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LOS MONÓCULOS

ANTES de ser nombre de un instrumento, la palabra monóculo se aplicó a quienes tenían un solo ojo. Así, en un soneto redactado a principios del siglo xvii, Góngora pudo hablar del

Monóculo galán de Galatea.

Se refería, claro está, a Polifemo, de quien antes dijo en la Fábula:

Un monte era de miembros eminente
Este que, de Neptuno hijo fiero,
De un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro, caiado.
Negro el cabello, imitador undoso
De las obscuras aguas del Leteo,
Al viento que le peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba impetuoso
Que, adusto hijo de este Pirineo,
Su pecho inunda, o tarde o mal o en vano
Surcada aún de los dedos de su mano…

Estos versos exageran y debilitan a otros del tercer

libro de la Eneida (alabados por Quintiliano) que a

su vez exageran y debilitan a otros del noveno libro

de la Odisea. Esta declinación literaria corresponde a una declinación de la fe poética; Virgilio quiere impresionar con su Polifemo, pero apenas cree en él, y Góngora sólo cree en lo verbal o en los artificios verbales.

La nación de los cíclopes no era la única que

tenía un solo ojo; Plinio (VII, 2) también hace

mención de los arimaspos, hombres notables por tener sólo un ojo, y éste en la mitad de la frente. Viven en perpetua guerra con los grifos, especie de monstruos alados, para arrebatarles el oro que éstos extraen de las entrañas de la tierra y que defienden con no menos codicia que la que ponen los arimaspos en despojarlos.

Quinientos años antes, el primer enciclopedista,

Heródoto de Halicarnaso, había escrito:

Por el lado del norte, parece que hay en Europa copiosísima abundancia de oro, pero no sabré decir dónde se halla ni de dónde se extrae. Cuéntase que lo roban a los grifos los monóculos arimaspos; pero es harto grosera la fábula para que pueda creerse que existan en el mundo hombres que tienen un solo ojo en la cara y son en lo restante como los demás (III, 116).

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