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– ¿Para qué?

– Para saber todo de ti. Todo lo que supo Mariana.

– Tú no eres Mariana. Esa historia no te toca. ¿Tú qué sabes si me toca o no? -Lo sé perfectamente -dijo Lucas. -

– ¿Vamos a ir a tu casa? -No.

Leonor se paró con un mohín de despecho y fue rumbo al baño esforzándose inútilmente en caminar derecha. Regresó pintada de nuevo pero tambaleándose aún, y no se dirigió a la mesa de Lucas sino a la de enfrente, donde dos vagos terminaban de comer fumando puros y elevando sus copas de coñac. Se sentó junto a ellos, luego de preguntarles si estaba ocupado el lugar y si les importunaba su compañía. Estaba a punto de perder el sentido, ebria y confusa como Lucas no la había visto nunca, pero pidió un coñac. Antes de que su copa llegara, Lucas pagó la cuenta, recogió el bolso de metal y pasó a buscarla.

– Nos vamos -le dijo.

– ¿A tu casa?

– A mi casa -aceptó Lucas, y la hizo pararse de la mesa.

Cuando pasaron junto al bar del restorán, Leonor dijo:

– Quiero una copa antes.

– Hasta la casa -ordenó Lucas.

– Soy tuya -le dijo Leonor cuando subieron al coche.

– Deja de jugar.

– No es un juego. Rompí con mi familia. No tengo a dónde ir. Tú eres el único lugar a donde quiero ir. Voy a vivir contigo.

– Yo no vivo con nadie -dijo Lucas.

– Soy tuya -insistió Leonor.

Se durmió en el coche, pero al llegar a la casa pidió otra copa y fue al baño a fumar la bachicha de hierba que le quedaba.

– ¿Aquí fue todo? -preguntó al volver, señalando la sala de altos libreros y sillones de cuero.

– ¿Todo, qué? -dijo Lucas.

– Tú y Mariana. Todo -dijo Leonor. Te amo.

Y se quedó dormida en un sofá.

Lucas la cargó a la recámara de huéspedes. Sintió su levedad, su juventud, su olor de niña escapando entre las vetas del alcohol y la agresividad del perfume. Dejó prendida una lámpara para ve lar su sueño y bajó a la sala por un wisqui. Camino a su cuarto, lo asaltó el recuerdo de Mariana. Le sucedía de vez en cuando: el dolor de Mariana venía intacto y explotaba en la boca de su estómago con una mezcla de fiesta y batalla. "Todavía estás ahí", dijo. Era el mismo dolor que se quedó en su estómago varios días después de que Mariana abrió la puerta de su departamento aquella madrugada y le dijo, blanca de miedo y sorpresa: "No estoy sola". Había bajado a la calle doblado sobre sí mismo, ocupado por ese dolor de los esfínteres a las sienes, y por el rostro despintado de Mariana diciéndole "No estoy sola". El dolor se había quedado una semana y había regresado desde entonces, sin aviso ni método, junto con los asaltos de Mariana sobre su soledad y su memoria. Durante años había despertado en la madrugada con el dolor clavado en el diafragma de su estómago. Luego, los asaltos se habían espaciado, habían llegado á pasar meses largos sin que la ráfaga volviera, pero infaliblemente regresaba. Al paso de un objeto o la evocación de una escena, la punzada volvía a tomarlo con una furia que llegó sin embargo a agradecer, porque le recordaba que Mariana estaba intacta todavía en alguna parte de él, y que eso que quedaba prendido a sus vísceras era un antídoto pobre pero cabal contra su muerte.

Agradeció el dolor, suspendió el wisqui y trató de leer una hora antes de dormir. Agitado de sombras y presagios, despertó en la madrugada con el chirrido de la puerta. Entre legañas vio la silueta acercarse a su cama. Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía junto, como una fuente fresca, el cuerpo desnudo de Mariana y la voz de Leonor repitiendo: -Soy tuya.

Saltó de la cama, cegado por la escena, pero Leonor vino tras él, tratando de besarlo, y exigiendo: -Te amo. Soy tuya. Hazme tuya.

La sentó en la cama y le echó una cobija sobre los hombros, antes de prender la lámpara.

– No -le dijo, mirándola con fijeza.

– Soy tuya, aunque no lo quieras elijo Leonor. Lucas admiró la belleza fantasmal de aquel rostro blanco y terso, noble y perfecto en sus líneas, incendiado por la fiebre de los ojos que brillaban como antorchas en la noche.

– No hables -le dijo. -Espérame aquí.

Lucas fue al baño, prendió un cigarrillo y fumó hasta sentir que el humo había entrado hondamente en él. Cuando volvió a su cuarto, Leonor estaba desnuda otra vez, blanca, larga y adulta en la abundancia de su pubis y la redondez rosada de sus senos. Volvió a cegarlo la belleza de ese cuerpo nítido, flotando como un cendal de niebla en la noche, pero volvió a taparlo con la cobija.

– No puede ser -le dijo.

– Está siendo -repuso Leonor.

– No, no está siendo -rehusó Lucas. -Ni puede ser. Quiero que entiendas esto. Tú eres lo más parecido a Mariana que puede tolerarse, pero no eres ella.

– Soy igual a ella -se ofreció Leonor. -Y también soy tuya.

– No eres igual a ella -dijo Lucas. -Aunque mires y camines igual. Y no eres mía. No tienes edad para ser de nadie.

– Tengo edad para elegir mi vida. Y te he elegido a ti -dijo Leonor. -Igual que Mariana.

– Yo no estoy disponible -dijo Lucas. -Ni para ti ni para nadie. Y deja de hablar de Mariana como si fueras ella.

– Yo soy ella -dijo Leonor.

– No -le dijo Lucas, exasperado. -Tú eres una muchacha caprichosa que confía demasiado en sus nalgas. No tienes nada que ver con Mariana.

– Quiero que me ames como a Mariana -porfió Leonor. Aquí estoy como ella, lista para ti. Pero yo no te voy a dejar, ni me voy a morir, ni voy a dejar que me maten.

¿De qué estás hablando? -le gritó Lucas, zarandeándola por los hombros, como si quisiera despertarla. -Deja de decir estupideces y escúchame, óyeme bien. Voy a decírtelo con toda claridad para que lo entiendas y terminemos con esto.

Yo soy el viudo de tu tía Mariana, y no quiero sustitutos. La única Mariana que me importa es la que queda en mí. Tú no eres parte de eso, no tienes que ver con eso, aunque te parezcas a tu tía.

¿No me quieres a mí? -murmuró Leonor.

– No -dijo Lucas, con la voz quebrada. -Quizá no he querido ni siquiera -a Mariana. Quizá sólo he querido mi encierro, mi desconsuelo por su muerte. Pero eso es lo que quiero y tú no tienes nada que ofrecer en eso. Mucho menos el chantaje de tu cuerpo.

– Te lo doy porque te amo -musitó Leonor.

– No -dijo Lucas. -Me lo das porque estás borracha, y no sabes bien a bien ni dónde poner las nalgas.

– Me desechas porque eres un desecho -le dijo, agraviada Leonor. -Por lo mismo que no pudiste con Mariana.

– Ya te dije que no me hables de Mariana -rechazó Lucas. -Vete a tu cuarto, cuenta borreguitos, sueña con tu novio, y no vuelvas a hablarme de Mariana.

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