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– Quizá sean delitos -consintió la anciana-. Pero cuando estás aquí sentada no lo parece. Nada lo parece -le sonrió a Quart con una combinación de inocencia y malicia-. Y eso es lo maravilloso.

Hablar de todo aquello la rejuvenecía. La sonrisa refrescaba sus labios y la humedad rojiza de los ojos chispeaba, pícara.

– Ahora -prosiguió-, además de con mi vizconde favorito, mantengo contacto habitual con varios Sites y BBS de alto nivel, y con una veintena de hackers que en su mayor parte no pasan de los veinte años… Ignoro sus nombres reales y sexo; sólo conozco sus alias. Pero mantenemos apasionantes citas cibernéticas en lugares como las galerías Lafayette de París, el Imperial War Museum o las sucursales de la Confederación Bancaria Rusa… Que por cierto son tan vulnerables que hasta un niño podría manipular sus cuentas en ellas. Suelen usarse como pista de pruebas por los piratas novatos.

Desde luego, era ella. Vísperas en persona. Quart la imaginó por fin sin esfuerzo, inclinada noche tras noche sobre el ordenador, viajando en silencio por el espacio electrónico, encontrándose en su camino con otros navegantes solitarios. Encuentros inesperados, fugaces, intercambios de información y de sueños, la excitación de violar secretos y transgredir los límites de lo prohibido: una cofradía secreta en la que el pasado y el presente, el tiempo, el espacio, la memoria, la soledad, el triunfo o el fracaso perdían su sentido tradicional para componer un espacio virtual donde todo era posible y nada estaba sujeto a límites concretos, a normas inviolables. Una formidable ruta de escape llena de posibilidades infinitas. A su modo, también Cruz Bruner se vengaba de la Sevilla encarnada en el hombre apuesto retratado en el vestíbulo, junto a la niña rubia pintada por Zuloaga.

– ¿Cómo consiguió entrar en el Vaticano?

– Casualidad. Un contacto romano, Deus ex Machina, que sospecho es un seminarista o un sacerdote joven, se había estado paseando por el sistema de forma periférica, por simple juego. Simpatizamos y me pasó un par de buenas pistas. De eso hace seis o siete meses, cuando aquí se planteaba con mayor gravedad el problema de Nuestra Señora de las Lágrimas… Ni en el Arzobispado de Sevilla ni en la Nunciatura de Madrid le hacían caso al padre Ferro, y se me ocurrió que era una buena forma de hacerse oír en Roma.

– ¿Lo consultó con él?

– En absoluto. Ni siquiera con mi hija, que se enteró mucho más tarde, cuando se conoció la existencia de quien ustedes bautizaron como Vísperas… -al pronunciar el nombre, la vieja dama lo hizo con evidente satisfacción, y Quart se preguntó qué cara pondrían Su Eminencia Jerzy Iwaszkiewicz y monseñor Paolo Spada, de estar oyendo aquello-. Al principio mi idea era dejar un simple mensaje en el sistema central del Vaticano, esperando que cayera en buenas manos. La idea de manipular el ordenador del Papa se me ocurrió más tarde, a medida que iba profundizando en el sistema. Encontré un archivo inesperado, INMAVAT, muy protegido, y comprendí que guardaba algo importante. Así que hice un par de ensayos de entrada, recurrí a los trucos de mis amigos más expertos, y una noche me colé dentro… Durante una semana estuve visitando INMAVAT hasta que comprendí de qué se trataba. Así que, tras localizar lo que quería, dispuse mis fuerzas e inicié el asalto. El resto ya lo conoce usted.

– ¿Quién me envió la postal?

– Oh, eso. Fui yo, naturalmente. Ya que estaba aquí, me pareció buena idea que empezara a ver el otro lado del problema. Así que subí al palomar y busqué algo apropiado en el baúl de Carlota. El recurso fue un poco rocambolesco, pero surtió efecto.

Muy a su pesar, Quart se echó a reír:

– ¿Cómo llegó hasta mi habitación?

La vieja dama parecía escandalizada.

– Cielos, no fui yo quien lo hizo personalmente. ¿Me imagina de puntillas por los pasillos de su hotel?… Lo resolví de manera más prosaica. Mi doncella le dio una propina a la camarera -se volvió a medias hacia su hija-. Cuando usted le mostró la postal, ella supo en el acto que había sido yo. Pero tuvo la delicadeza de no reñirme demasiado.

Quart leyó la confirmación en los ojos de Macarena. Tampoco es que necesitara que nadie confirmase nada: todo resultaba, al fin, de una veracidad aplastante. Miró la pantalla del ordenador:

– Cuénteme en qué se ocupa ahora.

– Oh, esto -Cruz Bruner siguió la dirección de los ojos del sa cerdote-. Podríamos llamarlo un último ajuste de cuentas… Pero no se alarme. Nada tiene que ver con Roma esta vez. Es algo más próximo. Más personal.

Echó Quart un vistazo. S amp;B Confidencial, pudo leer. Resumen investigación interna B.C. asunto P.T. y otros. Los nombres del Banco Cartujano y de Pencho Gavira figuraban en el texto:

… Como argucias de esa ocultación pueden señalarse: frenética búsqueda de nuevos y costosos recursos, contabilidad falsa con transgresión de las normas bancarias, y un riesgo calificable de temerario que, sin la materialización de la esperada venta de Puerto Targa a Sun Qafer Alley (anunciada en unos 180 millones de dólares), puede producir un descalabro de gravísimas consecuencias para el Banco Cartujano, así como un escándalo público que merme considerablemente su prestigio social entre un accionariado hecho de pequeños accionistas de carácter conservador.

En cuanto a las irregularidades directamente achacables a la actual vicepresidencia, la investigación ha detectado…

Miró a Macarena y luego a la duquesa. Aquello era un cañonazo en la línea de flotación del ex marido. Por un momento recordó al financiero la noche anterior en el muelle; la breve comente de simpatía establecida entre ambos cuando se disponían a liberar al párroco.

– ¿Qué piensan hacer con esto?

No es asunto mío, decía el gesto de Macarena. Mis ajustes de cuentas son cosa más personal. Fue Cruz Bruner quien despejó la incógnita:

– Me dispongo a equilibrar un poco la situación. Todos han hecho mucho por esa iglesia. Usted mismo, con la misa de ayer, nos concedió una semana más de tiempo… -observó al sacerdote y luego a su hija-. Supongo que por eso creyó ella que merecía venir aquí esta noche.

– El no dirá nada -apuntó Macarena, muy seria, los ojos fijos en Quart.

– ¿No lo hará?… Lo celebro -se la quedó mirando con súbita atención, el ceño fruncido, antes de dirigirle otra ojeada a Quart-… Aunque me ocurre lo que al padre Ferro. A mi edad las cosas dejan de tener importancia, y una puede aventurarse sin miedo a las consecuencias -acarició distraídamente el teclado del ordenador-. Ahora, por ejemplo, voy a hacer justicia. Ya sé que no es un sentimiento muy cristiano, padre Quart -había una nueva cadencia en su voz, endurecido el tono. Una determinación que a él le pareció súbitamente peligrosa-. Después de esto tendré que confesarme, imagino. Estoy a punto de pecar contra la caridad.

– Mamá.

– Déjame en paz, hija, por favor -se dirigía a Quart como si esperase de él más comprensión que de Macarena, mostrándole el texto de la pantalla-… Éste es el informe de una auditoría interna del Banco Cartujano, que pone al descubierto los problemas de Pencho y todo su montaje con Nuestra Señora de las Lágrimas. Hacerlo público perjudicará un poco al banco y mucho a mi yerno. Supongo que muchísimo -una pequeña sonrisa suavizó su boca-. No sé si Octavio Machuca me lo perdonará alguna vez.

– ¿Piensas contárselo? -preguntó Macarena.

– Naturalmente. No voy a tirar la piedra y esconder la mano. Pero ha vivido lo suficiente para comprender… Además, el banco le importa un pimiento. Con la edad se ha vuelto un irresponsable.

– ¿De dónde ha sacado ese informe? -preguntó Quart.

– Del ordenador de mi yerno. Su clave de seguridad no es difícil- movió la cabeza, mostrando una pesadumbre que parecía sincera-… Y lo siento de verdad, porque Pencho siempre me fue simpático. Pero es la iglesia o él. Cada palo debe aguantar su vela.

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