– Esto es genial -dijo Lou restregándose las manos con un entusiasmo casi equiparable al de Laurie-. Ahora que tenemos el corpus delicti, es probable que podamos seguir con el caso.
– Y yo podré descubrir qué demonios ha pasado con el hígado de este tipon-dijo Jack.
– Pues yo me iré a hacer compras con mi dinero -dijo Laurie estampando un beso en el billete de cinco dólares-. Aun que no hasta que descubra cómo y por qué desapareció el cuerpo.
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Incapaz de dormir a pesar de haberse tomado dos somníferos, Raymond bajó de la cama con cuidado para no despertar a Darlene. Aunque no había por qué preocuparse. Darlene tenía un sueño tan profundo, que podía caérsele el techo encima sin que se enterara.
Raymond entró en la cocina y encendió la luz. No tenía hambre, pero pensó que un poco de leche tibia lo ayudaría a asentar el estómago. Después de la horrible impresión que había sufrido al ver el contenido del maletero del Ford, tenía acidez estomacal. Había tomado tres clases distintas de antiácidos, pero ninguno le había servido de nada.
Raymond no se las arreglaba bien en la cocina, sobre todo porque no sabía dónde estaban las cosas. En consecuencia tardó un buen rato en calentar la leche y en encontrar un vaso. Cuando todo estuvo listo se llevó el vaso al estudio y se sentó ante el escritorio.
Tras beber algunos sorbos, reparó en que eran las tres y cuarto de la madrugada. A pesar de que se sentía algo aturdido como consecuencia de los somníferos, se dio cuenta de que en la Zona serían más de las nueve, una buena hora para llamar a Siegfried Spallek.
La conexión fue casi instantánea. A esa hora, las líneas estaban desocupadas. Aurielo respondió rápidamente y le pasó con el gerente.
– Se ha levantado temprano -observó Siegfried-. Pensaba llamarlo dentro de cuatro o cinco horas.
– No podía dormir -dijo Raymond-. ¿Qué está pasando allí? ¿Cuál es el problema con Kevin Marshall?
– Creo que el problema está resuelto -dijo Siegfried.
A continuación le resumió lo que había pasado y alabó a Bertram Edwards por alertarlo, lo que le había permitido hacer seguir a Kevin. Dijo que Kevin y sus amigas estaban tan asustados que no se atreverían a volver a la isla.
– ¿Qué quiere decir con sus amigas? -preguntó Raymond-. Kevin siempre ha sido un solitario.
– Estaba con la técnica en reproducción asistida y una de las enfermeras del equipo de cirugía -respondió Siegfried-.
Con franqueza, a nosotros también nos sorprendió, pues siempre ha sido un schlemiel, ¿o cómo llaman ustedes, los estadounidenses, a una persona inepta para las relaciones sociales?
– Un ermitaño -respondió Raymond.
– Eso -dijo Siegfried.
– ¿Y sin duda lo que lo impulsó a visitar la isla fue el humo que tanto le preocupaba?
– Eso dijo Bertram Edwards, quien ha tenido una buena idea. Le diremos a Kevin que enviamos a una cuadrilla de obreros para construir un puente sobre el río que divide en dos la isla.
– Pero no lo han hecho -dijo Raymond.
– Por supuesto que no -respondió Siegfried-. La última cuadrilla que enviamos construyó la estructura para sostener el puente. Desde luego, Bertram envió algunos operarios para llevar las doscientas jaulas.
– No sabía que se hubieran enviado jaulas a la isla -dijo Raymond-. ¿De qué habla?
– Ultimamente Bertram ha estado insistiendo en que abandonemos la idea de aislar a los animales en la isla -explicó Siegfried-. Piensa que deberíamos traer a los bonobos al Centro de Animales y esconderlos de alguna manera.
– Quiero que se queden en la isla -repuso Raymond con énfasis-. Ese fue el acuerdo con GenSys. Si sacamos a los animales de allí podrían anular el trato. Están paranoicos con el tema de la publicidad.
– Lo sé -dijo Siegfried-. Es lo que le dije a Bertram. El lo entiende, pero quiere dejar las jaulas allí por las dudas. No veo ningún problema en eso. De hecho, creo que es bueno estar preparado para cualquier imprevisto.
Raymond se pasó una mano por el pelo con nerviosismo.
No quería ni oír hablar de imprevistos.
– Quería preguntarle cómo desea que resolvamos el asunto con Kevin y las mujeres -dijo Siegfried-. Pero ahora que podemos explicarle lo del humo, y después de haberle dado un buen susto, creo que tenemos la situación controlada.
– No llegaron a la isla, ¿verdad? -preguntó Raymond.
– No, sólo a la zona de estacionamiento.
– Tampoco me gusta que la gente vaya husmeando por ahí -respondió Raymond.
– Lo entiendo -asintió Siegfried-. Por las razones que ya le he mencionado, no creo que Kevin vuelva. Pero, por las dudas, mandaré estacionar allí a la guardia marroquí y a un contingente de soldados ecuatoguineanos durante varios días, siempre y cuando usted lo considere oportuno.
– Está bien -acordó Raymond-. Pero dígame, ¿qué piensa sobre el humo que sale de la isla, suponiendo que Kevin tenga razón?
– ¿Qué pienso yo? -repitió Siegfried-. Me importa un bledo lo que esos animales hagan allí mientras permanezcan en su sitio y se mantengan sanos. ¿A usted le preocupa?
– En absoluto -respondió Raymond.
– Quizá deberíamos enviarles un par de balones de fútbol -dijo Siegfried-. Es posible que así se entretengan. -Rió a carcajadas.
– No creo que esto sea motivo de risa -replicó Raymond irritado. Aunque apreciaba la actitud autoritaria y disciplinada de Siegfried, éste no acababa de caerle bien. Se lo imaginó sentado ante su escritorio, rodeado de los animales desecados y los cráneos que tenía sobre la mesa.
– ¿Cuándo vendrá a recoger al paciente? -quiso saber Siegfried-. Me han dicho que se recupera de maravilla y que está listo para volver.
– Eso he oído. Llamaré a Cambridge, y en cuanto esté listo el avión de GenSys iré hacia allí. Supongo que llegaré en un par de días.
– Avíseme antes. Enviaré un coche a recogerlo a Bata.
Raymond colgó el auricular y dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Se alegraba de haber llamado a Africa, pues parte de su ansiedad se debía al preocupante mensaje de Siegfried sobre un problema con Kevin. Era reconfortante saber que la crisis había pasado. De hecho, Raymond pensó que si hubiera podido olvidar la imagen de la fotografía que lo mostraba inclinado sobre el cadáver de Cindy Carlson se habría sentido prácticamente bien.