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3. Queda prohibido inventar o difundir rumores, transmitir en cadena, pronunciar discursos públicos, distribuir panfletos o incitar a la anarquía social.

4. Los extranjeros tienen prohibido involucrarse en cualquier actividad de los ciudadanos chinos.

5. Bajo la ley marcial, los oficiales de las fuerzas de seguridad y los soldados del ELP están autorizados a emplear todos los medios necesarios, incluida la fuerza, para ocuparse de las actividades prohibidas.

Me pregunté qué significaban realmente aquellas palabras. Era la primera vez que se imponía la ley marcial en China y, como la mayoría, no tenía ni idea de cómo funcionaba ni de lo que podría ocurrir. Algo que sí sabía a ciencia cierta era que el ejército iba a tomar la ciudad. Pero, ¿cuántos soldados habría y cuáles serían sus funciones? ¿A qué se referían con «todos los medios necesarios»? ¿Qué clase de fuerza? Evoqué la imagen de la marcha de un millón de personas de hacía dos días. ¿Qué haría el gobierno si volvía a darse? No sería posible arrestar a diez mil personas, y muchísimo menos un millón.

Reflexioné sobre estas preguntas durante todo el camino hasta casa.

En las calles no se apreciaban cambios que indicaran que la ciudad se encontraba bajo la ley marcial. No se veían soldados ni vehículos del ejército, a los que yo había imaginado invadiendo la ciudad. De vez en cuando oía a los ciclistas que pasaban por allí cerca especulando sobre alguna de aquellas mismas cuestiones. Parecía que la gente estaba asustada, pero pocos sabían lo que sucedería.

En cuanto abrí la puerta de casa de mis padres supe que algo iba mal. En el apartamento, siempre tranquilo, resonaban fuertes voces; mis padres estaban gritando. ¿Y qué hacía mi padre en casa a aquella hora del día?

– Debes hablar con ella. Está en casa de Lao Chen esperando a que la llamemos -dijo mi madre en tono de urgencia-. Le dije que tenía que volver a casa inmediatamente. ¡El cielo se está viniendo abajo!

– Entonces, ¿a qué estamos esperando? Vayamos a la oficina de Correos ahora mismo. Tiene que volver a casa. Es una orden -afirmó mi padre. En aquel entonces, las llamadas telefónicas de larga distancia tenían que hacerse en la oficina de Correos.

– ¿Qué ocurre?

Cerré la puerta tras de mí. Mis padres se sobresaltaron. No me habían oído entrar.

– Es tu hermana. Ayer tuvimos noticias suyas que decían que se había estado manifestando en Qing Tao con sus compañeros de clase, impidiendo el paso a los camiones de suministros. -Mi madre apretó el bolso con fuerza, como si estuviera estrangulándolo, y le temblaba la voz-. ¿Por qué hace algo tan peligroso? ¡La mandamos a la universidad a estudiar, no a morir!

A la sazón mi hermana Xiao Jie cursaba su tercer año de carrera; estudiaba oceanografía en la universidad en la pintoresca ciudad costera de Qing Tao, una antigua colonia alemana en la costa oriental de China. Además de por su famoso brebaje -la cerveza de Qing Tao-, la ciudad era conocida por ser la sede de una base naval china.

– No es tan grave, mamá -intenté tranquilizarla.

– ¿No? Lo que está haciendo es crear problemas en el transporte y los suministros, interrumpir el trabajo normal de las fábricas. ¿No lo has oído? ¡El ejército puede disparar contra cualquiera que lleve a cabo actos semejantes!

– Tu madre le ha pedido a tu tío Chen que fuera a buscar a Xiao Jie a la facultad -dijo papá-. Sois todos unos idiotas. Ya no se trata de una manifestación estudiantil, ¡es una cuestión de vida o muerte!

– ¿Y yo qué tengo que ver con que no vuelva o no a casa? -protesté, sin que me hicieran caso.

– Vámonos antes de que cierre la oficina de Correos o de que el ejército paralice la ciudad. -Ahora era mi madre la que quería marcharse-. ¡Va a regresar en el primer tren que salga hacia Pekín! Pase lo que pase a partir de ahora, quiero tener a mis hijas cerca.

– De acuerdo, no empecemos a gritar otra vez -dijo mi padre-. Gracias al cielo, todavía no ha pasado nada. Os dije que esto iba a terminar mal. Todo el asunto no es más que un juego estúpido. ¿Ahora me creéis?

– Vámonos, vámonos -interrupió mi madre, que ya tenía un pie al otro lado del umbral.

En cuanto se marcharon mis padres, saqué una botella de coca-cola de la nevera y me fui a mi habitación. Encima del escritorio había una carta de Estados Unidos. Reconocí la letra de Ning inmediatamente.

La cogí en seguida, preguntándome por qué el sello era chino. Abrí el sobre. La carta estaba escrita en tres hojas de suave papel blanco. En medio de las hojas cuidadosamente dobladas había un cheque por valor de mil dólares. «Querida Wei», leí, y casi pude oír la dulce voz de Ning:

«Me alegré muchísimo al enterarme de tu beca para Estados Unidos. ¡Enhorabuena! La feliz idea de que vengas debe de haberme hecho mucho bien, ¡pues mis experimentos están dando unos resultados fantásticos! Sé que el principio -antes de que recibas el primer "cheque de la paga"- será para ti lo más difícil, de manera que adjunto un cheque de mil dólares. Puedes utilizarlo para comprar el billete de avión o para pagar el alquiler cuando llegues a William y Mary, dispon de él como te plazca. Por favor, no te preocupes por devolverme el dinero. Lo he sacado de mis ahorros y no me hace falta.

¿Qué me cuentas de Dong Yi? Me dijo que también estaba presentando solicitudes para cursar el posgrado en Estados Unidos. ¿Lo han aceptado ya en algún sitio? Hace un tiempo que no sé nada de él. ¿Qué se trae entre manos? ¿Ha regresado a Taiyuan?

Pensándolo bien, supongo que Dong Yi no se quedará en Taiyuan habiendo fuegos artificiales en Pekín, ¡qué emocionante debe de ser para vosotros! Os envidio a los dos. No sólo os tenéis el uno al otro, grandes amigos, sólo con doblar la esquina, sino que además podéis formar parte de un momento histórico extraordinario. ¡Ojalá estuviera allí! Quiero estar allí. Quiero unirme a vosotros y a nuestros compañeros de la Universidad de Pekín y luchar por el futuro de China.

Pero no puedo hacerlo, al menos no físicamente. Tengo que estar aquí para llevar a cabo mis experimentos. Algunas personas de mi universidad han regresado a Pekín para participar en el movimiento. El resto de nosotros, unos cuatrocientos, nos hemos quedado aquí y hacemos todo lo posible para obtener apoyo, tanto político como económico, para los compañeros estudiantes que están en casa.

Ayer organizamos otro acto para recaudar fondos en el centro estudiantil del campus. Las chicas prepararon bolas de masa chinas y rollos de primavera. Dos alumnos hicieron una demostración de pintura china con pincel. Y la verdad es que eran muy buenos. Muchos de los estudiantes donaron adornos y recuerdos que habían traído de China: artesanía de su región, jades de la familia, seda… Más de tres mil estudiantes asistieron al acontecimiento. ¡A última hora de la tarde ya lo habíamos vendido todo y recaudamos casi dos mil dólares!

Al igual que todos los demás estudiantes chinos del campus, he puesto una cesta de donativos en nuestro laboratorio. Mis compañeros y profesores han sido muy generosos en sus aportaciones. Antes de esto no tenía un especial trato social con los estudiantes norteamericanos o europeos de mi departamento. Ahora la gente se acerca a mí cada día para charlar sobre lo que está sucediendo en China y lo que han visto en la televisión la noche anterior. Nos enzarzamos en prolongadas charlas sobre China, política y democracia.

¿Has participado en las marchas? Claro que sí. ¡Tonto de mí! Cada noche, cuando vuelvo del laboratorio, voy cambiando de un canal a otro para ver toda la cobertura posible del Movimiento Estudiantil y busco rostros familiares. He deseado verte muchas veces, pero también temía encontrarte allí. Por mucho que apoye a los estudiantes y la huelga de hambre, espero que tú no seas una de las cuatro mil personas que ayunan en Tiananmen. Como amigo y como alguien a quien le importas mucho, espero que te encuentres a salvo y bien.

En estos momentos, mientras te escribo, el sol se está poniendo en el rojo desierto. Supongo que en Pekín también estará empezando a hacer mucho calor. Aunque estoy sentado en el laboratorio, con un jersey puesto porque con el aire acondicionado hace bastante frío aquí dentro, mi pensamiento ha regresado a Pekín. ¿Qué ha pasado hoy en China? ¿Están sanos y salvos mis amigos? ¿Será el de mañana ese día mejor que estamos esperando?

Tienes que venir a verme en cuanto te hayas instalado en Virginia. Iremos al Gran Cañón. Créeme si te digo que no hay nada más impresionante.

¡Cuídate mucho, por favor! Espero verte muy pronto.

Un abrazo,

Ning.

P. D.: Un amigo mío regresa mañana a Pekín. Se llevará esta carta y la echará al correo allí.»

La carta de Ning me hizo pensar en tiempos felices: blancas barcas en el Jardín del Bambú Púrpura, bachilleres cantando juntos, la luna sobre el lago Weiming, corazones llenos de esperanza… Su carta abrió el dique. De pronto sentí un insoportable y vehemente deseo de amor, de esa clase de amor que me levantaría el ánimo, que haría realidad mis sueños y me llegaría al alma. Mis pensamientos volaban hacia Dong Yi y me pregunté dónde estaría, por qué no había venido a hablar conmigo. Quería oírle decir algo, o nada en absoluto. Sólo quería oír su voz y estar un rato en su presencia. Lo echaba de menos.

Guardé el cheque en el cajón y volví a meter la carta en el sobre. Y decidí que no debía perder ni un segundo. Tenía que ir a ver a Dong Yi. Dejé una nota en la mesa del comedor diciéndoles a mis padres que tenía que regresar al campus inmediatamente: «Por favor, no os preocupéis por mí, sólo voy a ver a Dong Yi, no voy a tomar parte en nada. No voy a ir la plaza de Tiananmen».

Antes que nada me dirigí al Triángulo para ver si Dong Yi estaba allí. El Triángulo estaba más lleno de gente que por la tarde y se percibía una sensación de la noche antes de la batalla. Había personas valientes, otras temerosas, todo el mundo estaba involucrado. La emisora estudiantil emitía noticias y comunicados en directo.

«Zhao Ziyang ha sido destituido. Ahora está al mando Li Peng.»

«La Asociación Autónoma de Estudiantes de Pekín ha votado para poner fin a la huelga de hambre, que ha conseguido una gran victoria para los estudiantes.»

Como si hubiera habido una repentina nevada, las paredes del Triángulo se cubrieron con nuevos carteles. Algunos de sus autores estaban muy preocupados, otros proclamaban que había llegado la hora cero, otros exigían al gobierno que retirase las tropas y levantara la ley marcial y otros, como el autor del cartel que tenía ante mí, le abrían el corazón a su madre patria.

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