Cuando terminamos de distribuir las bebidas, Dong Yi se quedó con los alumnos del departamento de física. Yo fui a buscar a Cao Gu Ran. Unos metros más allá encontré al grupo de nueve huelguistas del departamento de psicología. Casi todos ellos eran estudiantes de primer y segundo años a los que sólo conocía de vista. Pero no encontré a Cao Gu Ran ni allí ni en ninguna otra parte.
– ¿Habéis visto a Cao Gu Ran? -pregunté.
– Se desmayó y lo llevaron en seguida al centro de urgencias -contestó uno de los jóvenes del departamento de psicología.
Al momento empecé a preocuparme. Me pasaron por la cabeza unos pensamientos horrorosos.
De pronto oí la voz de Dong Yi:
– ¡Aquí hay uno que se ha desmayado!
Al levantar la vista vi que pasaban corriendo dos miembros del personal de primeros auxilios ataviados con batas blancas. En seguida se oyó el aullido de la sirena de la ambulancia y subieron a ella al joven a toda prisa. La Cruz Roja y el gobierno de Pekín habían organizado ambulancias para transportar a los huelguistas a los centros de urgencias cercanos a la plaza. Pasados unos minutos, la ambulancia se alejó de la plaza a toda velocidad.
Al cabo de media hora volvieron a sonar las sirenas y sacaron de allí a otro huelguista que se había desmayado. Mientras unos manifestantes caían, otros, incluido Cao Gu Ran, regresaban. Había cambiado. Estaba pálido. Caminaba despacio, a veces con paso inseguro, y tenía que apoyarse en dos componentes del personal de primeros auxilios. La banda que llevaba en la cabeza, ahora retorcida y medio doblada, sólo mostraba las palabras «libertad» y «muerte». Se alegró de verme. Se sentó sobre una manta extendida en el suelo y me contó lo sucedido. Se había desmayado por la mañana, en el centro de urgencias le habían dado suero salino y habían dejado que se recuperara durante cuatro horas.
– Ahora ya me encuentro bien -dijo con un hilo de voz.
– Ten cuidado, lo que estás haciendo es peligroso. Podría perjudicarte gravemente la salud -le comenté.
– A mi salud no le va a pasar nada. Recuerda, estoy en forma -replicó tratando de mostrarse alegre.
En aquel momento llegaron a la zona de la huelga de hambre dos profesores del departamento de psicología. El presidente del departamento, el profesor Bai, y la profesora Wang, ambos de poco más de sesenta años, habían recorrido en bicicleta todo el camino hasta la plaza para rogarles a sus estudiantes que pensaran en su salud y que volvieran a los campus.
– Míralos -me dijo la profesora Wang, que se puso muy emotiva-. Son demasiado jóvenes para esto, y por supuesto demasiado jóvenes para morir. ¿Qué puedo decirles para que cambien de opinión? Estoy desesperada. Son sólo unos niños…
– Estoy segura de que agradecen su preocupación -contesté-, pero no creo que pueda convencer a ninguno de ellos para que abandone el ayuno.
Cuando Dong Yi y yo regresamos al campus, faltaba poco para la hora de la cena. Ambos estábamos exhaustos, tanto física como psicológicamente. Los pálidos rostros de los manifestantes en huelga de hambre suponían una pesada carga en nuestro pensamiento y nuestra conciencia. Caminamos despacio hacia el Triángulo, uno junto a otro en cómodo silencio, el silencio del entendimiento y la satisfacción mutuos.
En cuanto llegamos al Triángulo, Dong Yi fue al comedor número tres para comprar algo que pudiéramos comer fuera mientras escuchábamos la transmisión de la emisora estudiantil.
Esperé a Dong Yi y a mi cena apoyada en la larga pared. La emisora estudiantil anunció: «Hoy Gorbachov vino de visita a China. Pero tuvieron que darle la bienvenida en el aeropuerto y no en la plaza de Tiananmen, como es la costumbre». La multitud, que se contaba por centenares de personas, gritó y aplaudió con fuerza. «¡Una vez más, le hemos demostrado al gobierno que los estudiantes somos una fuerza que se debe tener en cuenta!»
A continuación, la locutora leyó cartas de apoyo escritas por padres y estudiantes de universidades de toda China e informó de donaciones llegadas del extranjero. «¡Los estudiantes chinos de California nos han dado ocho mil dólares!» Miré hacia el comedor número tres con la esperanza de ver salir a Dong Yi con nuestra cena. Estaba hambrienta y el suave aroma de las lilas en el aire de la noche hacía que lo estuviera aún más. Entonces, saliendo de entre la multitud, vi a una joven sumamente hermosa que parecía estar buscando a alguien. Tenía un rostro perfectamente equilibrado, grandes ojos castaños, labios carnosos y una piel blanca y cremosa. Tenía la nariz alta y recta. Su aspecto era juvenil a la vez que maduro. No sólo era guapa, sino también sexy, lo cual era bastante raro en China por aquella época.
Entonces, para mi sorpresa, vi que hablaba con el compañero de habitación de Dong Yi. Antes de que pudiera entender nada, Dong Yi salió del comedor con nuestra cena. Cuando estaba a punto de hacerle señas con la mano, vi que la joven se dirigía corriendo hacia él. Cuando miré el rostro de Dong Yi, me di cuenta inmediatamente de quién era ella. Así fue como vi a Lan por primera y última vez.
No era como me la había imaginado. Aunque tal vez fuera físicamente vulnerable, poseía una fuerza oculta. Los observé mientras se alejaban sonrientes, hablando tal como deben hacerlo marido y mujer. El compañero de habitación de Dong Yi vino a decirme que había surgido algo urgente y Dong Yi se había tenido que marchar. Fingí no haber visto nada y me dirigí, con toda la calma de la que fui capaz, al comedor para comprarme la cena yo misma.
Incluso hoy, cuando me acuerdo de aquellos años en Pekín, es ese momento, más que cualquier otro, el que puedo recordar con total precisión. La forma en que se encontraron sus miradas y cómo el rostro de Lan se iluminó, la forma en que corrieron el uno hacia el otro y cómo iban abrazados mientras caminaban alejándose. Mi corazón dejó de latir, no podía respirar, me sentí como si ya no estuviera viva.
Supe que no podía competir con ella. Era hermosa y sexy; cualquier hombre querría estar con ella. ¿Cómo se me ocurrió pensar que podía quitarle a Dong Yi? No era de extrañar que Dong Yi no pudiera llevar a cabo el divorcio.
Mi sueño había quedado hecho pedazos; mi futuro era sombrío. Me di cuenta de ello con la misma claridad con que vi el fuego que se ocultaba tras aquellos grandes y preciosos ojos castaños. ¿Le habría dicho algo el compañero de habitación de Dong Yi? ¿Le dijo quién era yo? Aquellas miradas y aquel fuego, ¿iban dirigidos a mí?
Dentro del comedor hice las colas pertinentes y me compré algo de comer, no tenía ni idea de qué, y me senté en una de las mesas largas. Hacía rato que se habían ido, pero yo aún veía su cara, su rostro encendido y aquellos labios sensuales que se entreabrieron levemente al ver a Dong Yi. Aquellas imágenes se repetían en mi mente, una y otra vez, como una película, unos cuantos fotogramas a cámara lenta, dependiendo de la manera en que mi pánico, mi furia o mi tristeza influían en ellos. Estoy segura de que aquella noche había mucho ruido en el comedor, igual que cualquier otro día a la hora de la cena, pero yo no oía otra cosa que no fueran mis propios pensamientos.
No comí nada, ya no tenía apetito, ni me sentía feliz ni esperanzada. Volví a salir fuera, pero nada parecía haber cambiado de la forma en que yo lo había hecho. La atmósfera de la tarde seguía oliendo a lilas, en tanto que a unos veinte metros de distancia, la emisora de radio estudiantil continuaba transmitiendonoticias de la plaza de Tiananmen. Me quedé de pie entre la multitud, oyendo la voz de la locutora que flotaba débilmente en el aire que me rodeaba, como si fuera humo: estaba allí y al momento ya había desaparecido.
¿Qué debía hacer? Seguí adelante, intentando deshacerme de las imágenes que me perseguían. Deseaba estar sola. No quería irme a casa porque volver al apartamento de mis padres significaría inevitablemente tener que hablar de cómo me había ido el día, de la plaza de Tiananmen, de los manifestantes en huelga de hambre y de Dong Yi. Tampoco podía sentarme en mi habitación sin pensar en mi futuro sin él. Y no podía regresar a la residencia de Dong Yi, donde había dejado la bicicleta.
Rodeada por el gentío, me sentía tan sola y a la vez culpable que no pensaba en otra cosa que en mi propia infelicidad, cuando en la plaza de Tiananmen se desarrollaba una crisis mucho más grave. No podía dejar de pensar en Dong Yi y Lan y de preguntarme por qué había venido ella a Pekín. ¿Les habría sucedido algo a los padres o a la hermana de Dong Yi? ¿Quizá Lan había venido para formar parte de la vida de Dong Yi, sobre todo en aquel momento tan malo, para demostrarle que compartía sus ideas y creencias? ¿Había venido Lan a luchar por su esposo?
El hecho de ver a Lan en persona, tan diferente a como yo me la había imaginado, suscitó más preguntas de las que podía soportar. Quería saber quién era ella en realidad, qué pensaba y qué sentía. Lan me había importado muy poco en el pasado. Era informe, vacía, incolora, invisible y carecía de rostro. Era un fantasma. Entonces apareció viva, llena de colorido, respirando y sonriendo. Quería saberlo todo sobre Lan, hablar con ella y oírla hablar. Quería descubrir la verdad sobre ella, no sólo lo que Dong Yi me había contado. Quería saber el significado real de su relación.
Y mientras aquellos confusos pensamientos ocupaban mi mente, las piernas me alejaban lentamente de la multitud y de las tensiones del Triángulo y me llevaban hacia el lago Weiming. Frente a la biblioteca había pequeños grupos dispersos de estudiantes que hablaban en voz baja o leían, en tanto que una pareja parecía tener una discusión.
Por el sinuoso sendero que pasaba por detrás del edificio de biología con tejado en voladizo, se me unieron otras personas, la mayoría parejas. A menos de ochocientos metros del Triángulo, el lago Weiming era otro mundo, pacífico y delicado. Los grandes acontecimientos de los últimos días parecían haber pasado de largo el lago, sin que éste se viera afectado en cuanto refugio para enamorados y amigos. Atravesé la puerta de piedra roja y me dirigí a la orilla rocosa. Allí, desde un banco vacío bajo un sauce llorón, se veían las tranquilas aguas azules. El crepúsculo de colores suaves proyectaba sombras alargadas sobre el lago.
Me pregunté qué estarían haciendo Dong Yi y Lan. ¿Estaban cenando en el Yanchun Garden, el restaurante del campus no muy lejos de la residencia de Dong Yi al que solíamos ir los dos? ¿O estaban en uno de aquellos pequeños restaurantes familiares que bordeaban la concurrida calle Haidian, al otro lado de la puerta sur? ¿De qué estarían hablando? Después de cenar, ¿irían a escuchar la transmisión de la emisora estudiantil, tal como pensábamos hacer Dong Yi y yo? Poco a poco mi ira fue en aumento, no hacia Dong Yi y Lan, sino hacia mí misma. Me di cuenta de lo mediocre que era. Porque cuanto yo pensaba que eran las cosas especiales que compartía con Dong Yi, el ajetreo de la vida en la ciudad, nuestro amor por las palabras, las llamadas conversaciones intelectuales, nuestras ideas sobre el futuro, el Movimiento Estudiantil… de pronto lo vi todo como lo que era: la moneda corriente de cualquier relación. Allí no había nada de especial, Lan podía encajar sin dificultad. Y estar sentado junto a ella debía de alimentarle el ego a Dong Yi; sencillamente, era la mujer más sensual que había visto nunca. ¿Qué ocurriría en días venideros? ¿Cuándo volvería a ver a Dong Yi? ¿Qué noticias traería la siguiente vez que nos encontráramos?