– Duerme bien, tienes que hacer un largo viaje. Nosotros terminaremos de hacerte el equipaje.
Entonces, con gran solemnidad, me dieron cuarenta dólares.
– Tu padre escribió a tu tío en Hong Kong cuando te dieron la beca y le preguntó si podía pedirle prestado este dinero. Debes tener un poco de dinero en efectivo cuando llegues allí. Asegúrate de ponerlo a buen recaudo y no olvides devolverlo en cuanto puedas
Tenía el cheque de Ning por valor de mil dólares, pero no era dinero en efectivo y tampoco estaba segura de si utilizarlo o no. Tomé el dinero y les di las gracias a mis padres. En aquel momento me di cuenta de que habían encanecido en cuestión de pocos meses. En sus miradas vi el amor que se profesaban el uno al otro y el que sentían por sus hijas, y las penurias y preocupaciones qué habían soportado por mí durante los últimos veintitrés años. Eran sentimientos no expresados, pero intensos. Ahora que los dejaba para marcharme a un nuevo mundo del que ni ellos ni yo sabíamos mucho, por lo que daba la sensación de que se hallaba tan lejos como el borde del cielo, me preguntaba hasta qué punto continuaría siendo una carga para mis progenitores.
El 2 de agosto de 1989, mis padres, mi hermana, Eimin y yo llegamos al Aeropuerto Internacional de Pekín. Puesto que a la zona de facturación sólo se permitía la entrada a los pasajeros, nos despedimos en el vestíbulo de salidas.
Eimin fue el primero en decirme adiós.
– Llámame a la oficina en cuanto llegues -pidió.
– Por supuesto. Empezaré de inmediato con el papeleo para que puedas reunirte allí conmigo.
– Bien.
– Cuídate y escribe a menudo -dijo mi padre.
– Tú escribe a papá y mamá, ellos me harán saber cómo te va -me dijo mi hermana-. Yo puedo leer las cartas cuando venga a casa durante las vacaciones.
Mi madre, que durante los últimos días había conseguido controlar sus emociones para que no afectaran a las mías, en aquellos momentos temblaba visiblemente. Parecía como si se acabara de dar cuenta de que sólo disponía de unos minutos para decirme todo lo que quería y que deseaba darme el amor de toda una vida. Empezó a hablar acerca de cómo me las arreglaría en un nuevo país y con una nueva forma de vida.
– Ten cuidado, no salgas sola por la noche. En Estados Unidos hay mucha delincuencia… Si no te gusta estar allí, vuelve a casa… La hermana de Xiao Xiao también está estudiando en la misma universidad. ¿Recuerdas que te he dado su número de teléfono? Llama en cuanto llegues… No te pierdas en el aeropuerto…
– No te preocupes, mamá, todo va a ir bien -intenté tranquilizarla, aunque en el fondo no tenía ni idea de cómo iba a ser mi vida a partir de aquel momento.
– Ahora será mejor que te vayas -me indicó papá, y me hizo un gesto con la cabeza; me di cuenta de que estaba más preocupado por mi madre.
– Adiós, cariño.
Mamá me abrazó. Volvió la cabeza para que no viera sus lágrimas.
Abracé a mi hermana y a Eimin, le estreché la mano a mi padre y les dije adiós. Atravesé la puerta de la mampara de cristal que separaba a los que se iban de los que se quedaban. En cuanto facturé, llevé las maletas por una puerta en la que ponía «punto sin retorno» hacia la cinta transportadora. Luego regresé a la puerta y vi que mi familia seguía en el mismo lugar; los saludé con la mano y una amplia sonrisa y ellos me devolvieron el saludo.
Cuando ve di la vuelta, las lágrimas me corrían por las mejillas. Seguí adelante, alejándome de mi marido, de mis padres que envejecían, que me habían criado tanto en las duras como en las maduras, y alejándome de mi hermana menor, a la que quería pero de quien tenía la impresión de no conocer realmente, puesto que yo me había ido al internado cuando ella tan sólo tenía nueve años.
Seguí andando, alejándome del único país que había conocido y de la única vida que había tenido. Estaba a punto de hacer el primer viaje en avión de mi vida y lo único en lo que podía pensar era que, a partir de entonces, mis días estarían llenos de sueños, de soledad y añoranza.