Cuando llegué a casa del colegio Padre aún estaba fuera trabajando, así que abrí la puerta principal y entré y me quité el abrigo. Fui a la cocina y dejé mis cosas sobre la mesa. Una de las cosas era este libro que me había llevado al colegio para enseñárselo a Siobhan. Me preparé un batido de frambuesa y lo calenté en el microondas y entonces me fui a la sala de estar a ver mis vídeos de El planeta azul sobre la vida en las partes más profundas del océano.
El vídeo era sobre las criaturas marinas que viven alrededor de las chimeneas sulfúreas, que son volcanes submarinos por los que los gases de la corteza terrestre son expulsados hacia el agua. Los científicos no esperaban que hubiese ningún organismo vivo allí porque es un entorno tan caluroso y tan tóxico, pero hay ecosistemas enteros.
Me gusta esa parte porque demuestra que siempre hay algo nuevo que la ciencia puede descubrir, y que todos los hechos que dabas por sentado pueden estar completamente equivocados. Y también me gusta que filmen en un sitio al que es más difícil llegar que a la cima del monte Everest, pero que está a sólo unas millas bajo el nivel del mar. Y es uno de los sitios más tranquilos y oscuros y secretos de la Tierra. Y a veces me gusta imaginar que estoy allí, en un sumergible esférico de metal con ventanas de 30 centímetros de grosor para impedir que implosionen por la presión. E imagino que soy la única persona dentro de él, y que no está conectado a un barco ni nada, sino que funciona con su propia energía y yo controlo los motores y me muevo por donde yo quiero en el lecho marino, y que nunca podrán encontrarme.
Padre llegó a casa a las 17.48. Lo oí entrar por la puerta principal. Luego entró en la salita de estar. Llevaba una camisa a cuadros verde lima y azul cielo, y un doble lazo en uno de sus zapatos pero no en el otro. Llevaba un viejo anuncio de Leche en Polvo Fussell que estaba hecho de metal y pintado con esmalte azul y blanco y cubierto de pequeños círculos de óxido que eran como agujeros de bala, pero no explicó por qué lo llevaba. Me dijo:
– Hola, socio -que es un pequeño chiste suyo.
Y yo dije:
– Hola.
Seguí viendo el vídeo y Padre entró en la cocina.
Había olvidado que había dejado mi libro en la mesa de la cocina porque estaba demasiado interesado en el vídeo de El planeta azul . Eso es lo que se llama Bajar la Guardia, y es lo que nunca debes hacer si eres detective.
Eran las 17.54 de la tarde cuando Padre volvió a entrar en la sala de estar. Dijo:
– ¿Qué es esto?
Pero lo dijo en voz muy baja y no me di cuenta de que estaba enfadado porque no estaba gritando.
Sostenía el libro en la mano derecha.
Yo dije:
– Es un libro que estoy escribiendo.
Y él dijo:
– ¿Es verdad esto? ¿Has hablado con la señora Alexander?
Eso también lo dijo en voz muy baja, y yo seguía sin entender que estaba enfadado.
– Sí -dije.
Entonces él dijo:
– Me cago en la puta, Christopher. ¿Eres estúpido o qué?
Eso es lo que Siobhan llama pregunta retórica. Lleva signos de interrogación, pero no se supone que tengas que contestarla porque la persona que pregunta ya sabe la respuesta. Es difícil detectar una pregunta retórica.
Entonces Padre dijo:
– ¿Qué coño te dije, Christopher?
Eso lo dijo mucho más alto.
Y yo contesté:
– Que no mencionara el nombre del señor Shears en esta casa. Y que no fuera a preguntarle a la señora Shears ni a nadie más quién mató al maldito perro. Y que no entrara sin autorización en los jardines de otras personas. Y que dejara este ridículo juego del detective. Sólo que yo no he hecho ninguna de esas cosas. Sólo le pregunté a la señora Alexander sobre el señor Shears porque…
Pero Padre me interrumpió y me dijo:
– No me vengas con gilipolleces. Sabías exactamente lo que hacías, joder. He leído el libro, ¿recuerdas? -Dijo esto sosteniendo en alto el libro-. ¿Qué más te dije, Christopher?
Pensé que a lo mejor ésa era otra pregunta retórica, pero no estaba seguro. Se me hacía difícil pensar en qué decir porque empezaba a sentirme asustado y confuso.
Entonces Padre repitió la pregunta.
– ¿Qué más te dije, Christopher?
– No lo sé -dije.
Y él dijo:
– Vamos. Tú eres don buena memoria, ¿no?
Pero yo no podía pensar. Y Padre dijo:
– Que no fueras por ahí metiendo tus jodidas narices en los asuntos de los demás. ¿Y qué haces tú? Vas y metes las narices en los asuntos de los demás. Vas por ahí desenterrando el pasado y compartiéndolo con cada Fulano y Mengano con que te encuentras. ¿Qué voy a hacer contigo, Christopher? ¿Qué coño voy a hacer contigo?
– Sólo estuve charlando con la señora Alexander -dije yo-. No estuve investigando.
Y él dijo:
– Te pido que hagas una cosa por mí, Christopher. Una sola cosa.
Y yo dije:
– Yo no quería hablar con la señora Alexander. Fue la señora Alexander quien…
Pero Padre me interrumpió y me agarró muy fuerte del brazo.
Padre nunca me había agarrado de esa manera. Madre me había pegado algunas veces porque era una persona muy irascible, lo que significa que se enfadaba más rápido que otras personas y gritaba más a menudo. Pero Padre es una persona más equilibrada, lo que significa que no se enfada tan rápido y no grita tan a menudo. Así que me sorprendió mucho que me agarrara.
No me gusta que la gente me agarre. Y tampoco me gusta que me sorprendan. Así que le pegué, como pegué al policía cuando me agarró de los brazos y me hizo ponerme de pie. Pero Padre no me soltó, y gritaba. Y yo volví a pegarle. Y entonces ya no supe qué hacía.
Durante un rato no tuve ningún recuerdo. Sé que fue poco porque después consulté mi reloj. Fue como si alguien me hubiese apagado para luego volver a encenderme. Y cuando volvieron a encenderme estaba sentado en la alfombra con la espalda contra la pared y tenía sangre en la mano derecha y me dolía un lado de la cabeza. Padre estaba de pie en la alfombra a un metro delante de mí, mirándome, y todavía sostenía mi libro en la mano derecha, pero estaba doblado por la mitad y con todos los bordes arrugados, y tenía un arañazo en el cuello y un gran desgarrón en la manga de su camisa a cuadros verdes y azules y su respiración era realmente profunda.
Al cabo de más o menos un minuto, se dio la vuelta y entró en la cocina. Entonces abrió la puerta que da al jardín y salió. Oí que levantaba la tapa del cubo de basura y tiraba algo y volvía a ponerle la tapa al cubo. Entonces volvió a entrar en la cocina, pero ya no llevaba el libro. Cerró otra vez la puerta de atrás con llave y metió la llave en la jarrita de cerámica con forma de monja gorda y se quedó de píe en el centro de la cocina y cerró los ojos.
Entonces abrió los ojos y dijo:
– Joder, necesito beber algo.
Y cogió una lata de cerveza.