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– ¿Y cómo ha acabado?

– El proceso continúa, pero no sabría decirte en qué fase se encuentra, no es de mi competencia. La opinión pública se ha desentendido -dijo Gemitetros sin entusiasmo-. Una de las modalidades más variada de Fonotontina -prosiguió ante un cuadro sinóptico- es la que llamamos Cubierta, y se juega entre un mínimo de cincuenta participantes, de los que un ochenta y tres por ciento han sido designados de oficio, sin haberlo solicitado, ya sea por sorteo directo del censo o a través de la relación con un mecanismo previamente sorteado, por ejemplo la adquisición de un billete de viaje, la consulta a un médico o las tres últimas cifras de la cantidad que suman las ganancias anuales; y aun así, entre ellos, tan sólo se informa a un diez por ciento. En la Cubierta Móvil, la mitad de los participantes cambia a lo largo del Juego, siguiendo mecanismos establecidos: el número de letras del nombre, las relaciones de parentesco, etcétera. ¡Cuántos ciudadanos habrán participado sin saberlo!

– ¿Y esa modalidad se practica con frecuencia? -preguntó Ígur.

– Es la que más se practica. Un noventa por ciento de las muertes de Gorhgró son producto de ella, a veces las que menos te imaginas: ruinas, enfermedades, peleas de taberna, ejecuciones de delicuentes, accidentes laborales… pero -se rió- es difícil de cuantificar con exactitud, porque también hay muchas equivocaciones.

Ígur pensó que era la forma perfecta de asesinato: fingir que te has confundido en una Fonotontina… Como había tantas, ¿quién lo podría comprobar? En pocos segundos, la argumentación se le disparó: si hay tantas, igual no es necesario ni fingirlo: mata a quien quieras, en un sitio o en otro se encontrarán siempre jugadas de Fonotontina que lo explicará. Enseguida, sin embargo, se creyó de vuelta a la realidad: si eso fuera así, no tendría sentido la existencia de la Apotropía de Juegos. ¿O quizá sí, quizá su principal objetivo fuera mantener la ilusión del orden?

– Me imagino -dijo Ígur- que eso obliga a una estrecha coordinación con el Censo Imperial.

Gemitetros abrió los brazos y sonrió.

– ¿Para qué, si nosotros elaboramos el único censo fiable del Imperio?

– Me parece -dijo Ígur, fingiendo un convencimiento que no tenía- que una consideración tan escasa a la predisposición del jugador, y por descontado a su voluntad, no está muy en consonancia con el espíritu de los Juegos.

– Es posible. Para los que piensan como tú, aunque lo cierto es que ésa no es condición que te libere de la posibilidad de convertirte en participante de una Fonotontina Cubierta, existe la que se podría considerar modalidad contraria, la que se llama Fonotontina Imperial, tal vez la más completa y sofisticada, que consiste en la fase final de una estructura reticular de Fonotontinas, cuyo estrato anterior está formado por una serie de Metafonotontinas, cada una de las cuales tiene por objeto no la solución final, sino dilucidar quién participará en la Fonotontina final. Hay un segundo estrato previo de Metametafonotontinas para dilucidar en qué Metafonotontina participas, y así sucesivamente, hasta alcanzar procesos de catorce y dieciséis grados que, como puedes suponer, pueden llegar a durar treinta años. -Le mostró esquemas estéticamente geometrizados con formas circulares, o espirales, con leyes expresadas en ejes de simetría sobre el número de participantes, sobre diversas variables técnicas o sobre el tipo de Fonotontinas previas (Simples, Cubiertas, Móviles, y otras a las que Gemitetros no se había referido)-. La ventaja de esta variante -prosiguió- es el aumento exponencial de las ganancias, siempre en términos de gratificación no material, porque cuanto más alto sea el metagrado, más abundantes son las jugadas negras, es decir, la muerte directa de oficio, pero, en compensación, aquel que alcanza una Fonotontina Imperial proveniente de un mayor número de estratos previos, disfruta de las prerrogativas más ventajosas: optimización de recursos, información, cobertura logística, incluso ayudas directas.

– Realmente, un admirable proceso de depuración.

– Y de integración -dijo Gemitetros con satisfacción-. Es más que una fiel imitación de la vida, ¡es la vida misma: ignorancia y coraje, cálculo y azar en nostalgia de la armonía!

– ¿Y las modalidades en las que el jugador tan sólo es espectador?

– Aquí se gestionan tanto las derivaciones del teatro, como del circo, como del deporte. Por ejemplo -le mostró una fotografía-, el baile de las panteras-murciélago: la lucha entre dos mujeres, generalmente desnudas o con correajes, con una maza en cada mano; llevan botas y grilletes de hierro, y un casco metálico fijado al cráneo con cuero… a ver si hay alguno por aquí -se puso a revolver los cajones sin interrumpir su relato-…de características especiales: de la parte frontal superior sobresalen, en forma de antenas curvadas, dos piezas de titanio flexibles y de base rígida, muy afiladas, dirigidas cada una al centro de cada ojo, y distantes dos centímetros de las pupilas; el Juego consiste en intentar acertar con la maza el puente que une los extremos más sobresalientes de las dos piezas, y lograr que se claven en los ojos. El casco lleva una pieza en la frente que limita el recorrido del estilete cuando recibe el golpe, mira, aquí hay uno -dijo, y sacó del armario un artefacto de las características descritas bastante sucio y con las correas de cuero muy estropeadas; a Ígur le pareció que en los extremos metálicos había restos ennegrecidos de sangre, y no quiso confirmar la apreciación; Gemitetros prosiguió, ayudándose por el movimiento de las piezas-: ¿Lo ves? Cuando le dan un golpe, los estiletes se proyectan hacia abajo de golpe hasta que esta protección hace de tope para que la punta penetre en el ojo lo justo para el vaciado, pero sin que afecte al cerebro, lo que significaría el final del Combate; los dos estiletes se unen mediante este puente travesero (existen otros modelos en los que el mecanismo se resuelve cruzando los estiletes y soldándolos), con objeto de que si se acierta uno, se claven los dos, y evitar así la posibilidad de una combatiente tuerta, lo que atentaría contra el precepto fundamental de la simetría; aquí en el centro hay un muelle de retorno (que se puede quitar si se acuerda así al establecer las normas) para evitar que los estiletes se queden clavados -puso el casco en manos de Ígur, y él lo observó con repugnancia y respeto, y por un instante le asaltó la tentación de probárselo; el Consultor se dio cuenta y se echó a reír-; también se usan en determinados Juegos a dos. -Y prosiguió-: En el Combate se pueden respetar rigurosamente las reglas establecidas o bien puede valer todo: distraer a la adversaria con la maza y hundirle los ojos de un puñetazo o de una patada, o noquearla previamente. El Juego acostumbra acabar con la combatiente cegada muriendo a golpes de maza a merced de la otra; excepcionalmente la ciega tiene la fortuna de acertar a su vez los estiletes del casco de la otra, o se produce una refriega de la que resultan ambas cegadas, y entonces se sucede una segunda parte del Combate prodigiosamente larga y emocionante, guiadas las rivales por los gritos de los espectadores, que dirigen a su preferida (o a aquella por quien han apostado) y procuran confundir a la otra; puesto que el público siempre está dividido, las indicaciones verdaderas son imposibles de distinguir de las falsas que las contradicen, y las dudas de las combatientes sobre atender a un grito o a otro hacen las delicias y la furia del espectáculo. Al final una resulta vencedora, pero como sus posibilidades de actuación en el futuro son más bien escasas, si bien tal remota posibilidad es la que proporciona la querencia de la victoria, tan sólo excepcionalmente se le concederá un indulto que, atendiendo a la ínfima extracción social de las participantes en el baile de las panteras-murciélago (las hay incluso delincuentes condenadas), y a que de igual forma tendrían pocas expectativas en otros terrenos, no tiene más objeto que ensalzar el sentimiento de perdón, de generosidad y el sentido de supervivencia del público, si es que entre ellos hubiera algún alma tierna que necesitara aliviar su contribución a la barbarie, y la combatiente herida es rematada más tarde en el interior de las dependencias, aunque se dan casos en los que, puesto que el sector del público al que el resultado del Combate ha supuesto la pérdida de una cierta cantidad lo solicita, a una indicación del presidente del espectáculo, los arqueros de la Guardia le dan fin en el propio escenario, y confieren a la agonía el ritmo que les es requerido.

Ígur hizo un gesto de escepticismo.

– ¿Se dan a menudo esa clase de Juegos de Combate?

– Acabas de proferir una redundancia -sonrió el Consultor, y repasó un calendario-. ¿Tienes acceso al Palacio Triddies? ¿No? ¿Al Palacio Lodeya? ¿Al Palacio Conti? -Ígur dudó si descubrirse o no, pero el otro ya lo había calado-; muy bien, ve al Palacio Conti el sábado de la semana que viene, y verás un buen espectáculo.

– Me pregunto cómo se ha evaluado el coste social de todo esto, y si realmente vale la pena mantenerlo para evitar males mayores.

– ¿Lo dices por la función guerrera del hombre? -dijo Gemitetros con ironía, y con un gesto Ígur negó-. Desengáñate, la catarsis laxante nunca movilizaría semejante esfuerzo, porque además las ganancias son más que opinables; el problema es de orden práctico: el bienestar material ha engendrado una clase social ociosa y subvencionada que ha despoblado los oficios más gravosos de la comunidad. Se han acabado los espectáculos directamente dependientes de la especulación con los espíritus, los deportes en los que el riesgo físico no ofrece sólidas garantías de peligro extremo, se ha acabado la ficción; la gente quiere sangre, y la quiere en vivo. En otro orden de cosas, se han acabado también definitivamente, incluso como lujo sentimental, los gremios artesanos, en beneficio de la industria que gestionan los Príncipes, y eso significa que no hay sustrato social con el grado de autosuficiencia necesario para amortiguar el contacto de los sectores extremos. A la vez que toda reclusión ejemplar ha perdido ya el sentido, la solución se ha implantado por la vía de la reforma penal. Como debes saber, la Apotropía de Justicia hace diez años que está totalmente colapsada. Por un lado, la falta de funcionarios propició una forma especial de reinserción de los condenados, en forma de exenciones para trabajos subsidiarios al principio, pero más tarde, cuando el problema se agravó, en puestos de responsabilidad: fiscales, jueces y alcaides. ¡Al fin y al cabo -rió- conocen mejor el sistema ellos que los que han llegado estudiando la carrera! La solución paró el golpe, en principio, y con bastante eficacia, pero pronto, ante la inoperancia total de Protección Civil y paralelamente a la proliferación de bandas armadas de autodefensa, un sector importante de la ciudadanía desarrolló una psicosis social que degeneró en delirio colectivo de evolución paranoica querellante, la subespecie más curiosa, y más en aumento, del cual es la autoinculpadora, y en pocos meses los juzgados se convirtieron en aglomeraciones histéricas de acusadores sistemáticos que cuando, finalmente, son expulsados del mostrador, compulsivamente se vuelven a poner a la cola. Ve un día a ver un juzgado, es todo un espectáculo. Viven allí familias enteras.

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