El abuelo es el único hombre religioso que he conocido.
La pobre criatura se había dejado sugestionar por las vagas aspiraciones, por los ensueños de aquel hipocondríaco. Enemigo de los suyos, odiado de todos, sin amigos, desgraciado en el amor, como ya verás -hay pormenores cómicos-, celoso de su mujer hasta el punto de no haberle perdonado un vago amorío de soltera, ¿deseó, al fin, los consuelos de la oración? No lo creo. Lo que aparece claramente entre esas líneas es el desorden mental más caracterizado: manía persecutoria, delirio religioso. Tal vez me preguntes si realmente había en su caso la huella de un verdadero cristianismo. No, un hombre tan enterado como yo en estas cuestiones bien lo sabe. Confieso que su falso misticismo me ha producido un inigualable disgusto.
¿Serán, acaso, distintas las reacciones de una mujer? Si tal religiosidad te impresionara, recuerda que nuestro padre, asombrosamente dotado para el odio, no ha amado nada que no se dirigiera contra alguien. La afectación de sus aspiraciones religiosas es una crítica directa, o indirecta, de los principios que nuestra madre nos inculcó de niños. Da en un misticismo fuliginoso para anonadar la religión razonada, moderada, que fue siempre el privilegio de nuestra familia. La verdad es el equilibrio… Pero me detengo en consideraciones en las que me seguirías penosamente. Ya te he dicho bastante. Consulta tú misma el documento. Estoy impaciente por conocer la impresión que te ha causado.
Me queda poco espacio para contestarte a las preguntas que me haces. Mi querida Genoveva, en la crisis por que pasamos, el problema que tenemos que resolver es angustioso. Si conservamos en una caja estos paquetes de billetes, habremos de vivir de nuestro capital, lo que es una desgracia. Si, por el contrario, damos en la Bolsa órdenes de compra, los cupones cortados no nos consolarán del ininterrumpido desmoronamiento de los valores. Puesto que, de todos modos, estamos condenados a perder, lo lógico es guardar los billetes del Banco de Francia: el franco no vale más de cuatro marcos, pero está respaldado por una inmensa reserva de oro. Nuestro padre había visto claramente todo esto, y debemos seguir sus enseñanzas. Sin embargo, querida Genoveva, hay una tentación contra la cual debes luchar con todas tus fuerzas: la tentación de la inversión a toda costa, tan arraigada en el pueblo francés. Sabes que me encontrarás siempre que necesites un consejo. A pesar de la crisis actual, pueden, por otra parte, presentarse algunas ocasiones un día u otro. En este momento me interesa mucho un Quina y un anisado; éste es un tipo de asunto para los que no hay crisis. Según creo, ésta es la dirección que debemos tomar, audaz y prudentemente a la vez.
Me alegro de las buenas noticias que me das de Janine. De momento, no hay que temer ese exceso de devoción que te preocupa en ella. Lo esencial es que su pensamiento se ha apartado de Phili. En cuanto a lo demás, ya vendrá por sí solo: ella pertenece a una raza que no ha sabido nunca abusar de las cosas mejores.
Hasta el martes, querida Genoveva.
Tu hermano que te quiere,
HUBERTO."
De Janine a Huberto
"Querido tío:
Quiero pedirte que sirvas de mediador entre mamá y yo. Se niega a confiarme el Diario del abuelo. Según ella, mi culto por él no resistiría una lectura semejante. Si tiene tanto interés en que aparte de mí este querido recuerdo, ¿por qué me repite a diario: " No puedes suponer lo que dice de ti. Ni tu rostro se salva…"? Me asombra más aún la prisa con que me dio a leer la dura carta en que tú comentabas ese Diario…
Cansada de mi insistencia, mamá me ha dicho que me lo dejaría leer si a ti te parecía bien, y que se limitaría a lo que tú dijeras. Acudo, pues, a tu espíritu de justicia.
Permíteme que, en primer lugar, prescinda de la primera objeción que a mí respecta. Por implacable que el abuelo se haya podido mostrar en ese documento conmigo, estoy segura de que no me juzga tan mal como lo hago yo misma. Estoy segura, sobre todo, de que su severidad no atañe a la desgraciada que vivió todo un otoño a su lado, hasta su muerte, en la casa de Cálese.
Perdóname, tío, que te contradiga en un punto esencial. Yo soy el unico testigo de la transformación que experimentaron los sentimientos del abuelo durante las últimas semanas de su vida. Denuncias su vaga y malsana religiosidad, y yo te afirmo que tuvo tres entrevistas -una a fines de octubre y dos en noviembre- con el señor cura párroco de Cálese, cuyo testimonio, no sé por qué, has rehusado. Según mamá, el Diario en que él anota los menores incidentes de su vida no hace alusión a estas tres entrevistas, lo que no hubiera dejado de hacer si hubiesen sido éstas el motivo de un cambio en su destino… Pero mamá dice también que el Diario está interrumpido a la mitad de una palabra. Es muy posible que la muerte sorprendiera a vuestro padre en el momento en que se disponía a hablar de su confesión. Sostendréis en vano que de haber sido absuelto habría comulgado. Yo sé lo que me repitió la antevíspera de su muerte. Obsesionado por su indignidad, el pobre hombre había decidido esperar a las Navidades. ¿Qué razón tienes para no creerme? ¿Por qué hacer de mí una alucinada? Sí, la antevíspera de su muerte, el miércoles; le oigo aún, en el salón de Cálese, hablarme de aquellas Navidades tan deseadas, con una voz llena de angustia o tal vez velada ya…
Tranquilízate, tío; no pretendo hacer de él un santo. Te recuerdo que fue un hombre terrible, y, algunas veces, incluso espantoso. Esto no impide que una luz admirable llegara a él en sus últimos días y que él, él solo, en ese instante, fue quien me cogió la cabeza entre las manos, quien me hizo desviar a la fuerza mi mirada…
¿No crees que vuestro padre hubiera sido otro hombre si vosotros hubieseis sido diferentes? No me acuses de lanzarte la piedra. Conozco tus cualidades, sé que el abuelo se mostró cruelmente injusto contigo y con mamá. Pero la desgracia de todos nosotros fue que nos considerara cristianos ejemplares… No protestes. Después de su muerte, he tratado a personas que pueden tener sus defectos, sus debilidades, pero que proceden según su fe, que se mueven en plena gracia. Si el abuelo hubiera vivido entre ellos, ¿no habría descubierto, al cabo de tantos años, ese puerto al que no pudo llegar hasta la víspera de su muerte?
Un momento aún. No pretendo abrumar a nuestra familia en favor de su jefe implacable. No olvido, sobre todo, que el ejemplo de la pobre abuela hubiera podido bastar para abrirle los ojos si, durante mucho tiempo, no hubiese preferido saciar su rencor. Pero déjame decirte por qué le doy finalmente la razón contra nosotros: donde estaba nuestro tesoro se encontraba nuestro corazón. No pensábamos más que en la herencia amenazada. Ciertamente, no habrían de faltarnos las excusas. Tú eres un hombre de negocios, y yo una pobre mujer… Esto no impide que, salvo en la abuela, nuestros principios permanecieran separados de nuestra vida.
Nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros actos, no fijaban ninguna raíz en esta fe a la que nos adheríamos con palabras. Nos habíamos consagrado con todas nuestras fuerzas a los bienes materiales, mientras el abuelo… ¿Me comprenderías si te afirmara que allí donde estaba su tesoro no estaba su corazón? Juraría que el documento cuya lectura se me niega sobre este particular ha de aportar un testimonio definitivo.
Espero, querido tío, que me comprenderás; aguardo confiada tu respuesta…
JANINE."
Fin