Warren cogió la ametralladora de Spit y le ordenó a éste que desarmara a los visitantes. Sin decir una palabra, Spit le quitó la automática a Angelo. Después de cachear a Franco, recogió el arma que estaba en la mesita auxiliar.
Jack soltó ruidosamente el aire contenido.
– Warren, amigo, no sé cómo has hecho para llegar en un momento tan oportuno, pero se agradece.
– Alguien vio a estas ratas de alcantarilla vigilando tu casa -explicó Warren-. Al parecer, piensan que son invisibles a pesar de su ropa cara y su brillante Cadillac negro. Es para escogonarse.
Jack se frotó las manos, agradecido por el súbito cambio de fuerzas. Les preguntó sus nombres a Angelo y a Franco, pero sólo recibió miradas furiosas a modo de respuesta.
– Ese es Angelo Facciolo -dijo Laurie señalando a su enemigo.
– Spit, quítales los billeteros -ordenó Warren.
Spit obedeció y leyó los nombres y direcciones en voz alta.
– ¡Vaya! ¿Qué es esto? -dijo mientras abría la funda de piel que contenía la chapa de la policía de Ozone Park. La levantó para que Warren la viera.
– No son polis -dijo Warren con un gesto desdeñoso-. No te preocupes.
– Laurie -dijo Jack-, creo que es hora de llamar a Lou. Seguro que estará encantado de hablar con estos caballeros
Y dile que traiga el furgón, ante la duda de que tenga que invitarlos a pasar la noche a expensas del erario público
Laurie se dirigió a la cocina y Jack se acercó a Angelo.
– De pie -ordenó.
Angelo se levantó y miró con insolencia a Jack. Para sor presa de todos, sobre todo de Angelo, Jack le dio un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas. Se oyó un crujido, Angelo rebotó sobre el sofá y cayó al suelo.
Jack gimió, maldijo y se cogió la mano. Luego la sacudió.
– ¡Joder! -exclamó-. Nunca le había pegado así a nadie.
– Ya está bien le advirtió Warren-. No quiero golpear a estas boñigas. No es mi estilo.
– He terminado -repuso Jack sin dejar de sacudir la mano-. Verás, esa boñiga golpeó a Laurie esta tarde después de entrar en su apartamento. Supongo que ya habrás visto el estado en que le dejó la cara.
Angelo se sentó en el suelo. Tenia la nariz torcida hacia la derecha. Jack le ordenó que se levantara y se sentara en el sofá. Angelo obedeció, moviéndose lentamente, con una mano debajo de la nariz para atajar la sangre.
– Ahora, antes de que llegue la policía -dijo Jack a los dos hombres- voy a volver a preguntaros qué es lo que teméis que descubramos Laurie y yo. ¿Qué hay detrás del asunto Franconi?
Angelo y Franco miraron a Jack con expresión ausente, como si no estuviera allí. Jack insistió y les preguntó qué sabían del hígado de Franconi, pero los hombres permanecieron mudos.
Laurie volvió de la cocina.
– Lou viene hacia aquí -dijo-. Y debo añadir que está muy entusiasmado, sobre todo por el soplo sobre Vido Delbario.
Una hora más tarde, Jack estaba cómodamente sentado en el apartamento de Esteban Ndeme, junto a Laurie y Warren.
– Gracias, tomaré otra cerveza -dijo Jack en respuesta a la invitación de Esteban. Estaba algo achispado por la primera cerveza y eufórico por el afortunado curso de los acontecimientos después de un comienzo tan aciago.
Aún no habían transcurrido veinte minutos desde la llamada de Laurie, cuando Lou llegó al apartamento de Jack acompañado de varios agentes. Estaba encantado con la posibilidad de empapelar a Angelo y a Franco por allanamiento de morada, posesión de armas sin autorización, asalto y agresión, extorsión y suplantación de identidad. Tenía la esperanza de poder retenerlos el tiempo suficiente para sacarles información sobre el crimen organizado en Nueva York, en particular sobre la familia Lucia.
Lou estaba preocupado por las amenazas a Laurie y Jack, así que cuando este último mencionó que estaban pensando en marcharse de la ciudad, apoyó la idea con entusiasmo.
Hasta entonces, les asignaría una pareja de guardias. Para simplificarle la tarea, Laurie y Jack acordaron permanecer juntos.
Luego Jack había convencido a Warren de que los llevara al supermercado y les presentara a Esteban Ndeme. Como había dicho Warren, Esteban era un hombre cordial y educado. Debía de tener una edad aproximada a los cuarenta y dos de Jack, pero su figura era completamente distinta.
Mientras Jack era corpulento, Esteban era esbelto. Hasta sus rasgos faciales parecían delicados. Su piel era de un intenso color marrón, varios tonos más oscura que la de Warren.
Pero su rasgo físico más singular era su frente prominente.
Tenía la mitad delantera de la cabeza calva, de modo que la línea del cuero cabelludo se extendía de oreja a oreja.
En cuanto supo que Jack pensaba viajar a Guinea Ecuatorial, invitó a Jack, Laurie y Warren a su apartamento.
Teodora Ndeme resultó tan agradable como su marido. Cuando llevaban unos minutos en el apartamento, insistió en que todos se quedaran a cenar.
Aspirando los apetitosos aromas procedentes de la cocina, Jack se reclinó cómodamente en su asiento con su segunda cerveza.
– ¿Por qué vinieron Teodora y usted a Nueva York? -preguntó Jack.
– Tuvimos que huir de nuestro país -respondió Esteban y describió el régimen de terror del cruel dictador Macías, que había forzado a la tercera parte de la población, incluidos los descendientes de españoles, a abandonar su patria-. Asesinaron a cincuenta mil personas -añadió-. Fue horrible.
Nosotros tuvimos la suerte de poder escapar. Yo era maestro de escuela, educado en España, y en consecuencia sospechoso.
– Espero que las cosas hayan cambiado -dijo Jack.
– Sí -respondió Esteban-. El golpe de Estado de 1979 ha cambiado mucho la situación. Pero es un país pobre, aunque se dice que hay petróleo mar adentro. Sin embargo, lo descubrieron en Gabón, que ahora es el país más rico de la zona.
– ¿Ha regresado alguna vez? -preguntó Jack.
– Sí, varias veces, aunque ya hace unos años de la última visita. Teodora y yo tenemos parientes allí. El hermano de Teodora tiene un pequeño hotel en la zona continental, en una ciudad llamada Bata.
– He oído hablar de Bata -dijo Jack-. Por lo que sé, tiene un aeropuerto.
– El único en la parte continental. Fue construido en los años ochenta, para el Congreso de Africa Central. El país no podía permitírselo, naturalmente, pero eso es otra historia.
– ¿Ha oído hablar de una compañía llamada GenSys?
– Desde luego. Es la principal fuente de divisas del país, sobre todo ahora que los precios del cacao y del café han caído en picado.
– He oído algo al respecto -comentó Jack-. También he oído que GenSys tiene una granja de primates. ¿Sabe si está en Bata?
– No, está en el sur -respondió Esteban-. La construyeron en la selva, cerca de una antigua ciudad española abandonada, llamada Cogo. Restauraron la ciudad para alojar a sus empleados de Estados Unidos y Europa y construyeron una aldea para los nativos que trabajan para ellos. Han contratado a muchos ecuatoguineanos.
– ¿Sabe si GenSys también ha construido un hospital? -preguntó Jack.
– Sí. Tienen un hospital y un laboratorio frente a la vieja plaza y el ayuntamiento.
– ¿Cómo es que está tan informado? -quiso saber ack.
– Porque tengo un primo que trabajaba para ellos. Sin embargo, se marchó cuando los soldados ejecutaron a un amigo suyo por cazar ilegalmente. A muchos les gusta GenSys por que pagan bien, pero a otros no les gusta porque tienen demasiada influencia en el gobierno.
– A causa del dinero -apostilló Jack.
– Desde luego -dijo Esteban-. Les pasan dinero a los ministros e incluso mantienen a una parte del ejército.
– Muy conveniente -observó Laurie.
– Si fuéramos a Bata, ¿podríamos visitar Cogo? -preguntó Jack.
– Supongo que sí -respondió Esteban-. Cuando los españoles se marcharon, hace veinticinco años, la carretera a Cogo quedó abandonada y pronto se volvió intransitable.
– Pero GenSys la ha reparado para facilitar el tránsito de sus camiones. Sin embargo, tendrían que alquilar un coche.
– ¿Y eso es posible?
– En Guinea Ecuatorial todo es posible si uno tiene dinero ¿Cuándo piensan ir? Porque es mejor viajar en la estación seca.
– ¿Y cuándo es eso? -preguntó Jack.
– En febrero y marzo.
– Muy oportuno -dijo Jack-, porque Laurie y yo pensamos viajar mañana por la noche.
– ¿Qué? -Warren habló por primera vez desde su llegada al apartamento de Esteban. No estaba informado de la conversación entre Jack y Lou-. Pensé que vosotros, Natalie y yo íbamos a salir este fin de semana. Ya se lo he dicho a Natalie.
– Maldita sea -dijo Jack-, había olvidado ese compromiso.
– Eh, tío, mejor que os quedéis aquí hasta el sábado por la noche, de lo contrario, me meteréis en un lío. Ya te he dicho que Natalie no para de darme la paliza con que quiere veros
Movido por la euforia, Jack hizo otra sugerencia:
– Tengo una idea mejor. ¿Por qué Natalie y tú no viajan con Laurie y conmigo a Guinea Ecuatorial? Invitamos nosotros.
Laurie parpadeó. No estaba segura de haber oído bien.
– ¿Qué dices, tío? Has perdido la chaveta. Eso está en Africa, ¿sabes?
– Sí, Africa -repitió Jack-. Y puesto que Laurie y yo estamos obligados a ir, ¿por qué no aprovechar la ocasión para divertirnos el máximo posible? A propósito, Esteban, ¿por qué no vienen también usted y su mujer?
– ¿Habla en serio? -preguntó Esteban con una expresión tan incrédula como la de Laurie.
– Claro que sí. La mejor manera de visitar un país es con un nativo. No es ningún secreto. Pero, dígame, ¿necesitamos visado?
– Sí, pero el consulado de Guinea Ecuatorial está aquí en Nueva York -dijo Esteban-. Cualquiera puede conseguir un visado con dos fotografías, veinticinco dólares y un papel del banco que certifique que no es pobre.
– ¿Y cómo se llega a Guinea Ecuatorial? -preguntó Jack.
– Para ir a Bata, la mejor manera es hacerlo vía París. Desde París hay un vuelo diario hasta Douala, Camerún, y desde allí hay otro vuelo diario a Bata. Podrían ir por Madrid, pero de allí salen sólo dos vuelos semanales a Malabo, que está en Bioko.
– Parece que gana París -dijo Jack con alegría.
– ¡Teodora! llamó Esteban a su esposa-. Será mejor que vengas.
– Estás como una regadera -dijo Warren a Jack-. Lo supe desde el primer día que apareciste en el campo de baloncesto. Pero, ¿sabes?, tu locura empieza a gustarme.