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– Cómo se le ocurre.

– ¿Entonces?

– ¿Es todo?

– ¿Llamó alguien para mí?

– ¿Por quién me toma? No estoy para servirlo.

Le admiraba que esa mujer, con su aire de paisanita dulce, fuera tan brava. Debió contenerse para no preguntar si estaba segura de que la señorita Julia no había llamado, pero comprendió que era inútil.

Salió, apuró el paso, muy pronto llegó a la parrillada El Estribo. Entró en el salón, se detuvo cerca de la puerta, detrás de gente que esperaba una mesa libre. Pudo ver, en el fondo, a sus invitados: animosos, contentos unos con otros y con el agasajo. Don Juan explicaba quién sabe qué a doña Carmen y a Gruter, mientras Mascardi reía con Griselda y con Gladys. En cuanto al Viejito y Laura, acertó Mascardi: no estaban. Al descubrir que tampoco estaba Julia sintió que le latía el corazón. “Ahora qué voy a hacer entre esa gente.”

Retrocedió, salió a la calle. Por un instante creyó que Julia se había enojado. “Eso explica todo: por qué no la encontré hoy, por qué no vino.” Recapacitó y murmuró como si discutiera con alguien: “Es no conocerla”. Hablaba solo mientras caminaba. “Nunca me conformaré si no la veo.” Había tardado en comprender cuánto le importaba y, más todavía, cuánto iba a extrañarla y qué pronto. Estaba diciéndose: “Me da miedo pensar que mañana no podré verla y que todos los días siguientes serán iguales”, cuando entró en la terminal y vio a Julia.

LXIII

Abriéndose paso entre grupos de gente llegó a su lado. Vio la sorpresa y la alegría en la cara de Julia.

– Creí que no te encontraba -dijo Almanza.

– Por fin llegaste -dijo ella.

Se demoraron en recíprocas y apresuradas explicaciones.

– Llamé a la pensión. Me dieron la noticia y me dijeron que estaba invitada a cenar en El Estribo.

– Te busqué por todas partes.

– Yo por todas partes busqué esto. -Mostró un paquete, largo y angosto. -No vale nada. Quería traértelo. Ojalá fuera algo mejor.

Rompió el papel, abrió la caja y sacó un tubo de cartón, con líneas de colores, en espiral.

– Parece un anteojo de larga vista.

– Es un caleidoscopio. Quizá te recuerde los vitrales.

Miró y dijo:

– No se cansa uno de mirar.

– Te traje tu valija.

Mascardi la había llevado al Estribo, pensando que así lo obligaba a pasar por allá. Como Almanza no llegaba, se disponía a llevársela al ómnibus, cuando supo que Julia iba y le dijo: “No pesa mucho. Le va a gustar más que se la lleves vos”.

Anunciaron la salida para Balcarce, Tandil y Azul.

– Mejor que subas.

Obedeció. Golpeando el vidrio, porque no conseguía abrir la ventanilla, empezó a gritarle:

– Quería decirte…

Julia se tapaba la cara, para que no la viera llorar, y le decía algo, que no oyó.

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