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– No lo creas. Sólo tengo una duda que me fastidia un poco.

– ¿Cuál?

– Si ayer hubiera ido solo, o si hoy hubiera venido sin ella, ¿te habrías interesado por mí?

– Claro que sí. Pero no lo mismo.

– ¿Puedo hacerte una pregunta íntima?

– Todas lo son. Estamos desnudos en el agua.

– ¿Qué tiene María que no tengan otras?

Andrea se lo pensó un poco.

– Es alta, no sólo alta: alta y fuerte -dijo, palabra por palabra-. Me recuerda a alguien. También era alta y fuerte. Los hombres altos y fuertes no son más que unos imbéciles. Las mujeres altas y fuertes son duras, te obligan a desearlas. Pero también son débiles, temen que las desees demasiado.

En ese momento advertí que Chamorro, en un acto de heroísmo, o harta de Enzo, o abrasada por el sol, había reunido las fuerzas suficientes para levantarse y venir hasta el agua. Nadaba hacia nosotros, perseguida por el braceo metódico del italiano. Pronto estuvo a nuestro lado. Creo que la frialdad del agua le impedía sonrojarse ante el espectáculo que ofrecía su sargento con una milanesa juguetona colgada del cuello. Pero en seguida tuvo sus propios problemas. Tan pronto como la vio venir, Andrea se soltó de mí y se fue hacia ella con aviesas intenciones.

La abordó por detrás, encaramándose sobre sus hombros y haciendo como que intentaba ahogarla, a lo que Chamorro reaccionó con aproximadamente la misma rigidez que un pura sangre al que se le hubiera agarrado al pescuezo un mono travieso. Mientras las veía así juntas, Andrea tan morena y mi subordinada tan pálida, tan opuestas físicamente, pensé en Eva Heydrich. Bajo el influjo de aquella extraña imagen, en mi cerebro empezó a formarse algo que tardé bastante en poder traducir a palabras. Algo que tenía que ver, por primera vez, con las razones profundas por las que Eva había podido vincularse con la vida y también con la muerte.

Capítulo 11 LA PISTA CHADIANA

Los chapoteos se prolongaron durante un tiempo que a Chamorro se le hizo largo y que a mí también me costó pasar, viendo cómo sufría la pobre. Cuando salimos del agua, Andrea le propuso jugar con las paletas, pero mi ayudante se negó. Sin duda la horrorizaba exhibirse en posturas tenísticas y probables escorzos, pero Andrea interpretó que la resistencia tenía otras causas, lo que visiblemente incrementó su interés y asentó nuestra posición frente a ella de cara a la investigación que nos incumbía. Tan pronto como Andrea, repelida por Chamorro, volvió a dedicarse a mí, quise iniciar, con toda la cautela, algunos avances en esa investigación. Sin embargo, la italiana estaba imparable. Primero me obligó a jugar a las paletas y luego me arrastró de nuevo al agua, donde me hizo nadar, llevarla a caballo y me prodigó su tumultuoso y desvergonzado cariño. Tras un rato de esto, retomamos las paletas y al cabo de cien o mil paletazos nos acaloramos y nos metimos otra vez en el agua. Así, del agua a las paletas y de las paletas al agua, transcurrió la tarde, y cuando el sol hubo bajado lo bastante como para que la estancia en la playa ya no resultara apetecible, me di cuenta de que, aunque trascendente en calidad, era bastante poco en cantidad lo que Andrea me había dejado descubrir. A cambio, había cometido actos por los que Chamorro jamás volvería a respetarme.

Por su parte, ella hubo de aguantar con estoicismo la compañía de Enzo. Al lado de Andrea resultaba un ser irrelevante, neutro, a ratos hasta nulo. Para aligerarle el trance, a media tarde aparecieron Rosina y Fabio. Una o dos veces vinieron junto con Enzo y Chamorro a bañarse con Andrea y conmigo, pero en general permanecieron más o menos al margen. Rosina y Fabio parecían sumidos en una especie de letargo. De vez en cuando Rosina besaba a Fabio en cualquier parte, en el costado o en la oreja, pero era como un tic, algo sin significado concreto.

Al fin, llegó el momento de irnos y Chamorro pudo cubrirse otra vez, lo que la alivió de forma indisimulable. Tampoco diré que yo lamenté enfundarme los pantalones, aunque sí que lo hiciera Andrea. Chamorro estaba bien, pero su ansiedad y mi deber me impedían disfrutar mirándola. Andrea era diferente. Su desnudez se exhibía tan plácida y airosa como el vuelo de una gaviota en el horizonte del crepúsculo.

Antes de despedirnos, Andrea se cercioró:

– ¿Nos vemos esta noche?

– No podemos -la informé.

– ¿Por qué?

– Tenemos otro compromiso.

– ¿Con quién? ¿Dónde?

– No lo quieras saber todo, Andrea. -Y la besé en la frente. Eso tuvo la virtud de desorientarla, y que a continuación le diera la mano a Chamorro y echáramos a andar hacia el coche la desorientó aún más.

– ¿Entonces aquí, mañana? -preguntó.

– Seguro.

Cuando Chamorro y yo estuvimos solos, protegidos por la intimidad del coche, mi subordinada exhaló un hondo suspiro.

– Al fin -dijo-. Ese Enzo es medio subnormal. Y no me quitaba los ojos del culo. -Y como yo sonriera, añadió-: A ti té hará gracia, pero es muy desagradable tener que soportar a alguien que sólo está atento a tu culo.

No había oído mal. Chamorro había dicho culo, dos veces, delante de su sargento. Estaba de veras irritada. Sobre la marcha, cambió de arma para atacarme y eligió otra vez a Andrea:

– ¿Y cómo es que no has quedado con ella para esta noche, con lo dulce que está? Me ha dado pena, la chica.

– Esta noche tenemos otros planes, si no los has olvidado. -Recobré la seriedad-. ¿Qué has averiguado con Enzo? Habéis tenido tiempo para hablar.

– Cuando no está borracho es menos útil. Hemos hablado sobre todo de submarinismo y windsurf. Hasta hoy yo no sabía nada, pero ahora podría sacarme los dos títulos. En toda la tarde sólo he encontrado dos detalles que nos puedan interesar. Uno: Algo ha pasado recientemente que ha deteriorado sus relaciones, las de ambos, con Fabio y Rosina. No sé qué clase de relaciones podían tener antes de salir de Italia, pero cuando los ha visto acercarse, Enzo me ha hecho notar que durante las vacaciones se han arrepentido de venir con ellos. Dos: Enzo está enamorado de Andrea, hasta el punto de resignarse a que ella se divierta con quien quiera. No te imaginas cómo os miraba.

– Bien. Esto empieza tomar una forma. Ahora hay que ver cómo encaja aquí Eva. Lo haremos mañana. Aunque esta noche avancemos respecto a Lucas. El que hayamos sido capaces de abrir dos frentes nos obliga a trabajar más, porque no quiero descuidar ninguno.

– Ah. ¿Y eso es todo? ¿Es que no me vas a contar cómo ha ido esa ardiente aventura? -protestó mi ayudante.

Procuré adoptar una expresión de gravedad.

– No estás en una telenovela, Chamorro. Buscamos a un asesino, no emociones ni chismes. Si lo que te interesa es lo que debe interesarte, o sea, los datos, puedo contarte que tenemos algo sobre lo que pudo haber entre Andrea y la víctima. Y algo más bien oscuro.

Repetí para ella lo que Andrea me había dicho y le participé una parte, que pretendí inteligible, de mis impresiones al respecto. No omití, ni en lo que a ella afectaba, las consideraciones de la italiana sobre el encanto de las mujeres altas y fuertes.

– En todo esto hay algo asqueroso -opinó Chamorro.

– Yo no sé si sería tan drástico.

– A ti no se te ha restregado Enzo por la espalda, como a mí Andrea.

– Es cierto. Y mentiría si dijera que eso me habría gustado. Pero siempre pensé que las mujeres eran más comprensivas con estas cosas.

– Yo no soy nada comprensiva, con estas cosas.

– Ya veo.

Chamorro quedó en silencio. Al cabo de medio minuto, volvió a hablar, con más precaución y más despacio:

– Mi sargento, debe prometerme algo.

– Debe ser algo gordo, cuando me restituyes el tratamiento.

– No contará a nadie nada de lo que ha pasado esta tarde.

Rehuía mi mirada y se sonrojaba por momentos. Nunca pude llegar a pensar que entre Chamorro y yo fuera posible una camaradería estrecha o una confianza absoluta, porque éramos muy diferentes, porque para alguien como ella resultaba muy difícil relajarse ante mí y porque para un hombre poco moderno y algo burdo como yo soy resulta más que complicado mantener una relación sosegada con una mujer demasiado atractiva. Sobre todo desde que la había visto en aquella playa de la forma en que la había visto. Pero en ese momento, en el que reclamaba, casi exigía, que aquel secreto para ella doloroso fuera guardado con celo, la sentí próxima como jamás antes la había sentido. No me costó complacerla:

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