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Jeff y Pete intercambiaron una mirada, luego el segundo respondió:

– El mío estaba hecho un asco -dijo Pete.

– No me refiero a los cuerpos en sí -explicó Laurie-.

Quiero saber si hubo algo raro en el procedimiento. ¿Visteis a algún desconocido en el depósito? ¿Notasteis algo fuera de lo normal?

Pete miró a Jeff una vez más y negó con la cabeza.

– No. Todo fue como de costumbre.

– ¿Recordais en qué compartimiento dejasteis el cuerpo? -preguntó Laurie.

Pete se rascó la cabeza.

– Pues, la verdad, no.

– ¿Estaba cerca del ciento once?

Pete volvió a negar con la cabeza.

– No. Estaba al otro lado. Creo que fue el cincuenta y cinco, pero no lo recuerdo con seguridad. Está escrito en el libro.

Laurie se volvió hacia Jeff.

– El cadáver que traje yo entró en el veintiocho -repuso Jeff-. Lo recuerdo porque coincide con mi edad.

– ¿Alguno de los dos vio el cuerpo de Franconi? -preguntó Laurie.

Los conductores volvieron a intercambiar una mirada.

– Sí -respondió Jeff.

– ¿A qué hora?

– Más o menos a esta misma hora -contestó Jeff.

– ¿Y en qué circunstancias? -preguntó ella-. Porque vosotros no soléis ver los cuerpos que no transportáis.

– Cuando Mike nos contó lo ocurrido, quisimos verlo por curiosidad. Pero no tocamos nada.

– Fue un segundo -añadió Pete-. Abrimos la puerta y echamos un vistazo rápido.

– ¿Mike estaba con vosotros? -inquirió Laurie.

– No- dijo Pete-. El sólo nos dio el número del compartimiento.

– ¿El doctor Washington ha hablado con vosotros sobre lo de anoche?

– Sí, y también el señor Harper -respondió Jeff.

– ¿Le contasteis al doctor Washington que habíais visto el cadáver?

– No -dijo Jeff.

– ¿Por qué no?

– Porque no lo preguntó. Sabemos que, en teoría, no tendríamos que haberlo visto. Pero con tanto jaleo, nos picó la curiosidad.

– Quizá deberíais comentarlo con el doctor Washington -sugirió Laurie-. Para que esté informado.

Laurie dio media vuelta y se dirigió hacia el ascensor. Jack la siguió.

– ¿Qué opinas? -preguntó ella.

– A medida que avanza la noche, se me hace más difícil pensar con claridad. Pero yo no daría ninguna importancia al hecho de que esos dos hayan mirado el cuerpo.

– Sin embargo, Mike no lo mencionó.

– Es cierto -admitió Jack-. Pero todos sabían que estaban desobedeciendo las normas. Es normal que en una situación así no sean completamente sinceros.

– Puede que sólo sea eso.

– ¿Y adónde vamos ahora? -preguntó Jack mientras subían al ascensor.

– Me he quedado sin ideas.

– Gracias a Dios -repuso él.

– ¿Crees que debería preguntarle a Mike por qué no nos dijo que los conductores habían visto a Franconi?

– Tal vez, pero me parece que estás haciendo una montaña de un grano de arena -dijo Jack-. Con franqueza, creo que lo hicieron movidos por una curiosidad inofensiva.

– Entonces larguémonos -propuso ella-. Yo también tengo sueño.

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