Creyendo que no hacía nada malo, porque la familia no vendría, nunca más, y la casa la venderían para San Miguel, Mrs. McNab se agachó para coger un ramo de flores, para llevárselo a casa. Las dejó sobre la mesa mientras limpiaba el polvo. Le gustaban las flores. Era una pena dejar que se marchitasen. Si se vendiese la casa (se quedó en pie con los brazos en jarras ante el espejo), habría que cuidarla, seguro. Todos estos años los había pasado sin una sola alma en ella. Los libros y las cosas estaban mohosas, porque, con lo de la guerra, y lo difícil que era conseguir ayuda de nadie, la casa no se había limpiado como a ella le habría gustado. Hacían falta más fuerzas que las de una sola persona para ponerla en orden. Ella era demasiado vieja. Le dolían las piernas. Habría hecho falta poner los libros al sol, sobre la hierba; en el recibidor había caído yeso; el canalón de desagüe de las lluvias se había obstruido sobre la ventana del estudio, y había dejado entrar agua; la alfombra estaba estropeada, mucho. Pero deberían haber venido, deberían haber enviado a alguien. Porque había ropa en los armarios, habían dejado ropa en todos los dormitorios. ¿Qué tenía que hacer con la ropa? Estaba apolillada: lo de Mrs. Ramsay. ¡Pobre señora! ¡Nunca volvería a necesitar sus cosas! Había muerto, le habían dicho; hacía algunos años, en Londres. Aquí estaba el viejo guardapolvo gris que se ponía para trabajar en el jardín (Mrs. McNab lo tocó). Todavía la veía, cuando venía por el camino con la colada, inclinada sobre las flores (daba pena ver el jardín ahora, todo abandonado, y los conejos mirándote desde los parterres); la veía con el guardapolvo, siempre con un niño. Había botas y zapatos; y había un cepillo y un peine en el tocador, como si fuera a venir al día siguiente. (Había muerto de forma repentina, dijeron.) Una vez iban a venir, pero lo pospusieron, con lo de la guerra, y con lo difícil que era viajar en aquellos momentos; sólo le mandaban el dinero; pero no escribían, no venían, y querían encontrar las cosas como las habían dejado, ¡ah, sí! Los cajones de las tocadores estaban llenos de cosas (los abría), pañuelos, cintas. Sí, veía a Mrs. Ramsay cuando subía por el camino con la colada.
«Buenas tardes, Mrs. McNab», solía decir.
La trataba bien. Les caía bien a las niñas. Pero, sí, habían cambiado muchas cosas desde entonces (cerró el cajón); muchas familias habían perdido a sus seres más queridos. Ella había muerto; a Mr. Andrew lo habían matado; Miss Prue también había muerto, decían, al dar a luz; pero todo el mundo había perdido a alguien durante estos años. Los precios habían subido de una forma lamentable, y no bajaban. Sí que la veía todavía con aquel guardapolvo gris.
«Buenas tardes, Mrs. McNab», saludaba, y le decía a la cocinera que le ofreciese un tazón de leche, se daba cuenta de que lo necesitaba, cargada con la pesada bolsa por toda la cuesta desde el pueblo. Todavía la veía, inclinada entre las flores (y cruzaba las paredes del dormitorio, el tocador, el lavabo, desvaída e intermitente, como un rayo amarillo o el círculo al final del telescopio, una dama con un guardapolvo gris, inclinada entre las flores, y Mrs. McNab trastrabillaba y se movía mientras quitaba el polvo, mientras ordenaba las cosas).
¿Cómo se llamaba la cocinera? ¿Mildred? ¿Manan?: algo parecido. Ay, se le había olvidado: cómo se le olvidaban las cosas. Temperamental, como todas las pelirrojas. Mucho se habían reído juntas. Siempre era bien recibida en la cocina. Les hacía reír, vaya que sí. Las cosas estaban mejor entonces que ahora.
Suspiró: demasiado trabajó para una sola mujer. Movía la cabeza hacia acá, hacia allá. Este era el cuarto de los niños, pero, estaba húmedo, vaya, se caía la pintura. ¿Por qué colgaron el cráneo de ese animal ahí?, también estaba mohoso. Había ratas en el ático. Había goteras. Pero no hacían nada, no venían. Algunas cerraduras se habían estropeado, las puertas no encajaban. No le gustaría quedarse sola aquí al anochecer. Demasiado para una mujer, demasiado, demasiado. Se quejaba, gruñía. Dio un portazo. Introdujo la llave en la cerradura, cerró, se fue tras haber cerrado, dejó sola la casa.