Alfred Tannenberg abrió mucho los ojos y dejó vagar la mirada a su alrededor. En la puerta de alguna de las tiendas los arqueólogos charlaban despreocupadamente. Había gente que no conocía, no les había visto nunca, pero tanto le daba.
Miró a la mujer que estaba a su lado y que parecía hablarle, aunque no alcanzaba a escucharla. Sí, era Greta, aunque no recordaba que le hubiera acompañado a aquel viaje. Cerró los ojos y respiró el aroma del aire de la tarde; se sintió pleno de vida, por más que alguien insistía en hablarle, arrancándole del estado placentero en que se encontraba.