– Hay manifestaciones en toda Europa, la gente no quiere esta guerra -afirmaba Daniel.
– ¿Qué guerra? Aún no estamos en guerra, puede que Bush no ataque al final y sólo esté intentando asustar a Sadam -dijo tímidamente Haydar Annasir.
– Atacará -afirmó Miranda-, y lo hará en marzo.
– ¿Por qué en marzo? -preguntó Clara.
– Pues porque para entonces tendrá todo su dispositivo bélico preparado. Luego haría demasiado calor, y sus chicos no están acostumbrados a combatir bajo un sol cegador como el de este país, o sea que o vienen en marzo o a lo más tardar en abril.
– Esperemos que se retrasen -dijo Picot.
– ¿Hasta cuándo estarán aquí? -quiso saber Miranda.
– Según sus cálculos, nos queda un mes -fue la respuesta de Picot.
– ¿Mis cálculos? -preguntó Miranda.
– Usted acaba de decir que atacarán en marzo, y estamos en febrero.
– ¡Ah! Pues tiene razón, queda un mes. ¿Y cómo van a salir de aquí? Los soldados no les protegerán en cuanto comiencen los bombardeos, Sadam necesitará a todos los hombres disponibles, y tarde o temprano movilizarán a sus obreros.
La reflexión de Miranda les sumió en el silencio. De repente tomaban conciencia de que el mundo seguía un ritmo distinto al de la perdida aldea en la que se habían encerrado meses atrás, intentando encontrar en la arena un secreto tan viejo como el tiempo, un secreto que acaso sólo fuera una quimera.
Marta Gómez rompió el silencio que había caído en ellos.
– Ya lo han visto, hemos descubierto un templo, parece parte de un zigurat, aunque no estamos seguros; según nuestra opinión, es de dos mil años antes de Cristo, y no se sabía de su existencia. También estamos desenterrando restos de plantas de casas de la misma época, aunque desgraciadamente queda poco de ellas. Estamos estudiando los cientos de tablillas hallados en dos estancias del zigurat, tenemos unas cuantas estatuas en buen estado, bullas y calculis … quiero decirle, Miranda, que el trabajo que hemos llevado a cabo es extraordinario en tan poco tiempo. Lo que hemos hecho en estos cinco meses habrían significado años de trabajo en circunstancias normales. Entiendo que en estos momentos a los ciudadanos de cualquier lugar del mundo poco les importe el trabajo arqueológico, puesto que este país está al borde de la guerra, pero si las bombas no destruyen lo que hemos encontrado, le aseguro que éste será uno de los sitios arqueológicos más importantes de Oriente Próximo, si es que cuando la maldita guerra termine podemos regresar. Creo que todos nosotros podemos sentirnos satisfechos de lo que hemos hecho.
– Han contado con el visto bueno de Sadam para poder trabajar -afirmó Miranda, a modo de respuesta a Marta.
– Sí, claro. No se puede ir a un país a trabajar sin el permiso del régimen, el que sea. Nos ha permitido excavar y hemos contado con los medios para ello, medios que el profesor Picot paga de su bolsillo -fue la respuesta de Fabián Tudela.
– Creía que la señora Tannenberg era corresponsable y cofinanciadora de la expedición…
Clara decidió aprovechar la pregunta de Miranda para dejar sentado que aquélla era su expedición y que todo lo que había aflorado, y pudiera aflorar, le pertenecía tanto como a Picot.
– Efectivamente, éste es un proyecto que hemos puesto en marcha el profesor Picot y yo. Es un proyecto costoso y difícil dadas las circunstancias, pero tal y como le ha explicado la profesora Gómez, ya ha dado sus frutos, unos frutos extraordinarios.
– Pero ustedes buscan algo más; creo que usted, en un congreso celebrado el pasado año en Roma, habló de unas tablillas en las que alguien afirmaba que el patriarca Abraham le iba a contar la Creación, y que luego por casualidad encontraron aquí otras tablillas con el nombre del mismo escriba. ¿Me equivoco?
Esta vez fue Picot quien decidió responder a Miranda.
– No, no se equivoca. Clara posee un par de tablillas, que hemos podido datar, en que un escriba llamado Shamas cuenta que un tal Abrán le iba a desvelar la historia del mundo. Clara mantiene la hipótesis de que el Abrán al que se refiere Shamas es el patriarca Abraham y, si se confirma su teoría, el descubrimiento sería extraordinario.
– Tenga en cuenta que la ciencia duda de la existencia de los patriarcas, nadie ha podido demostrar hasta ahora que realmente fueran seres de carne y hueso. Si encontramos las tablillas a las que se refieren las que ya tiene Clara, no sólo sé demostraría que la Biblia tiene razón, sino que el Génesis fue revelado por Abraham. Usted no imagina la importancia que esto tendría para la arqueología, para la ciencia, también para la religión -explicó Fabián.
– Pero aún no han encontrado esas tablillas… -quiso saber Miranda.
– No, aún no -respondió Marta-, pero sí hemos hallado muchas tablillas con el nombre de Shamas, así que aún tenemos esperanza de encontrar la Biblia de Barro .
– ¿La Biblia de Barro ?
– Miranda, ¿qué otra cosa serían unas tablillas con la leyenda de la Creación? -preguntó a su vez Marta.
– Tiene razón, además me gusta el nombre… La Biblia de Barro . ¿Y usted qué piensa de todo esto? Creo que es usted cura.
La pregunta de Miranda hizo que Gian Maria se atragantara, al tiempo que enrojecía hasta la raíz del cabello.
– ¡Vaya, es la primera vez que conozco a un hombre que se pone colorado! -rió Miranda.
– Vamos, Gian Maria, que sólo te han preguntado -le animó Marta.
El sacerdote no encontraba palabras para responder. Le ardía la cara al sentirse el blanco de todas las miradas. Fabián intentó echarle una mano desviando la atención.
– Gian Maria es experto en lenguas muertas; nos es de una enorme utilidad, trabaja a destajo descifrando tablillas. Sin él no habríamos podido avanzar como lo hemos hecho. De todas maneras, hasta que no encontremos esas tablillas y las analicemos, no sólo nosotros sino también otros expertos cualificados, no se podrá afirmar que son la Biblia de Barro . Hasta ahora nos movemos en el terreno de las hipótesis. Hay un par de tablillas escritas por una mano poco experta que más parecen unas páginas de un diario personal, un diario de barro, en que alguien anuncia que le van a contar algo. Como le ha dicho Marta, aunque no encontráramos esas otras tablillas lo que hemos desenterrado hasta ahora justifica nuestro trabajo aquí.
– ¿Por qué dice que esas dos tablillas, que son la causa de que estén ustedes aquí, están escritas por una mano poco experta? -preguntó Miranda.
– Por los trazos. Es como si ese Shamas no dominara el manejo del cálamo, que como usted sabe es una caña con la que se hacían incisiones en el barro. Es más, las tablillas que hemos encontrado aquí que también llevan el nombre de Shamas en la parte superior en nada se parecen a la escritura de las que tiene Clara. El Shamas de aquí era un escriba que dominaba la escritura y la aritmética, además de ser un experto naturalista que nos ha legado una lista de la fauna de la zona -respondió de nuevo Fabián.
– Podría ser que el Shamas que escribió las tablillas que aparecieron en Jaran y el Shamas de aquí no fueran la misma persona, aunque Clara asegura que sí -apuntó Marta.
– ¿Y por qué cree usted que es el mismo? -quiso saber Miranda.
– Porque siendo verdad que el trazo de las tablillas de Jaran es distinto al de las tablillas encontradas, aquí hay líneas, señales que parecen hechas por la misma mano, aunque éstas sean más firmes. Mi teoría es que Shamas pudo escribir las tablillas de Jaran siendo adolescente o niño y las de aquí ya adulto.
Clara no titubeó en la respuesta. Conocía las tablillas como la palma de su mano y el laboratorio dejaba poco lugar a dudas: las tablillas de Jaran y las de Safran parecían escritas por la misma mano.
– Pero me gustaría saber qué piensa la Iglesia de todo esto -insistió Miranda dirigiéndose a Gian Maria.
El sacerdote, ya repuesto del sobresalto inicial de que se dirigieran a él, volvió a ponerse colorado pero respondió a la curiosidad de la periodista.
– Yo no puedo responderle en nombre de la Iglesia, sólo soy un sacerdote.
– Pues dígame qué opina de todo esto.
– Sabemos por la Biblia de la existencia del patriarca Abraham. Naturalmente, yo sí creo que existió, que fue un hombre de carne y hueso, independientemente de que haya o no pruebas arqueológicas.
– ¿Y cree que Abraham sabía de la Creación y además se la contó a alguien?
– La Biblia no dice nada de eso, y es bastante explícita respecto a la vida del patriarca Abraham. De manera que… bien, soy escéptico, no me termino de creer que haya una Biblia de Barro . Pero si aparecen esas tablillas, será la Iglesia la que tenga que dictaminar o no su autenticidad.
– Pero ¿a usted le ha enviado el Vaticano? -preguntó Miranda.
– ¡No, por Dios! El Vaticano nada tiene que ver con mi estancia aquí -respondió temeroso Gian Maria.
– Entonces, ¿qué hace aquí? -insistió Miranda.
– Bueno, ha sido todo una casualidad…
– Pues explíquemela -le conminó la periodista, a pesar de la evidente incomodidad del sacerdote.
– ¿No podrías dejarle tranquilo? -intervino Lion Doyle que hasta ese momento había permanecido en silencio.
– ¡Vaya con el caballero andante! Siempre acudes en socorro del que lo necesita, ya sea una mujer perdida en un tiroteo o un cura en apuros.
– ¡Eres imposible, Miranda! -respondió Lion malhumorado.
– No, si no tengo inconveniente en responder-dijo Gian Maria con apenas un hilo de voz-. Verá, yo estaba en Bagdad colaborando con una ONG, pero de casualidad había conocido al profesor Picot, y vine aquí a ver su trabajo; él sabía que soy experto en lenguas muertas y, bueno, me quedé.
– ¿Y, siendo sacerdote, usted hace lo que le viene en gana? -insistió Miranda.
– Tengo permiso para estar aquí -contestó Gian Maria, poniéndose de nuevo colorado.
Durante el resto de la tarde Miranda y Daniel filmaron a los arqueólogos trabajando. Entrevistaron a Picot y a Clara, así como a Marta Gómez y a Fabián Tudela, que lo mismo que el resto del equipo tuvieron que atender y repetir las mismas palabras a otros periodistas llegados a Safran.
– Son agotadores, especialmente Miranda, aunque me cae bien.
– Vamos, Marta, ellos hacen su trabajo, como nosotros el nuestro.
– Tú siempre tan comprensivo, pero nos han hecho perder el día.
Fabián Tudela encendió un cigarrillo y dejó vagar la mirada por las volutas de humo. Marta tenía razón, sobre todo si lo que habían contado los periodistas se ajustaba a la realidad, es decir que la guerra podía comenzar en marzo, a más tardar en abril.