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Mientras ellas duermen

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Un fantasma de los años treinta aún no ahuyentado, un capitán del ejército de Napoleón durante la campaña de Rusia, el León de Napóles cuando era niño, tres hombres marcados por una maldición familiar originada en La Habana, un caso de doble barcelonés que llevará a la ruina a un madrileño, otro doble británico que conducirá al horror, una mujer de Gijón que escribe y reclama a su amante después de muerta, el escritor John Gawsworth cuando fue mendigo, un adorador a oscuras, una `belleza irreal`, un mayordomo neoyorquino encerrado en un ascensor, son algunos de los personajes con que podrá encontrarse el lector de estos cuentos.

Nota previa

De los diez relatos que componen este volumen, ocho se han publicado con anterioridad, alo largo de un periodo de quince años y de manera lo bastante dispersa y a veces oscura como para que no esté de más su reunión o recopilación aquí bajo el título del inédito «Mientras ellas duermen». Tampoco está de más detallar brevemente cómo y cuándo se publicaron, sobre todo teniendo en cuenta que uno de ellos, «La canción de Lord Rendall», exige una explicación que lleva implícita la disculpa.

«La dimisión de Santiesteban» apareció en el volumen Tres cuentos didácticos, de Félix de Azúa, Javier Marías y Vicente Molina Foix (Editorial La Gaya Ciencia, Barcelona, 1975).

«El espejo del mártir» apareció en mi libro El monarca del tiempo (Ediciones Alfaguara, Madrid, 1978).

«Portento, maldición» apareció asimismo en El monarca del tiempo (Ediciones Alfaguara, Madrid, 1978).

«El viaje de Isaac» se publicó en la revista Hiperión, n.° 1, «Los viajes» (Madrid, primavera de 1978).

«Gualta» apareció en el diario El País (Madrid y Barcelona, 25 y 26 de diciembre de 1986).

«La canción de Lord Rendall» se publicó en mi antología Cuentos únicos (Ediciones Siruela, Madrid, 1989) de forma apócrifa, es decir, atribuido al escritor inglés James Denham y supuestamente traducido por mí. Por ese motivo incluyo también aquí la nota biográfica que acompañó al cuento que fue de Denham, ya que alguno de los datos en ella aportados forma parte, tácitamente, del propio relato, que de otro modo estaría incompleto.

«Una noche de amor» apareció en El País Semanal (Madrid y Barcelona, 13 de agosto de 1989).

«Un epigrama de lealtad» se publicó en Revista de Occidente, números 98-99 (Madrid, julio-agosto de 1989).

«Mientras ellas duermen» y «Lo que dijo el mayordomo», finalmente, se publican aquí por vez primera, y quizá por eso me permito recomendar al lector impaciente que empiece en orden inverso.

Estos diez relatos no son la totalidad de cuantos recuerdo haber escrito, pero sí la mayoría. Algunos me parece aconsejable que aún permanezcan dispersos o en la oscuridad.

JM

Enero de 1990

P.D. Casi diez años después

Aún suscribo esa última frase, y algunos de los cuentos que he escrito seguiré manteniéndolos dispersos o en la oscuridad. Pero a esta nueva edición de Mientras ellas duermen se incorporan dos de los proscritos entonces y otros dos posteriores, sumando en total catorce. Quizá no haya mucha justificación para ninguno de ellos, seguramente son sólo curiosidades impertinentes para impertinentes curiosos. En todo caso, no harán ningún mal (si acaso a mí). Del mismo modo que hace casi diez años me permití recomendar al lector que empezara con los cuentos de atrás adelante, ahora puedo asegurarle que -si no es curioso ni impertinente- poco perderá si se salta las cuatro nuevas incorporaciones, cuya historia o prehistoria es la siguiente:

«La vida y la muerte de Marcelino Iturria-ga» se publicó en El Noticiero Universal (Barcelona, 19 de abril de 1968). Creo que es el primer texto mío que jamás fue a la imprenta, y fue sin que yo supiera de esa visita con anterioridad. Tenía dieciséis años cuando apareció en aquel simpático diario vespertino barcelonés que ya no existe. Pero veo en el original a máquina que fue escrito el 21 de diciembre de 1965, es decir, cuando contaba sólo catorce años (espero benevolencia). Su mayor curiosidad radica en alguna semejanza con otro relato, quizá aquel del que menos descontento estoy, «Cuando fui mortal», de 1993, incluido en el volumen de ese mismo título.

«El fin de la nobleza nacional» apareció en la revista Hiperión, n.° 2, «La carne» (Madrid, otoño de 1978).

«En la corte del rey Jorges» se publicó en la revista El Europeo, n.° 31 (Madrid, abril de 1991). Más que un cuento, es una propuesta de culebrón, que me fue solicitada, como a otros cuatro autores, por el incansable y saltarín Enrique Murillo, si no recuerdo mal.

«Serán nostalgias», por último, se publicó en el libro colectivo Las voces del espejo (Publicaciones Espejo, México, 1998). Con la habitual premura que rodea a esta clase de proyectos, se me solicitó un cuento para ese volumen, que, ilustrado por dibujos de niños del Estado de Chiapas, los tendría a ellos como beneficiarios. Tan poco tiempo en verdad se me dio, que sólo acerté a conseguir una adaptación o variación sobre otro cuento ya escrito, «No más amores», de 1995, y asimismo incluido en el volumen Cuando fui mortal (Alfaguara, Madrid, 1996). «Serán nostalgias» es el mismo relato en esencia, pero el lugar de su acción y los personajes son mexicanos ahora, en vez de ingleses, y el fantasma que por él transita ya no es el de un joven rústico y sin nombre, sino el de un hombre hecho y derecho, y no anónimo desde luego. Disculpen su intrusión los lectores severos, y también las incorporadas bromas de esta nueva edición. No puedo evitar confiar en ello.

JM

Diciembre de 1999

La vida y la muerte de Marcelino Iturriaga

I

El 22 de noviembre de 1957 fue un día muy nublado. Las nubes, formando una masa inerte, compacta e inexpugnable, cubrían el horizonte, y la tormenta amenazaba constantemente con desencadenarse.

Aquel día tenía un especial significado para mí. Hacía un año exactamente que había abandonado a los míos para no volver jamás. Era el primer aniversario de mi muerte. Por la mañana había venido Esperancita, mi mujer, y me había traído un ramo de flores, que me había colocado con mucho cuidado encima. No me gustaba que hiciera esto, ya que las flores me estorbaban y no podía ver bien, pero el día 22 de cada mes venía a renovármelas, trayendo consigo, una vez sí y otra no, a los chicos. Aquel mes les tocaba haber venido, pero supongo que Esperancita, por ser el primer aniversario, habría preferido venir sola. Por esta misma razón el ramo de claveles era más abundante que de costumbre, y me dificultaba la visión más que nunca. Aun así, pude observar bien a Esperancita. Estaba un poco más gorda que el mes pasado e indudablemente ya no era aquella chica ágil, esbelta y graciosa que tanto me había gustado antaño. Se movía con cierta pesadez y dificultad, y el luto, que todavía guardaba, le sentaba muy mal. Así vestida me recordaba a mi suegra enormemente, porque además el pelo de Esperancita ya no tenía aquel color negro puro, sino que empezaba a blanquearle sobre la frente y en las sienes. En aquel momento recordé cómo era la última vez que la vi con los ojos abiertos, y al hacerlo se me presentó claramente la escena que había ocurrido hacía un año en mi piso de Barquillo y, al mismo tiempo, toda mi vida.

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