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La UCPA se encontraba más allá del mostrador, y consistía en una amplia sala completamente blanca con dieciséis camas, ocho a cada lado, de las cuales solo estaban ocupadas cuatro. Los pacientes parecían dormidos a pesar de la frenética actividad y la intensa iluminación. Todos tenían su propia enfermera, que comprobaba constantemente desde las constantes vitales a las emisiones de orina; de las condiciones respiratorias a la temperatura interna del cuerpo y lo anotaban todo en las tablillas sujetas a las camas. Además de esas actividades, regulaban los goteos de las vías intravenosas, vigilaban los drenajes quirúrgicos o iban a buscar fluidos o medicamentos al almacén. Una enfermera rubia, de macizo aspecto y aires de bulldog, dirigía el mostrador centralizado. Sus maneras denotaban la autoridad de un sargento de instrucción. Laura se la presentó. Se llamaba Thea Papparis.

– Espero que comprenda que solo se podrá quedar unos minutos -dijo la enfermera, cuyo tono era tan enérgico como su presencia física.

– Le agradezco que me haya dejado entrar -contestó Jack mostrando un respeto hacia las normas impropio de él. En circunstancias normales, solía considerarlas simples guías orientativas, pero, dependiendo los cuidados de Laurie en parte de su conducta, había decidido mostrarse especialmente circunspecto, como lo demostraba que no hubiera irrumpido en el quirófano cuando la operación había empezado a alargarse.

– Tiene ahí una estupenda mujer, doctor -le dijo Thea-. Es un encanto, incluso bajo los efectos de la anestesia.

Durante un segundo, su atención se desvió hacia uno de los monitores empotrados en el mostrador: uno de los pacientes había tenido un latido a destiempo con la pausa correspondiente, y Jack aprovechó la ocasión para mirar a la doctora Riley, que puso cara de culpabilidad como diciéndole que había tenido que mentir acerca de su condición marital para que lo dejaran entrar en la UCPA.

Thea se volvió hacia su visitante.

– ¿Qué le estaba diciendo…? ¡Ah, sí! Su mujer es un ángel. La mayoría de la gente que tenemos no se enteran, y otros pueden mostrarse poco dispuestos a colaborar e incluso hostiles; pero su mujer no. Así da gusto.

– Gracias -repuso Jack-. Aprecio los cuidados que le brinda.

– Es nuestro trabajo.

Laura hizo un gesto a Jack para que la siguiera y se dirigieron hacia la cama más alejada. Un enfermero con un impresionante tatuaje de una sirena en el antebrazo estaba ajustando el gota a gota de Laurie.

– ¿Cómo evoluciona, Pete? -preguntó la doctora mirando brevemente la tablilla antes de acercarse al lado derecho de la cama.

– Todo va como la seda -contestó Pete-. La presión y el pulso se mantienen estables. Está dejando escapar un poco de orina, y de la sonda no ha salido nada.

– Bien -dijo la doctora cogiendo el brazo de Laurie y moviéndola suavemente para despertarla mientras la llamaba por su nombre.

Laurie abrió los ojos, pero no del todo; luego, frunció el entrecejo como si tuviera que hacer un esfuerzo para mantenerlos abiertos. Miró primero a Laura y después a Jack, que se había situado en el otro lado de la cama. Sonrió plácidamente y puso una mano flácida en la de él.

– ¿Recuerdas que te he dicho que la operación había finalizado? -le preguntó Laura.

– La verdad es que no -reconoció Laurie sin apartar la vista de Jack.

– Bueno, pues ya está. Todo ha salido bien. Hemos detenido la hemorragia. Te diría que te relajaras, pero ya veo que es precisamente lo que estás haciendo.

Laurie volvió lentamente la cabeza hacia la médico.

– Gracias por todo lo que has hecho. Lamento haberte estropeado el sábado por la noche.

– No te preocupes. Ha sido visto y no visto.

– ¿Estoy ahora en la UCPA?

– Sí. Lo estás.

– ¿Y voy a quedarme a pasar la noche?

– Así es. He pedido que te tengan controlada hasta que venga a hacer mi ronda. La unidad de cuidados intensivos está llena; pero esto está igual de bien, y hasta puede que mejor. Espero que no te importe. Puede que te cueste dormir con tanta actividad.

– No me importa lo más mínimo -contestó Laurie dando un apretón a la mano de Jack.

– Bueno -añadió Laura-, ahora os voy a dejar a los dos. Nos veremos mañana por la mañana a las siete, Laurie. Estoy segura de que todo estará bien y de que podremos llevarte a alguna de las habitaciones de la planta de Obstetricia y Ginecología. Eso suponiendo que tengamos cama libre. Esta noche me consta que están hasta arriba; pero ya nos preocuparemos de eso mañana, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -contestó Laurie.

La doctora Riley se marchó con un último saludo.

– ¿Qué hora es? -preguntó Laurie volviéndose hacia Jack.

– Las doce, más o menos.

– ¡Dios mío, qué rápido ha pasado la noche! El tiempo pasa volando cuando te diviertes.

Jack sonrió.

– Me alegro de comprobar que no has perdido tu sentido del humor. ¿Cómo te sientes?

– Estupendamente. Ya sé que parece ridículo, pero no siento ninguna molestia. Lo peor es que tengo la boca seca. No sé qué me habrán dado, pero me tiene en el séptimo cielo. Además, ahora que todo ha acabado, puedo reconocer que estaba francamente asustada. Fui una tonta dejando que el problema se me escapara de las manos.

– No creo que debas culparte.

– Pues sí. Mi falta de reacción ante síntomas tan claros es un buen ejemplo de uno de mis peores rasgos de personalidad: mi tendencia a apartar de mi mente cualquier asunto potencialmente desagradable, ya sea físico o emocional. En el fondo, me parezco a mi madre más de lo que me gustaría admitir.

– Estás empezando a asustarme con esta nueva introspección tuya que seguramente se debe a los efectos de la anestesia -bromeó Jack-. ¿Qué te han dado, alguna especie de suero de la verdad? Será mejor que no contestes. Hablemos de algo más banal: ¿te han contado que tuviste un embarazo ectópico con ruptura?

– Estoy segura de que sí, pero mi memoria a corto plazo todavía no funciona del todo.

– Tan pronto como me enteré de que estabas bien, me invadió una extraña emoción.

– Vaya, eso sí que es raro que me lo digas -dijo Laurie con una leve sonrisa en los labios-. ¿Qué te pasó, te llevaste un chasco al saber que iba a salir de esta?

– No me he explicado bien. A lo que me refiero es que, cuando comprendí que no tenía motivos para preocuparme por ti, me di cuenta de que estaba triste porque habíamos perdido a esa criatura.

Durante un momento, Laurie no dijo palabra, y su sonrisa se desvaneció mientras miraba a Jack con expresión de incredulidad.

– ¿Hola? -dijo este-. ¿Estás ahí?

Lentamente, Laurie levantó la mano libre y se secó una lágrima con el dedo mientras meneaba la cabeza como si no pudiera dar crédito a lo dicho por Jack.

– Si te he oído bien, y teniendo en cuenta las circunstancias, puede que haya sido lo más tierno que me has dicho nunca. Vas a hacerme llorar.

– ¡No llores! -exclamó nerviosamente Jack al notar que el pulso de Laurie se aceleraba en la pantalla del monitor que había detrás de la cama. Lo que menos deseaba era alterar su estado-. Hablemos de otra cosa, eso suponiendo que tengamos tiempo -propuso mirando primero a Pete, que fingía no escuchar, y después a Thea, en el mostrador, para asegurarse de que no había visto la reacción de Laurie; por suerte, la enfermera se hallaba momentáneamente ocupada con otro asunto. Aliviado, Jack volvió su atención hacia Laurie-. No voy a poderme quedar mucho más, y no creo que me permitan entrar otra vez. Normalmente no me reprimiría tanto, pero te tienen como rehén. Temo que si me paso de la raya te lo harán pagar a ti de alguna manera. Ya sé que parece una tontería, pero me da la impresión de que este sitio lo dirige la Gestapo.

– ¿Qué has estado haciendo durante estas tres horas?

– Me he ido de juerga. No, yo… -contestó Jack intentando pensar en decir algo gracioso, pero no se le ocurrió nada. Rió, incómodo-. No lo puedo creer. Mi sentido del humor me ha abandonado.

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