Había nubes en el cielo en el camino de vuelta a casa, así que no vi la Vía Láctea.
– Lo siento -dije, porque Padre había tenido que venir a la comisaría y eso era malo.
Él dijo:
– No te preocupes.
– Yo no maté al perro -dije.
Y él dijo:
– Ya lo sé.
Entonces dijo:
– Christopher, tienes que intentar no meterte en líos, ¿de acuerdo?
– No sabía que iba a meterme en líos -dije-. Me gusta Wellington, iba a decirle hola, pero no sabía que alguien lo había matado.
Padre dijo:
– Simplemente trata de no meter las narices en los asuntos de otras personas.
Reflexioné un momento y dije:
– Voy a descubrir quién mató a Wellington.
Y Padre dijo:
– ¿Has oído lo que te he dicho, Christopher?
– Sí -dije-, he oído lo que me has dicho, pero cuando asesinan a alguien hay que descubrir quién lo hizo para que puedan castigarlo.
Y él dijo:
– No es más que un maldito perro, Christopher; un maldito perro.
– Yo creo que los perros también son importantes -dije.
Él dijo:
– Déjalo ya.
Y yo dije:
– Me pregunto si la policía descubrirá quién lo hizo y lo castigará.
Entonces Padre golpeó el volante con un puño y el coche zigzagueó un poquito sobre la raya discontinua del centro de la carretera, y Padre gritó:
– He dicho que lo dejes ya, por el amor de Dios.
Entendí que estaba enfadado porque gritaba. Yo no quería hacerle enfadar, así que no dije nada más hasta que llegamos a casa.
Después de entrar por la puerta principal fui a la cocina a buscar una zanahoria para Toby y subí a mi habitación, cerré la puerta, solté a Toby y le di la zanahoria. Luego conecté el ordenador y jugué 76 partidas del Buscaminas e hice la Versión Experto en 102 segundos, sólo tres segundos más que mi mejor tiempo, que es de 99 segundos.
A las 2.07 de la madrugada decidí que quería un vaso de zumo de naranja antes de lavarme los dientes e irme a la cama, así que bajé a la cocina. Padre estaba sentado en el sofá viendo un campeonato de billar en la televisión y bebiendo whisky. De los ojos le caían lágrimas.
Le pregunté.
– ¿Estás triste por lo de Wellington?
Me miró durante largo rato e inspiró aire por la nariz. Luego dijo:
– Sí, Christopher, podría decirse que sí. Ya lo creo.
Decidí dejarlo solo porque cuando estoy triste quiero que me dejen solo. Así que no dije nada más. Fui a la cocina, me hice el zumo de naranja y me lo llevé de vuelta a mi habitación.