Yves Picot había tomado una decisión. En realidad, la decisión se la habían inspirado Marta y Fabián.
Ya que era ineludible el regreso, al menos debían hacerlo con el mayor número posible de objetos que habían encontrado: los bajorrelieves, esculturas, tablillas, sellos, bullas y calculis … la cosecha había sido fecunda.
Marta imaginaba una gran exposición avalada por alguna universidad, a ser posible la suya, la Complutense de Madrid, en colaboración con alguna fundación dispuesta a correr con los gastos del montaje.
Fabián decía que el trabajo hecho debía ser conocido por la comunidad científica, habida cuenta que era posible que si había guerra, de aquel templo no quedaría nada. Por eso creía, como Marta, que tenían que valorizar el descubrimiento hecho, y eso pasaba no sólo por una exposición, sino también por la edición de un libro con las fotos de Lion Doyle, dibujos, planos y textos de todos ellos.
Pero para llevar a cabo la idea de sus amigos tenía que convencer a Ahmed de que les dejara sacar de Irak los tesoros encontrados, y eso preveía que iba a ser harto difícil, puesto que formaba parte del patrimonio artístico del país y en aquellas circunstancias ningún funcionario de Sadam osaría sacar ni un trozo de arcilla para prestarlo a los países que iban a declararles la guerra.
Pensaba que quizá Alfred Tannenberg podría hacer valer su influencia para lograr que Sadam les permitiera llevarse en depósito los tesoros encontrados. Estaba dispuesto a firmar lo que fuera necesario asegurando que aquellos objetos eran y serían siempre de Irak y que en cualquier caso volverían al país.
Claro que para Alfred Tannenberg, lo mismo que para su nieta, el objetivo de la expedición no se había logrado: encontrar la Biblia de Barro , de manera que podía negarse a ayudarles para obligarles a continuar, aunque sólo un loco pensaría en seguir en un país que en cualquier momento iba a entrar en guerra.
Después de cenar y una vez que los miembros del equipo se dispersaron, Picot junto a Marta y Fabián invitó a Lion Doyle y a Gian Maria a unirse a ellos para participar en la reunión con Ahmed y Clara.
Había tomado afecto al sacerdote, y Lion Doyle le caía bien. Siempre estaba de buen humor y dispuesto a echar una mano a quien hiciera falta. Además, era inteligente y eso era algo que Picot valoraba.
Le pareció que Clara estaba nerviosa y algo ausente y Ahmed un poco tenso. Supuso que la pareja había discutido y se veía obligada a mantener el tipo delante de ellos, al fin y al cabo unos desconocidos.
– Ahmed, queremos saber su opinión sobre la situación real, los periodistas que han estado aquí aseguran que la guerra está en marcha.
Ahmed Huseini no respondió de inmediato a Picot. Termino de encender un cigarrillo egipcio, exhaló el humo, le miró sonriente y entonces articuló la respuesta.
– Ya nos gustaría saber a nosotros si al final nos van a atacar y sobre todo cuándo.
– Vamos, Ahmed, no se escape, esto es muy serio; dígame cuándo cree que debemos irnos, y en todo caso si tiene un plan de evacuación para el caso de que les ataquen por sorpresa -insistió Yves denotando cierta incomodidad.
– Lo que sabemos es que hay países que están tratando por todos los medios de evitar que se desencadene el conflicto bélico. Lo que no puedo decirles, amigos míos, es si lo conseguirán. En cuanto a ustedes… bien, yo no puedo decidir lo que deben hacer. Conocen la situación política igual que yo. Aunque no me crean, no tenemos más información que la que puedan disponer ustedes, que es la de los medios de comunicación occidentales. Yo no puedo afirmar que vaya a haber guerra, pero tampoco puedo afirmar lo contrario; claro que, bajo mi punto de vista, Bush está yendo demasiado lejos, de modo que… en fin, en mi modesta opinión hay más posibilidades de que la haya que de que no. Respecto a cuándo… todo dependerá del momento en que crean estar preparados.
Yves y Fabián intercambiaron una mirada en la que ambos reflejaban el desagrado que les estaba provocando Ahmed. No reconocían en aquel hombre cínico y escurridizo al arqueólogo eficiente e inteligente que habían tratado meses atrás. Sentían que les estaba engañando.
– No se ande por las ramas -insistió Picot sin ocultar su enfado-; dígame cuándo cree conveniente que nos vayamos.
– Si usted quiere irse ya, con mucho gusto lo organizaré todo para que puedan salir cuanto antes de Irak.
– ¿Qué pasaría si la guerra comenzara ya, esta misma noche? ¿Cómo nos sacaría de aquí? -le insistió Fabián.
– Intentaría enviarles helicópteros, pero no es seguro que pudiera disponer de ellos si efectivamente nos estuviesen atacando.
– De manera que nos recomienda que nos vayamos -afirmó más que preguntó Marta.
– Creo que la situación es crítica, pero no soy capaz de prever lo que va a pasar. Pero si quieren un consejo se lo daré: váyanse antes de que sea difícil hacerlo -fue la respuesta de Ahmed.
– ¿Qué opina usted, Clara?
Que Marta le preguntara a ella sorprendió a la propia Clara, también a Picot y a Ahmed.
– Yo no quiero que se vayan, creo que aún podemos encontrar la Biblia de Barro , que estamos cerca de conseguirlo, pero necesitamos más tiempo.
– Clara, lo único que no tenemos es tiempo -le dijo Picot-; debemos actuar sobre la realidad, no sobre nuestros deseos.
– Entonces decídanlo ustedes, en realidad poco importa lo que yo pueda opinar.
– Yves, ¿le importa que opine yo? -preguntó Lion Doyle.
– No, claro, hágalo, le he invitado a esta reunión porque me interesa saber qué piensa; también quiero conocer la opinión de Gian Maria -respondió Picot.
– Debemos irnos. No hace falta ser un lince para saber que Estados Unidos va a atacar. La información de mis colegas de la prensa no deja lugar a dudas. Francia, Alemania y Rusia tienen perdida la batalla en Naciones Unidas, y Bush lleva meses preparándose para atacar. Los militares del Pentágono saben que ésta es la mejor época para intentar una guerra contra un país como éste. El clima es determinante, así que deben de estar a punto de hacerlo; es cuestión de semanas, todo lo más, un par de meses.
»Puede que Clara tenga razón y que si se continuara trabajando tal vez pudieran encontrar esas tablillas a las que ustedes llaman la Biblia de Barro , pero no disponen de tiempo para hacerlo, por lo que deberían comenzar a desmantelar el campamento y salir de aquí cuanto antes. Si empiezan a bombardear, nosotros seremos el menor de los problemas de Sadam. Nos dejará a nuestra suerte, no enviará helicópteros para sacarnos, pero es que además sería una temeridad subirnos a un helicóptero si los norteamericanos empiezan a bombardear. Salir del país por carretera también sería una opción suicida. Por lo que a mí respecta, voy a prepararme para marcharme, no creo que pueda hacer mucho más aquí.
Lion Doyle encendió un cigarro. Le habían escuchado en silencio, y nadie se decidía a romperlo. Fue Gian Maria el que les sacó de su ensimismamiento.
– Lion tiene razón, yo… yo creo que deben irse.
– ¿Qué pasa? ¿Usted se queda? -quiso saber Marta.
– Yo me quedaré si Clara se queda. Me gustaría ayudarla.
Ahmed miró con desconcierto al sacerdote. Sabía que seguía a Clara por todas partes, que no se despegaba de su lado, parecía un perro fiel, pero de ahí a mostrarse dispuesto a quedarse en un país a punto de sufrir una guerra era algo que le desconcertaba. Estaba seguro de que entre su mujer y el sacerdote no había más relación que la que ambos evidenciaban, pero aun así no comprendía la actitud de Gian Maria.
– Seguiremos su consejo, Lion. Mañana empezaremos a embalar y a prepararnos para ir a Bagdad y de allí a casa. ¿Cuándo cree que nos puede sacar de aquí? -preguntó Picot a Ahmed.
– En cuanto me diga que está listo.
– Puede que en una semana, como mucho en dos, deberíamos tener todo recogido -asintió Picot.
Fabián carraspeó mientras miraba a Marta, buscando su apoyo. No podía decidir irse sin más, y Picot parecía olvidarse de su idea: sacar de Irak todo lo encontrado en la excavación de Safran.
– Yves, creo que deberías de preguntar a Ahmed sobre la posibilidad de hacer una exposición con las tablillas, los bajorrelieves… en fin, con todo lo que hemos encontrado.
– ¡Ah, sí! Verá, Ahmed, Fabián y Marta han pensado que deberíamos intentar dar a conocer a la comunidad científica los hallazgos de Safran. Usted sabe que lo que hemos encontrado tiene un valor incalculable. Pensamos en una exposición que pueda llevarse a distintos países. Nosotros buscaremos el patrocinio de universidades y fundaciones privadas. Usted podría ayudarnos en la puesta en marcha de la exposición, y desde luego también Clara.
Ahmed sopesó las palabras de Picot. El francés le estaba pidiendo que le dejase llevarse todo lo que habían encontrado, así sin más. Sintió una ráfaga de amargura. Muchos de los objetos encontrados ya estaban vendidos a coleccionistas particulares, ansiosos porque les entregaran la mercancía. Clara, desde luego, no lo sabía y tampoco Alfred Tannenberg, pero Paul Dukais, el presidente de Planet Security, había sido tajante al respecto en su última conversación con Yasir. Había coleccionistas que sabían de la existencia de los objetos desenterrados por los reportajes publicados en la revista Arqueología científica y se habían puesto en contacto con intermediarios que acababan llamando al despacho de Robert Brown, presidente de la fundación Mundo Antiguo, la pantalla que ocultaba los negocios sucios de George Wagner, de Frank Dos Santos y de Enrique Gómez, los socios de Alfred Tannenberg.
– Lo que me está pidiendo es imposible -fue la respuesta cortante de Ahmed Huseini.
– Sé que es difícil y más dada la actual situación, pero usted es arqueólogo, conoce la importancia del descubrimiento de este templo. Si dejamos aquí lo que hemos encontrado… bueno, nuestro trabajo, todos estos meses de sacrificio no tendrán sentido. Si nos ayuda a que sus jefes entiendan la importancia que tiene para la arqueología el que el mundo conozca lo que hemos encontrado, su país será el primer beneficiado. Por supuesto, todos los objetos regresarán a Irak, pero antes permitan que los conozca el mundo, que intentemos organizar esa exposición itinerante en París, Madrid, Londres, Nueva York, Berlín. Su Gobierno puede designarle a usted como comisario de esa exposición por parte de Irak. Creemos que podemos hacerlo. No nos queremos llevar nada, queremos que el mundo conozca lo que hemos encontrado. Hemos trabajado duro, Ahmed.