La multitud se quedó callada; muchos de los hombres iban todavía en camiseta y calzoncillos. Algunos tenían la mirada fija en la pequeña pero iluminada ventana de la habitación donde estaba la emisora de radio estudiantil, otros se quedaron mirando el suelo. La gente permaneció en silencio, en un silencio absoluto.
Volvió a oírse de nuevo aquella música fúnebre y de repente me eché a llorar. Al rato me calmé. Llegaban más noticias.
«Este compañero acaba de regresar del centro de la ciudad. Dejad que os cuente lo que ha ocurrido.
«Compañeros estudiantes, soy un alumno de tercer año del departamento de literatura china. Me encontraba en el puente Muxudi cuando entraron las tropas. Primero usaron los tanques para apartar los autobuses que habíamos utilizado para bloquear la calle. Luego avanzó la infantería. Cientos de ciudadanos y estudiantes intentaron detener a los soldados, lanzándoles ladrillos y latas de coca-cola. Ellos respondieron con sus fusiles, disparando contra la multitud. Saltaban chispas cuando las balas rebotaban en la calle. La gente caía como moscas, había sangre por todas partes. Cuando terminó el tiroteo, ciudadanos y estudiantes cargaron de nuevo, sólo para que las tropas volvieran a disparar. Los cuerpos de los muertos y heridos estaban desparramados… por todo el bulevar.»
Entonces se acercó al micrófono otro testigo. Este segundo estudiante había estado en un cruce cerca de la plaza de Tiananmen.
«Las tropas tenían tanta prisa por llegar a la plaza de Tiananmen que dispararon a todo aquel que se les ponía por delante. Cuando la gente volvió a la carga con ladrillos y piedras, ellos dirigieron los tanques contra la multitud, atrepellando [a la gente]… Por todas partes había personas gritando, presas del pánico.»
Estaba de pie entre el gentío, bajo la farola. A mi alrededor, la gente tenía el rostro ensombrecido. Me pregunté qué hora sería. Estaba temblando de frío.
– Vamos dentro y te cambias de ropa.
Eimln me pasó el brazo por encima del hombro. Me di cuenta de que todavía llevaba la bata. Fuimos andando hacia el Edificio para el Joven Profesorado. El patio estaba vacío entonces. Había luz en casi todas las ventanas de los edificios de alrededor. Me pregunté acerca de las que permanecían a oscuras. ¿Dónde estaban sus ocupantes? ¿Regresarían vivos a casa?
Subimos arriba y oímos los gritos de la señora Chen.
– ¿Dónde has estado?
Entonces la vimos agarrando a su marido por la chaqueta y sacudiéndolo con todas las fuerzas de su cuerpo.
– Vale. Vale, ya está. Ya he vuelto -contestó su marido, y la abrazó intentando que no se comportara de forma tan violenta.
– Estaba tan preocupada que creí que me moría -gritó ella dejando caer la cabeza en el hombro de su esposo. Parecía agotada.
– ¿Lo ve? Le dije que todo iba a salir bien -dijo la señora Liu con una sonrisa.
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Estuviste en la plaza de Tiananmen? -preguntó Lao Liu con impaciencia.
El profesor Chen nos dijo que no había estado en la plaza, sino en el bulevar de la Paz Eterna, montando el bloqueo en las calles. Entonces llegaron los tanques. Estaba oscuro, pero se podían ver los soldados sentados encima de los blindados, apuntando con sus fusiles en todas direcciones, como si el enemigo los estuviera rodeando.
– ¿Cuántos erais?
– Unos cincuenta.
Dijo luego que iban todos con las toallas húmedas en la boca, esperando los gases lacrimógenos, pero que en lugar de eso los soldados abrieron fuego. En un primer momento todo el mundo pensó que eran balas de goma, luego vieron las chispas de los proyectiles al rebotar en la calzada y en seguida supieron que se trataba de balas de verdad.
– ¿Viste que mataran a alguien? -le pregunté.
El profesor Chen estaba visiblemente afectado, y con voz entrecortada nos explicó que dos personas resultaron heridas: una fue alcanzada en la pierna izquierda, la otra, una chica, tenía una herida de metralla en el hombro.
– ¿Y luego? ¿Qué pasó luego? -preguntó Lao Liu.
– Varios estudiantes se llevaron a los heridos en bicicleta al Hospital de Fuxing. Volvimos a empujar los autobuses hacia la carretera y les prendimos fuego. -En aquel momento el profesor Chen se volvió y miró a su mujer-. Pensé en ti y sabía que estarías preocupada, de modo que me marché.
– Dejemos que se vayan a casa -le dijo la señora Liu a su marido-. Dejemos que Xiao Chen descanse. La señora Chen también debe descansar.
– Sí. Vosotros marchaos. Marchaos -sonrió Lao Liu.
La señora Chen abrió la puerta y su marido la siguió.
– Xiao Chen -lo llamó Lao Liu. El profesor se dio la vuelta-. Eres un joven muy valiente -le dijo Lao Liu hablando como un padre.
El profesor Chen hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y luego entró detrás de su esposa.
A eso de las cinco llegaron las primeras noticias de testigos presenciales de la plaza de Tiananmen.
«Alrededor de medianoche, las tropas tomaron posiciones al este, en el Museo de Historia China, y al oeste, junto a la Gran Sala del Pueblo. Hileras de tanques y camiones del ejército se alinearon en el extremo norte de la plaza, cerca de los Puentes de Aguas Doradas.»
Muchos vecinos del lugar habían oído hablar de la masacre y se habían acercado para estar al lado de los estudiantes, por lo que había una multitud de varios miles de personas escuchando las historias que éstos contaban.
«En la esquina noroeste, un vehículo blindado se averió y un grupo de estudiantes lo volcó y lanzó cócteles Molotov en su interior después de que todos los soldados hubieran salido. El blindado se incendió. Las tropas enloquecieron y dispararon repetidas veces sobre los estudiantes. Cuando llegó la ambulancia del Centro de Urgencias de Pekín para recoger a los heridos, ¡los soldados abrieron fuego contra los médicos!»
La gente que escuchaba gritaba: «¡Animales!» y «¡Bárbaros!».
A las cinco y media, la emisora estudiantil anunció que el cálculo aproximado por parte de la Cruz Roja de Pekín se elevaba ya a cuatro mil muertos y muchos más heridos.
«A las cuatro de esta madrugada, las luces de la plaza se apagaron. Tropas, coches blindados y tanques empezaron a entrar en la plaza de Tiananmen desde el extremo norte. Las tropas, que se contaban por decenas de miles de soldados, avanzaron en filas, blandiendo bastones y disparando fusiles de asalto al tiempo que se lanzaban contra los estudiantes, a quienes hicieron retroceder hacia las escaleras del Monumento a los Héroes del Pueblo. Enfrentados a la muerte, cantaron en voz alta La Internacional»
En aquel momento nos dijeron que ninguno de los manifestantes había salido vivo de la plaza.
Varios estudiantes empezaron a repartir brazaletes negros. Había que recordar y llorar a los muertos. Tomé uno y me lo puse en el brazo izquierdo, pero entonces no había tiempo para lamentar las pérdidas.
«Las tropas se dirigen ahora al distrito universitario. ¡Compañeros estudiantes, ha llegado la hora de defender nuestro campus!», anunció la emisora.
– ¡Con nuestras vidas! -gritó la multitud-. Como los compañeros que han muerto en la plaza de Tiananmen.
Las farolas empezaban a apagarse, despuntaba el día.
– Traed todas las botellas que podáis encontrar, botellas de salsa, de cola, de cerveza…, y llevadlas a todas las puertas. Las necesitaremos para fabricar cócteles Molotov. ¡Compañeros, defended nuestro campus, defended la libertad!
Subí corriendo a nuestra habitación. Había cuatro botellas de coca-cola sin abrir en la nevera. Las abrí todas, vertí el líquido oscuro en la pileta del baño. Eimin me siguió hasta allí y mientras yo vaciaba las botellas dijo:
– No vayas. Es demasiado peligroso.
Había varios vecinos en el baño. Se nos quedaron mirando fijamente. Yo no dije nada.
– ¿Te has vuelto loca? ¿Acaso quieres morir?
Ahora Eimin levantó la voz.
Continué sin decir nada. En lugar de eso, empecé a correr hacia las escaleras con las botellas vacías. Tal vez me hubiera vuelto loca, pero es que el mundo se había vuelto loco.
– Te crees valiente, ¿verdad? No es más que una ilusión. Simplemente eres una ingenua. Pronto te vas a arrepentir -gritó Eimin a mi espalda mientras yo me alejaba a todo correr.
No me detuve. Me odiaba a mí misma por haber sido una cobarde la noche anterior. Aquélla iba a ser mi oportunidad para redimirme.
Por el camino que ascendía hasta la puerta sur me uní a las demás personas que también corrían hacia allí con botellas en los brazos. Nadie miró hacia atrás.
A la una de la madrugada del 4 de junio, las tropas del ejército entraron en la plaza tal como se les había ordenado. Los altavoces estuvieron transmitiendo sin cesar durante tres horas y media. El comunicado urgente del Gobierno Municipal de Pekín y el Centro de Mando de la Ley Marcial instaba: «Los ciudadanos y estudiantes deben evacuar la plaza inmediatamente para que las tropas puedan llevar a cabo su misión de manera satisfactoria. No podemos garantizar la seguridad de quienes no obedezcan, que serán los únicos responsables de las consecuencias».
Mientras la emisión continuaba, unos soldados con casco y fusiles de asalto se apiñaron en las escaleras del Museo de Historia China en el lado este de la plaza. Al norte de la misma, los camiones y tanques del ejército habían aparcado frente a los Puentes de Aguas Doradas y los soldados aguardaban fuera de los vehículos. En la parte meridional de la plaza aparecieron soldados armados al norte de Qianmen y en el lado norte del Mausoleo de Mao. Al oeste, otro contingente esperaba órdenes en el interior de la Gran Sala del Pueblo. A las dos de la madrugada, los soldados que aguardaban frente a la puerta norte del Museo de Historia China corrieron hacia el bulevar de la Paz Eterna empuñando bastones y fusiles de asalto y acordonaron la avenida.
A las cuatro de la madrugada se apagaron todas las luces de la plaza. Entonces los altavoces transmitieron un «Aviso para desalojar la plaza» que decía: «Ahora empezaremos a desalojar la plaza y aceptamos vuestra petición para evacuarla».
Las fuerzas avanzaron hacia el Monumento a los Héroes del Pueblo de norte a sur en columnas, con los fusiles apuntando al aire o a los estudiantes. Tanques y vehículos blindados también empezaron a avanzar de norte a sur, aplastando a su paso las tiendas de los estudiantes y la Diosa de la Democracia de espuma de poliestireno.
A las cuatro y media volvieron a encenderse las luces. Los estudiantes se encontraron a unos treinta metros de distancia de decenas de miles de soldados armados, tanques y vehículos blindados. A medida que las tropas avanzaban, los miles de estudiantes empezaron a retirarse de la plaza.