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– Sírvase un trago -dijo Siegfried sin volverse. Sabía que era Bertram, pues había acordado la reunión por teléfono media hora antes.

Bertram prefería el vino a los licores fuertes pero, dadas las circunstancias, se sirvió un whisky doble. Se reunió con Siegfried en la ventana, tomando pequeños sorbos de la ardiente bebida. Las luces del complejo hospital-laboratorio resplandecían en la húmeda noche tropical.

– ¿Estaba al tanto de la visita de Taylor Cabot? -preguntó Bertram.

– No tenía la menor idea -respondió Siegfried.

– ¿Qué ha hecho con él?

Siegfried señaló el hospital.

– Está en el hostal. Saqué al jefe de cirugía de la habitación que llamamos la suite presidencial. Naturalmente, no estaba muy contento. Ya sabe cómo son esos médicos vanidosos, pero ¿qué iba a hacer? Esto no es precisamente un hotel.

– ¿Sabe a qué ha venido Cabot? -preguntó Bertram.

– Raymond dijo que ha venido especialmente para evaluar el proyecto de los bonobos.

– Me lo temía.

– Qué mala suerte -protestó Siegfried-. El programa ha estado funcionando como un reloj suizo durante años, y él aparece precisamente cuando tenemos problemas.

– ¿Y qué ha hecho con Raymond? -preguntó Bertram.

– También está allí. Ese tío es un plasta. Quería estar lejos de Cabot, pero ¿dónde iba a meterlo? En mi casa, no, desde luego.

– ¿Ha preguntado por Kevin Marshall?

– Por supuesto -respondió Siegfried-. Fue la primera pregunta que hizo cuando me vio.

¿Y usted qué le dijo?

– La verdad -repuso Siegfried-. Que Kevin había salido con la técnica en reproducción asistida y la enfermera de cuidados intensivos y que no tengo idea de dónde está.

– ¿Y cómo se lo tomó?

– Se puso como un tomate. Quería saber si Kevin había ido a la isla. Le dije que creíamos que no. Entonces me ordenó que lo buscara. ¿Puede creerlo? Yo no recibo órdenes de Raymond Lyons.

– ¿De modo que Kevin y las mujeres no han aparecido? -preguntó Bertram.

– No; y no se sabe nada de ellos.

– ¿Los ha buscado?

– Envié a Cameron a Acalayong, para que echara un vistazo en esos hoteles de mala muerte de la costa, pero no hubo suerte. Supongo que habrán hecho una escapada a Coco Beach, en Gabón. Sería lo más lógico, aunque no entiendo por qué no se lo dijeron a nadie.

– ¡Vaya lío! -exclamó Bertram.

– ¿Cómo les ha ido en la isla? -preguntó Siegfried.

– Bastante bien, teniendo en cuenta la rapidez con que tuvimos que organizar la operación. Llevamos un viejo todo terreno con remolque. Fue lo único que se nos ocurrió para transportar a tantos animales a la zona de estacionamiento.

– ¿Cuántos animales han cogido?

– Veintiuno -respondió Bertram-. Lo que habla muy bien de mis hombres. Quiere decir que podremos terminar mañana mismo.

– ¿Tan pronto? Es la primera noticia alentadora que oigo en todo el día.

– Ha resultado más sencillo de lo que habíamos previsto -dijo Bertram-. Los animales parecían fascinados por nosotros. Son lo bastante confiados para dejarnos acercar con la escopeta de dardos Ha sido como cazar pavos

– Me alegro de que algo salga bien.

– Los veintiún animales que cogimos formaban parte del grupo que se fraccionó y estaban al norte del río Deviso. Ha sido interesante comprobar cómo vivían. Habían construido rústicas cabañas con varas, techadas con hojas de lobelia.

– Me importa una mierda cómo vivían los animales -espetó Siegfried-. No me diga que usted también se ha reblandecido.

– No; no es que me haya reblandecido -protestó Bertram-. Pero me parece interesante. También había vestigios de fogatas.

– Entonces es una suerte que los hayamos enjaulado. Así no se matarán unos a otros, ni jugarán con fuego.

– Ya; es una forma de enfocar la cuestión -convino Bertram.

– ¿No vieron ninguna señal de Kevin y las mujeres en la isla? -preguntó Siegfried.

– En absoluto. Y eso que los buscamos especialmente, pero no había rastro de ellos, ni siquiera en las zonas donde necesariamente habrían dejado huellas. Nada. Hoy dedicamos una parte del tiempo a construir un puente de troncos sobre el río Deviso, así mañana comenzaremos la recogida en los alrededores del macizo de piedra caliza. Me mantendré alerta por si hay alguna señal de ellos.

– Dudo que encuentren alguna, pero, hasta que los localicemos, no podemos descartar la posibilidad de que hayan ido a la isla. Sin embargo, le aseguro que si fueron a la isla, cuando regresen los entregaré al Ministerio de Justicia ecuatoguineano bajo el cargo de haber puesto en peligro la operación de GenSys. Desde luego, eso significa que los fusilarán en el campo de fútbol.

– Nada de eso puede ocurrir antes de que se marchen Cabot y los demás -dijo Bertram, alarmado.

– Por supuesto. Además, he dicho lo del campo de fútbol en sentido figurado. Pediré al ministro que los ejecuten fuera de la Zona.

– ¿Sabe cuándo regresarán Taylor y los demás a Estados Unidos?

– Nadie ha dicho nada al respecto -respondió Siegfried-.

Supongo que todo depende de Cabot. Espero que sea mañana o, como muy tarde, pasado mañana.

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