A DIFERENCIA de otros animales fantásticos, el caballo del mar no ha sido elaborado por combinación de elementos heterogéneos; no es otra cosa que un caballo salvaje cuya habitación es el mar y que sólo pisa la tierra cuando la brisa le trae el olor de las yeguas, en las noches sin luna. En una isla indeter-minada -acaso Borneo- los pastores manean en la costa las mejores yeguas del rey y se ocultan en cámaras subterráneas; Simbad vio el potro que salía del mar y lo vio saltar sobre la hembra y oyó su grito.
La redacción definitiva del Libro de las mil y una noches data, según Burton, del siglo XIII; en el siglo xiii nació y murió el cosmógrafo Al-Qaz-winí que, en su tratado Maravillas de las criaturas, escribió estas palabras: "El caballo marino es como el caballo terrestre, pero las crines y la cola son más crecidas y el color más lustroso y el vaso está partido como el de los bueyes salvajes y la alzada es menor que la del caballo terrestre y algo mayor que la del asno." Observa que el cruzamiento de la especie marina y de la terrestre da hermosísimas crías y menciona un potrillo de pelo oscuro, "con man-chas blancas como piezas de plata".
Wang Tai-hai, viajero del siglo XVIII, escribe en la Miscelánea china:
El caballo marino suele aparecer en las costas en busca de la hembra; a veces lo apresan. El pelaje es negro y lustroso; la cola es larga y barre el suelo; en tierra firme anda como los otros caballos, es muy d amp;il y puede reco-rrer en un día centenares de millas. Conviene no bañarlo en el río, pues en cuanto ve el agua recobra su antigua naturaleza y se aleja nadando.
Los etnólogos han buscado el origen de esta fic-ción islámica en la ficción grecolatina del viento que fecunda las yeguas. En el libro tercero de las Geórgicas, Virgilio ha versificado esta creencia. Más ri-gurosa es la exposición de Plinio (VIII, 67): "Nadie ignora que en Lusitania, en las cercanías de Olisipo (Lisboa) y de las márgenes del Tajo, las yeguas vuelven la cara al viento occidental y que-dan fecundadas por él; los potros engendrados así resultan de admirable ligereza, pero mueren antes de cumplir los tres años."
El historiador Justino ha conjeturado que la hi-pérbole hijos del iii ento, aplicada a caballos muy veloces, originó esta fábula.