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Miranda se acercó a Clara. Las dos mujeres se miraron fijamente a los ojos en un duelo mudo y sordo para los demás, salvo para Marta Gómez, que las observaba.

– Me ha gustado conocerla-dijo Miranda-, espero que volvamos a vernos. Supongo que usted regresará en algún momento a Bagdad; yo me quedaré allí toda la guerra, si es que no me matan.

– ¿Se va a quedar en Bagdad?

– Sí, muchos periodistas nos vamos a quedar.

– ¿Por qué?

– Porque alguien tiene que contar lo que pasa, porque la única manera de intentar detener el horror es relatarlo. Si nos vamos, sería peor.

– ¿Peor para quién?

– Para todos. Salga de su castillo, mire alrededor y lo entenderá.

– ¡Por favor, déjese de sermones! Estoy un poco harta de que me hablen con esa superioridad.

– Lo siento, no era mi intención molestarla.

– Buen viaje.

– ¿La veré en Bagdad?

– Quién sabe…

Picot se acercó a Miranda y tiró de ella riendo porque el helicóptero estaba a punto de despegar.

– ¡Quédate con nosotros hasta que nos vayamos! -le dijo.

– No sería mala idea, pero me temo que en mi empresa no lo entenderían.

Se besaron en la mejilla y él la ayudó a subir al helicóptero, luego levantó la mano mientras el aparato se elevaba para perderse en el horizonte.

– Parece que ha congeniado usted con Miranda -le dijo Clara resentida.

– Pues sí, es una mujer estupenda. Me ha gustado haberla conocido, y espero tener la oportunidad de verla fuera de aquí.

– Se va a quedar en Bagdad.

– Ya lo sé, es una insensata como usted. Las dos creen en una causa y están dispuestas a jugarse el pellejo llegando hasta el final.

– No tenemos nada en común. -Clara estaba cada vez más irritada.

– No, sólo la cabezonería, pero eso seguramente es común a todas las mujeres.

– Al resto déjanos en paz -terció Marta riéndose.

– Volvamos a trabajar, esta gente nos ha retrasado y mientras estemos aquí hay que seguir -dijo Fabián.

– Fabián tiene razón, por cierto, ¿has podido hablar con Bagdad? -quiso saber Marta.

– Sí, Ahmed viene hacia aquí. Creo que llega esta tarde, así que esperaremos a ver qué nos cuenta y luego decidiremos. Pero por si tenemos que irnos, voy a pedirle a Lion Doyle que fotografíe todo lo que hemos encontrado y dónde ha aparecido. Quiero que haga un trabajo meticuloso, porque si vienen los chicos del Tío Sam y sueltan sus bombas aquí, todo esto desaparecerá. No sólo quiero fotos, quiero un vídeo, espero que Lion sea capaz de hacerlo.

– Como siempre, Yves piensa en todo -apuntó Fabián.

– No es que piense en todo, es que me parece que ha llegado el momento de la retirada y quiero que estemos preparados por si nos tenemos que ir de forma precipitada.

– Bueno, Yves, Lion parece un buen profesional. Al menos el reportaje de Arqueología científica es muy bueno.

– Y tú, Marta, salías muy guapa -respondió Picot.

– Me gustaría que habláramos sobre el plan de trabajo futuro, tanto por si se quedan como si se van -terció Clara.

– El trabajo está hecho, sólo nos queda encontrar la Biblia de Barro , pero por lo demás ahí está el templo, más de doscientas tablillas en buen estado, restos de cerámicas, estatuas… La expedición ha sido un éxito. No me arrepiento de haber venido. Marta, Fabián, ¿y vosotros?

– Ya sabes que no. Ha sido una experiencia muy especial trabajar en estas condiciones. Creo que nos estábamos convirtiendo en autómatas y que los periodistas nos han recordado que hay otra realidad. No me importa seguir, pero te confieso que tampoco me importaría regresar, ¿y tú, Marta?

– Yo, Fabián, a pesar de que echo de menos un buen baño, tengo que decir que no me gustaría marcharme sin encontrar la Biblia de Barro .

Clara miró a Marta con agradecimiento. Había llegado a apreciar a la estricta profesora capaz de imponerse de manera natural incluso a Picot.

– Buscábamos una leyenda y hemos encontrado una realidad. ¿No es bastante? -preguntó Fabián.

– Buscamos la Biblia de Barro y hemos encontrado un templo, no está mal, pero… yo apuraría el tiempo un poco más -insistió Marta.

– No es un problema de apurar el tiempo, es que los norteamericanos están a punto de bombardear, lo has escuchado como nosotros, y no estoy dispuesto a que nos juguemos la vida. Hemos traído a un montón de gente, chicos de la universidad que tienen toda la vida por delante y a los que no podemos pedir que se arriesguen excavando un poco más por si encontramos esas tablillas -protestó Picot.

– Yves, sé que tienes razón, pero si te digo la verdad me dan ganas de quedarme -afirmó Marta.

– Sería una estupidez. Tú sabes que si estalla la guerra la misión arqueológica se irá al garete, los hombres serán reclamados por el ejército y comenzará eso tan humano del sálvese quien pueda.

– Lo sé, Fabián, lo sé. Sólo expreso un sentimiento, nada más. Si regresamos, lo haremos todos juntos, no soy ninguna suicida aventurera.

– En cualquier caso, Clara, me parece bien que hagamos una recapitulación de lo hecho y de lo que queda por hacer. Si le parece, lo haremos después de que escuchemos a su marido, si es que llega esta tarde como está previsto, ¿de acuerdo?

Clara asintió a la propuesta de Picot. No tenía otra alternativa.

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