– ¿Qué enseñas? -le preguntó Chen Li en inglés.
– Historia asiática -respondió Jerry en un chino casi perfecto.
Hanna se llevó un cigarrillo a los labios y Jerry se lo encendió.
– A Jerry se le dan muy bien los idiomas. Su chino ya era bastante bueno cuando contestó a mi anuncio y ahora, al cabo de cuatro meses, es prácticamente perfecto. También habla japonés con fluidez.
Aunque tenía poco más de cincuenta años, Jerry continuaba siendo un hombre atractivo. Era alto, musculoso, con un distinguido pelo canoso y un aire de superioridad.
– Hanna es la mejor profesora particular que uno pueda tener. Tengo mucha suerte de haberme encontrado con ella -afirmó. La miró con adoración y ella le correspondió con una hermosa sonrisa.
– ¿Cómo es que todavía sigues en Pekín? -le pregunté.
– No he podido conseguir un visado de estudiante, ¿puedes creerlo? Cualquiera hubiera pensado que con el respaldo de mi tía sería suficiente. Es muy rica. Pero aun así, ese bobo de la Embajada de Estados Unidos quiere comprobar que me hayan admitido en alguna universidad. Mi tía se está ocupando de ello. Mientras tanto me hacía falta algo de dinero, así que vine al Spoon Garden y puse mi tarjeta arriba, en el vestíbulo.
En aquel momento Jerry se sumó a la conversación y empezó a explicar lo difícil que era para los estudiantes extranjeros entrar en las universidades de Estados Unidos.
– No se trata solamente de una cuestión de dinero. Hace falta obtener una nota suficiente en los exámenes, como las SAT (Pruebas de Evaluación General).
– Pero ya es demasiado tarde para hacer los exámenes este año -dijo Hanna al tiempo que exhalaba una bocanada de humo-. No quiera Dios que tenga que quedarme en China otro año más. De un modo u otro, me iré a Estados Unidos. Tengo que hacerlo. En China no puedo conseguir el trabajo que me gustaría. ¿Sabes lo que te pagan si trabajas por cuenta propia si no tienes un diploma universitario? Casi nada. Por eso vine a enseñar chino al Spoon Garden. Es un buen dinero. Pero no es la solución a largo plazo. Al fin y al cabo, yo estudié inglés y periodismo. ¿Qué hago enseñando chino?
– China es maravillosa. Me gusta mucho el país -terció Jerry-. Pero creo que los jóvenes deben marcharse al extranjero y ver cómo viven otras personas. El otro día, por ejemplo -señaló a Hanna con un gesto y continuó hablando-, le estaba diciendo a Hanna que nunca había visto un pánico semejante en la gente como el que vi cuando iba a subir a un autobús en Pekín. Todos los autobuses parecían ser el último. La gente intentaba bajarse empujando a aquellos que querían subir, y viceversa. Como resultado tienes un autobús que no se mueve en absoluto porque todo el mundo está metido allí donde no quiere estar. -Mientras lo decía imitó las sacudidas, empujones y apretujones.
Todos nos reímos. Jerry se sintió feliz con nuestra reacción y prosiguió:
– Me encantan las mujeres chinas, hermosas, delicadas, afectuosas, sensuales y femeninas. Pero cuando las veo dando gritos y empellones para tratar de subir a los autobuses, me dan ganas de echar a correr.
Empecé a sentirme un poco avergonzada de mi sexo y de mi país. Cuando alguien señala algo desagradable que es inherente a tu propio país, de alguna manera te sientes en parte responsable, aun cuando tú puedas detestarlo tanto como cualquiera.
Chen Li les contó a Jerry y a Hanna sus planes para después de licenciarse. A Jerry le interesó mucho y empezó a hacer un montón de preguntas sobre Shenzhen y la zona económica especial. Hanna pronto pareció aburrida. Quería ir al mostrador a buscar algo para picar. Fui con ella. Cuando nos levantamos y nos dirigimos a los expositores de cristal, muchas miradas siguieron nuestros pasos. Hanna se echó la abundante y negra cabellera a un lado, de modo que su hermoso rostro quedó a la vista de sus muchos admiradores.
– ¿Qué te parece Jerry? -me preguntó.
– Parece una persona muy agradable y divertida.
– Es muchísimo más maduro que todos esos púberes. -Hizo un gesto con la cabeza para señalar las miradas errantes que había por todo el bar-. Está divorciado y tiene un hijo adolescente que vive con su madre en Filadelfia. Son grandes amigos. Van a juntos a montar a caballo, a practicar deporte. Imagínate eso en China, ¡un padre y un hijo buenos amigos! No lo verás nunca.
En China, la relación entre un hijo y su padre se caracterizaba por la obediencia y el respeto a la persona de más edad, no por la amistad.
– ¿Sabes que es un experto en Asia? -continuó diciendo Hanna-. ¡Puede enseñarme cosas sobre la historia china y japonesa! Ha viajado por todo el mundo dando conferencias. Tienes que dejar que te hable de los lugares en los que ha estado, explica unas historias muy hermosas. -Tomó un platito de cacahuetes salados y siguió hablando-. Yo quiero ver esos lugares, lo cual significa que tengo que abandonar China para irme a un país con una frontera abierta, donde a la gente se le permite tener un pasaporte y viajar a su antojo.
– ¿Por eso quieres marcharte a Estados Unidos, para viajar por el mundo? -pregunté.
– En parte, sí. ¿Cuál es tu motivo? Oí que también estabas tratando de irte a Estados Unidos.
– Quiero introducir cambios en mi vida. -Entonces pensé en ello y añadí-: Y, al igual que tú, supongo que también me gustaría ver mundo.
En aquel momento un joven norteamericano al que conocía vagamente se acercó a nosotras y nos saludó.
– ¿Quién es esta hermosa dama, Wei?
Tenía el aliento empapado de alcohol y los ojos rojos.
– Tony, ésta es mi amiga Hanna.
– ¿Estudias en la Universidad de Pekín? -Tony alzó su vaso-. ¿Cómo es que no te he visto nunca? Debo de estar ciego.
– No estás ciego, sino borracho -replicó Hanna en un inglés perfecto. Entonces se dio la vuelta y me tomó de la mano-. Volvamos a nuestra mesa.
Me despedí de Tony. Lo dejamos allí de pie en el bar, atónito. Tal vez no esperara una reacción tan brusca por parte de una china.
– Niñatos. No tengo paciencia para ellos. Son tan inmaduros y tan pagados de sí mismos… -dijo Hanna.
Nos sentamos y pasamos los cacahuetes tostados y chocolate caliente. Entonces Chen Li y Jerry estaban hablando de historia.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro de ello después de lo que pasó en tu propia historia? -Jerry clavó la mirada en Chen Li-. Al fin y al cabo, la Revolución Cultural terminó hace tan sólo diez años.
– No sé mucho sobre la Revolución Cultural. Tenía once años cuando terminó. Pero creo que si hubo algo positivo durante ese período de la historia china fue que la Revolución Cultural concienció a la gente de lo que quería decir ser pobre y estar aislado. De hecho, las personas como mis padres están muy a favor de la reforma, no porque entiendan de economía. Mis padres no llegaron a terminar el instituto. Lo que saben es que no quieren volver a los tiempos de la Revolución Cultural. En una ocasión, Deng Xiaoping dijo la memorable frase: «Dejad que algunos se hagan ricos primero». Ahora, otros han visto lo buena que puede ser la vida y quieren hacer lo mismo.
– Tú eres estudiante de economía política: ¿crees que la prosperidad económica puede continuar sin el pluralismo y la democracia? Hay algunas personas, como el profesor Fang Lizhi, que creen que la corrupción es el resultado directo de la falta de democracia en el sistema político, lo cual choca inevitablemente con las políticas económicas. ¿Eres de la misma opinión?
«Ésa es también la opinión de Dong Yi», pensé para mis adentros. Me pregunté si él leía la obra del profesor Fang. Chen Li respondió:
– No puedo decir que conozca todas las opiniones del profesor Fang. La mayor parte de sus escritos están prohibidos en China. Pero sí creo que, en algún momento, China tendrá también que ocuparse de la reforma política, lo cual, sin duda, será mucho más doloroso que la reforma económica. Pero por ahora la falta de democracia no parece haber impedido el crecimiento económico en las zonas económicas especiales, por ejemplo.
– ¿Y qué me dices de la libertad de expresión, no la queréis? Quiero decir que… la libertad y la autonomía son, al fin y al cabo, derechos divinos.
Yo envidiaba de los norteamericanos la naturalidad con la que daban por sentado que podían decir cualquier cosa que quisieran sin preocuparse de la policía secreta o las acciones judiciales. Para Jerry, el mundo estaba abierto, pero aún no lo estaba para Chen Li ni para mí.
– ¿Y qué hay de los aspectos negativos de la libertad de expresión? ¿Su exceso no conducirá al desorden y el caos? -le dije yo a Jerry. Aunque estaba de acuerdo con él en que la libertad de expresión es un derecho fundamental del hombre, su aire de superioridad, el hecho de que él poseyera tal libertad y nosotros no hicieron que quisiera discutírselo.
– Yo no creo que esa libertad tenga aspectos negativos. Al contrario, cuando no hay libertad de expresión hay injusticia. Es la injusticia lo que conduce al desorden y el caos -contestó Jerry.
– ¿Otra vez política? -Hanna puso fin a la conversación-. Jerry, cuéntale a Wei lo que te ocurrió en Berlín Oeste. Le expliqué que habías viajado por el mundo, y a Wei le gustaría oír algunas de tus historias.
Jerry accedió a ello con mucho gusto. Sus historias se apoderaron de nuestra imaginación y, sentados en el Spoon Garden Bar, soñamos con lugares exóticos.
A medida que iba transcurriendo la noche, el bar se iba llenando de gente y la multitud estaba cada vez más alborotadora. Un grupo de estudiantes japoneses cantaba y gritaba. En la mesa de al lado, una joven china le leía la palma de la mano a un rubio norteamericano mientras sus amigas se reían escandalosamente. El chino hablado con acento inglés, japonés o alemán se mezclaba con el inglés hablado con acento chino. George Michael cantaba Careless Whisper. Seguimos hablando de China, de Estados Unidos y del mundo, y bebimos más café (Chen Li y yo), cerveza (Jerry) y champán (Hanna).
Aquella primavera la fiebre del oro se había acelerado hacia Estados Unidos o las zonas económicas especiales. La nueva prosperidad y la libertad que prometía parecían estar a nuestro alcance.