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Jack saludó con una inclinación de cabeza y salió al pasillo en dirección a su despacho, que estaba a pocas puertas de allí. Cuando entró, Chet alzó la vista y sonrió.

– Hola, colega, ¿qué tal va todo?

– No muy bien -respondió Jack. Se sentó y encendió la luz del microscopio.

– ¿Problemas con el caso Franconi?

Jack asintió con un gesto. Empezó a buscar los cortes de hígado entre los portaobjetos. Sólo encontró uno.

– Es como intentar sacar agua de una roca -respondió.

– Oye -dijo Chet-, me alegro de que hayas vuelto. Estoy esperando una llamada de un médico de Carolina del Norte.

Necesito saber si un paciente suyo tenía problemas cardíacos.

Pero tengo que salir a hacerme fotos para el pasaporte, para mi próximo viaje a la India. ¿Te importaría coger la llamada?

– Claro que no -repuso Jack-. ¿Cómo se llamaba el paciente?

– Clarence Potemkin-respondió Chet-. La carpeta está encima de mi escritorio.

– De acuerdo -dijo Jack mientras ponía el portaobjetos con la muestra de tejido hepático en el microscopio.

Chet se puso el abrigo y se marchó. Jack reguló el objetivo del microscopio para examinar la muestra y, cuando se disponía a mirar por el ocular, se detuvo en seco. El recado de Chet le había hecho pensar en los viajes al extranjero. Si Franconi había salido del país para hacerse un trasplante, lo cual cada vez se le antojaba más probable, debía de haber una manera de descubrir adónde había ido.

Jack levantó el auricular, marcó el número de la jefatura de policía y preguntó por el detective Lou Soldano. Esperaba que le dijeran que dejara un recado, así que se sorprendió gratamente cuando respondió el propio Lou.

– Eh, me alegra oírte -dijo Lou-. ¿Recuerdas que esta mañana te comenté que, según uno de nuestro confidentes, los Lucia habían robado el cadáver de Franconi? Pues acabamos de recibir una confirmación por otra fuente. Supuse que querrías saberlo.

– Interesante -dijo Jack-, pero quería hacerte una pregunta.

– Dispara.

– Quiero saber si es posible hacer alguna gestión en Aduanas para averiguar si Franconi salió del país en los últimos tiempos y, en caso afirmativo, adónde fue.

– Se puede intentar en aduanas o en inmigración -respondió Lou-. La vía más segura es inmigración, a menos que el tío haya comprado tantas cosas en el extranjero que tuviera que pagar impuestos. Además, tengo un amigo en inmigración. De esa forma lo sabremos mucho antes que si seguimos los cauces burocráticos. ¿Quieres que lo compruebe?

– Me encantaría -respondió Lou-. Este caso me tiene en ascuas.

– Será un placer -repuso Lou-. Como te dije esta mañana, te debo una.

Jack colgó el auricular con una sombra de esperanza ante esa nueva posibilidad.

Sintiéndose más optimista, se inclino, miró por el ocular y comenzó a enfocar.

La jornada de Laurie no había salido según lo previsto. Aunque se había propuesto hacer una sola autopsia, había terminado haciendo dos. Luego George Fontworth había tenido problemas con un caso de múltiples heridas de bala y Laurie se había ofrecido a ayudarle. Pese a que no había parado para comer, no salió del foso hasta después de las tres.

Laurie se puso la ropa de calle y, cuando se dirigía a su despacho, vio a Marvin en la oficina del depósito. Marvin acababa de empezar su turno y estaba ocupado poniendo orden en el caos de un día de trabajo normal. Laurie se desvió de su camino y asomó la cabeza por el hueco de la puerta.

– Encontramos las radiografías de Franconi -dijo-. Y resultó que el tipo que habían encontrado en el agua era nuestro hombre desaparecido.

– Lo leí en el periódico -repuso Marvin-. Buen trabajo.

– Lo identificamos gracias a las radiografías -explicó Laurie-. Así que me alegro de que las hicieras.

– Es mi trabajo.

– Quería disculparme otra vez por sugerir que no las habías hecho-dijo Laurie.

– Ningún problema -repuso Marvin.

Laurie salió, pero no había dado ni cuatro pasos cuando se volvió y regresó a la oficina del depósito. Esta vez entró y cerró la puerta a su espalda.

Marvin la miró con expresión inquisitiva.

– ¿Te importa que te haga una pregunta confidencial? -preguntó Laurie.

– Supongo que no -respondió Marvin con cautela.

– Naturalmente, me interesa saber cómo desapareció el cuerpo de Franconi -dijo-. Por eso hablé contigo anteayer. ¿Recuerdas?

– Claro -respondió Marvin.

– También hablé con Mike Passano esa noche.

– Eso he oído -repuso Marvin.

– Así fue -dijo Laurie-. Pero, créeme, no lo estaba acusando de nada.

– Te creo. A veces es un poco quisquilloso.

– No puedo entender cómo hicieron para robar el cadáver -prosiguió Laurie-. Aquí siempre hubo alguien, ya fuera Mike o el personal de seguridad.

Marvin se encogió de hombros.

– Yo tampoco sé nada -dijo Marvin-. Créeme.

– Claro -repuso Laurie-. Estoy segura de que si hubieras sospechado algo me lo habrías dicho. Pero ésa no es mi pregunta. Tengo el pálpito de que quien fuera que robó el cadáver tuvo que contar con ayuda del interior. Lo que quería preguntarte es si crees que algún empleado del depósito podría haber colaborado de alguna manera.

Marvin reflexionó un instante y luego negó con la cabeza.

– No lo creo.

– Tuvo que ocurrir durante el turno de Mike -dijo Laurie-. ¿Conoces bien a los dos conductores, Pete y Jeff?

– No -respondió Marvin-. Los he visto por aquí e incluso he hablado con ellos un par de veces, pero como hacemos turnos diferentes, no nos encontramos a menudo.

– Pero, ¿tampoco tienes motivos para sospechar de ellos?

– No; no más que de cualquier otro.

– Gracias -dijo Laurie-. Espero que mi pregunta no te haya molestado.

– Tranquila -dijo Marvin.

Laurie reflexionó un momento mientras se mordía el labio inferior. Sabía que se le escapaba algo.

– Tengo una idea -dijo de repente-. ¿Por qué no me cuentas paso a paso lo que hacéis antes de dejar salir un cadáver?

– ¿Todo lo que hacemos?

– Sí, todo. Tengo una idea general, pero ignoro los detalles.

– ¿Por dónde quieres que empiece? -preguntó Marvin.

– Por el principio -respondió Laurie-. Desde el momento en que recibís la llamada de la funeraria.

– De acuerdo. Nos llaman, dicen que son de tal o cual funeraria y que pasarán a recoger un cadáver. Entonces me dan el nombre y el número de admisión.

– ¿Ya está? -preguntó Laurie-. ¿Entonces cuelgas?

– No. Les digo que esperen mientras introduzco el número en el ordenador. Tengo que asegurarme de que vosotros, los forenses, habéis dado vuestra conformidad para que se lleven el cuerpo, y también tengo que averiguar dónde está.

– Entonces vuelves al teléfono, ¿y qué les dices?

– Digo que está bien y que tendré el cadáver preparado.

Por lo general les pregunto a qué hora van a pasar. No tiene sentido que me dé prisa si van a tardar un par de horas.

– ¿Y luego?

– Voy a buscar el cuerpo y compruebo el número de admisión. Luego lo pongo en el compartimiento frigorífico.

Siempre los ponemos en el mismo sitio. De hecho, los colocamos en orden de recogida. De esa forma les facilitamos las cosas a los conductores.

– ¿Y qué pasa después?

– Que vienen a buscar el cadáver -respondió Marvin encogiéndose de hombros una vez más.

– ¿Y qué pasa cuando llegan?

– Les hacemos rellenar un formulario -continuó Marvin-.

Todo debe quedar documentado. Es decir, tienen que firmar un recibo conforme han aceptado la custodia del cuerpo.

– De acuerdo -dijo Laurie-. ¿Entonces vas a buscar el cadáver?

– Sí, o lo recoge uno de ellos. Todos han estado aquí un millón de veces.

– ¿Se hace una comprobación final?

– Desde luego -dijo Marvin-. Siempre comprobamos el número de admisión una vez más antes de que se lleven la camilla. Sería terrible que llegaran a la funeraria y se dieran cuenta de que se han llevado el fiambre equivocado.

– Parece un buen sistema-admitió Laurie y así lo creía.

Con tantos controles, era difícil hacer algo ilegal.

– Ha funcionado durante décadas sin que hubiera un solo error -dijo Marvin-. Claro que el ordenador ayuda. Antes sólo teníamos el libro de registros.

– Gracias, Marvin -dijo Laurie.

– De nada.

Laurie salió de la oficina del depósito. Antes de subir a la suya, se detuvo en la segunda planta para comprar un tentempié en la máquina expendedora de la cantina. Cuando sintió que había recuperado la energía, subió a la quinta planta. Notó que la puerta del despacho de Jack estaba abierta y se asomó. Jack examinaba una muestra en el microscopio.

– ¿Algo interesante?-preguntó.

Jack levantó la cabeza y sonrió.

– Mucho -dijo-. ¿Quieres echar un vistazo?

Se hizo a un lado y Laurie miró por el ocular.

– Parece un pequeño granuloma en el hígado -dijo.

– Exacto -dijo Jack-. Es de uno de los minúsculos fragmentos de lo que quedaba del hígado de Franconi.

– Mmm… -dijo Laurie sin dejar de mirar por el microscopio-. Es extraño que hayan usado un hígado infectado para un trasplante. Deberían haber escogido mejor al donante.

¿Hay muchos granulomas como éste?

– Hasta el momento, Maureen me ha dado un solo preparado histológico del hígado -respondió Jack-. Y ése es el único granuloma que he encontrado, así que supongo que no habrá muchos. Aunque vi uno en la muestra congelada, y en ella también había pequeños quistes tabicados en la superficie del hígado que podían verse a simple vista. Los cirujanos que hicieron el trasplante tuvieron que verlos, aunque es obvio que no les importó.

– Al menos no hay inflamación general -dijo Laurie-. Lo que quiere decir que la tolerancia era buena.

– Extremadamente buena -corrigió Jack-. Demasiado buena, pero ése es otro asunto. ¿Qué opinas de lo que hay debajo del marcador?

Laurie reguló el objetivo para mirar la muestra de arriba abajo. Había pequeñas partículas de material basófilo.

– No sé. Ni me atrevo a asegurar que no sea un artificio.

– Yo tampoco. A menos que sea eso lo que estimuló el gra nuloma.

– Es probable -dijo Laurie incorporándose-. ¿Por qué has dicho que la tolerancia al trasplante era demasiado buena?

– En el laboratorio me informaron de que Franconi no tomaba fármacos inmunosupresores. Y es muy extraño, puesto que no hay inflamación general.

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