima que la acusación es imprecisa?

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