– Vamos a ver qué tenemos por aquí -dijo, burlón-; muy bien, hemos limpiado una célula Astrea. ¡Vaya, vaya, el Fidai Neblí en connivencia con los rebeldes! -Se le acercó a una distancia prudencial, porque Ígur lo miraba con una expresión inequívoca y conservaba los pies libres-. ¿Te parece bonito? -adoptó un tono jocoso-. ¿Qué dirán Bruijma y Noldera cuando sepan dónde vas a cometer fechorías? -Dos Guardias cogieron el cuerpo de Fei y se lo presentaron-. ¡Mírala, esto es caza mayor! -Miró a Ígur con complacencia-. Creo que la Duquesa tenía veleidades escénicas… -rió-. Me parece que le daremos una oportunidad -se sacó del bolsillo una máscara de pantera-murciélago, y se la mostró a Ígur-; la tenía reservada para ti, pero me parece que será más divertido que la lleve ella. -Le dio la máscara a un Guardián-. Ten, dásela al Caballero Neblí; suéltalo, seguramente querrá ponérsela él mismo.
Dos Guardias se acercaron a Ígur, y antes de que llegasen a tocarlo, se agarró fuerte a los barrotes y de un salto les pegó una contundente patada a cada uno, haciendo tijera con las piernas, y cayeron ambos al suelo. Otros dos Guardias apuntaron a Ígur a distancia esperando órdenes.
– Muy bien -se burló Milana-, si no quieres que te soltemos, puedes contemplar el espectáculo tal y como estás. -Recogió la máscara del suelo y él mismo se la puso a la inmovilizada Fei-. Y ahora -ordenó-, el desparalizador. -Un Guardián acercó un pequeño spray a la boca de Fei y le suministró una dosis, y cuando poco a poco ella recuperó el movimiento, Milana se le encaró-. Señora mía, lamento por todo lo que oído decir de vos que tengamos que conocernos en tan dolorosas circunstancias; en honor a vuestro rango y a vuestros méritos, porque sé que sois una artista y una atleta, os daré un bastón y lucharéis contra siete Guardias armados igual que vos, y si los vencéis a todos, tenéis mi palabra de que os dejaré salir de aquí libremente.
– ¡No, Fei! -suplicó Ígur-. ¡El paralizador mantiene su efecto en la motricidad un buen rato!
Ella se volvió a mirarlo.
– Querido, no te preocupes, ¡batallas más duras he ganado!
Siete Guardias con bastones se situaron ante la puerta de salida; Ígur sacudió la barandilla hasta hacerse sangre en las muñecas.
– ¡Sari, te Juro que eres hombre muerto!
– No estás en condiciones de amenazar -dijo Milana-, pero no te preocupes, cuando nos hayamos llevado a la Reina de los Dos Corazones te dejaremos libre -sonrió-, o tal vez te dejemos aquí, que te encuentre cualquier otro. Y ahora -se volvió a Fei-, si la señora está a punto…
Ella le dirigió la última mirada a Ígur.
– Fei, te juro que…
– No tengo ninguna duda -dijo ella, y los ojos le brillaban sobrecogedores tras los estiletes de la máscara-; prométeme que, pase lo que pase, nunca te lo reprocharás.
Se lanzó contra los adversarios, pero Milana estaba pendiente tan sólo del Caballero esposado a la barandilla, de su afán por liberarse. El Combate comenzó, y Fei demostró que sus virtudes físicas no se limitaban al trapecio; en un minuto ensartó a dos, y algo más tarde a un tercero, pero los otros cuatro la acorralaron. Milana hizo una indicación a dos Guardias más que Ígur no vio, absorto como estaba en la lucha, y se le acercaron como si fueran a escondidas; Ígur hizo un gesto de defensa, pero ellos le ordenaron callar, fingiendo una complicidad secreta, y le abrieron las esposas. Nada más verse libre, Ígur dio un salto hacia adelante, justo para que otros dos Guardias, siguiendo un plan previsto, lo hicieran tropezar con contundencia, y los dos de detrás lo trabasen con el bastón contra la espalda; eso fue suficiente para que Fei se distrajera una décima de segundo.
– ¡No, Fei a la derecha! -gritó Ígur, pero ya era demasiado tarde, porque los bastones en delta la habían inmovilizado contra la pared.
– ¡Ígur! -dijo ella, sin mirar al Guardián que se le acercaba con impulso.
Ígur se revolvió en el suelo, y expelió a los adversarios que lo sujetaban; entonces, un instante antes de que se precipitara hacia adelante y cayera inconsciente de un certero bastonazo en la nuca, vio cómo, de resultas del golpe en la cruceta de la máscara, las grandes pupilas de Fei estallaban en sangre tras los estiletes.