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– Lo que te pasa es que estás cansado y aburrido. ¿Por qué no te vas a casa a dormir un poco?

– ¿Dormir? -preguntó-. Eso queda descartado. En la sala de médicos me tomé dos tazas de café, así que no creo que consiga pegar ojo hasta el jueves.

– No puedes quedarte sentado aquí, en el hospital -dijo Laurie-. Si de verdad no crees que puedas dormir, ¿por qué no haces lo que te propuse antes y vas a mi oficina? Ya que vas a quedarte despierto, al menos aprovecha el tiempo.

– Pues mira, puede que lo haga -contestó mientras se le ocurría que quizá pudiera llevarse los papeles de Laurie a la sala de descanso de los médicos. Era el turno de noche, y quizá le ayudara a matar el tiempo el poder hablar con alguno de los sujetos de las listas de Roger. No obstante, cuando lo pensó de nuevo, tuvo que reconocer que el fatal destino de Roger hacía que se lo tomara con menos entusiasmo.

– Lamento interrumpir -dijo Thea, apareciendo al pie de la cama-, pero van a tener que posponer su reunión. Tenemos unos cuantos casos a punto de llegar.

– Solo un momento más -le rogó Jack.

Thea asintió y volvió a su puesto de mando.

– Escucha -dijo Jack inclinándose sobre Laurie-. Antes de marcharme quiero estar seguro de que te encuentras cómoda estando aquí. Sé sincera. De lo contrario, me instalaré al otro lado de la puerta y no me moveré.

– Me encuentro muy cómoda. Deberías dormir un poco.

– Ya te lo he dicho. No tengo intención de dormir. Estoy como una moto. ¡Listo para un triatlón!

– De acuerdo. Tranquilo. Si quieres mantenerte ocupado, vuelve a mi oficina y tráete aquí los papeles.

– ¿Seguro que estás cómoda?

– Seguro.

– De acuerdo -dijo Jack dándole un beso en la frente antes de ponerse en pie-. Tú puedes dormir por los dos. Volveré y trataré de venir a verte dentro de unas horas si esa valquiria me lo permite -comentó señalando por encima del hombro con el pulgar.

– Estaré bien -le aseguró Laurie-. No te preocupes.

Con un último apretón de la mano, Jack volvió al mostrador central. Mientras Thea hablaba por teléfono, Jack escribió su nombre y número de móvil.

– Gracias de nuevo por dejarme entrar -le dijo cuando ella se dio la vuelta y lo miró.

– No hay de qué -contestó Thea, que acto seguido se puso de puntillas mirando más allá de Jack y gritó-. ¡Sí, Claire! ¡Ese es el gota a gota al que me refería! Me parece que no funciona como es debido. -Volvió a mirar a Jack-. Lo siento. No se preocupe por su mujer, nosotros la cuidaremos.

– Le he anotado el número de mi móvil -dijo Jack entregándole el papel-. Si se produce algún cambio en su estado le agradecería que me llamara.

– Haremos lo que podamos -respondió Thea cogiendo la nota y dejándola en la mesa. Sonrió brevemente a Jack y se volvió hacia una de las enfermeras que se acercaba para preguntarle algo.

Con una última mirada hacia Laurie, Jack salió de UCPA y cruzó la sala de médicos. Los rostros habían cambiado, pero no la escena. Entró en el vestuario de caballeros y se cambió de ropa.

El vestíbulo del hospital estaba extrañamente silencioso y ofrecía un curioso contraste con el bullicio matutino. Cuando salió por la puerta principal se alegró de ver que unos cuantos taxis esperaban pacientemente en la acera. La lluvia que habían pronosticado había empezado a caer.

El taxi lo dejó en la plataforma de carga del depósito, y Jack pasó directamente ante la garita de seguridad. Carl Novak, el agente de guardia, saltó de su asiento tirando al suelo el libro de bolsillo que estaba leyendo, como si lo hubieran pillado desprevenido. Se asomó por la puerta y preguntó:

– Doctor Stapleton, ¿ocurre algo?

– Nada, Carl -contestó Jack por encima del hombro.

Mike Passano, uno de los técnicos del depósito, tuvo una reacción parecida cuando escuchó el eco de la voz de Jack resonando por el alicatado pasillo. Mientras este esperaba el ascensor, Mike sacó la cabeza y preguntó:

– ¿Hay algún caso del que debamos ocuparnos?

– No -repuso Jack-. Es que este sitio me gusta tanto que no puedo mantenerme alejado.

El cuarto piso apenas estaba iluminado, de tal modo que las puertas color naranja de los despachos se veían de un tono parduzco. Una vez dentro del despacho de Laurie, Jack encendió la luz y parpadeó bajo la relativa claridad. Se sentó al escritorio de Laurie y examinó su contenido. Había dos pilas de historiales clínicos. Al lado estaban las listas de Roger y una libreta con las anotaciones de Laurie sobre la relación que existía entre unos casos y otros. En la pared frente a la mesa había dos post-it: uno era un recordatorio para mostrar el ECG de Sobczyk a un cardiólogo; el otro, para preguntar qué clase de prueba era un MFUPN. Encima de la mesa había otro post-it lo bastante arrugado para que resultara difícil de leer. Escrito con la letra de Laurie ponía: «MEF2A positivo». Jack no tenía ni idea de qué significaba «MEF2A».

Lo que no vio fue el CD que recordaba haber visto a Laurie copiar en el despacho de Roger, y miró brevemente bajo los historiales y las listas. Incluso abrió los cajones de la mesa que, a diferencia de los suyos, estaban pulcramente ordenados. El CD no estaba. Se rascó la cabeza, perplejo. ¿Dónde podía haberlo puesto? Miró el reloj. Eran casi la una y media de la madrugada.

Respiró hondo e intentó poner en orden sus pensamientos. Su corazón latía a todo galope por culpa del café, pero su mente funcionaba a paso de tortuga. Le resultaba difícil concentrarse. Con Laurie en una situación tan delicada, no le gustaba estar alejado del Manhattan General; aun así, se habría vuelto loco si hubiera tenido que quedarse en la sala de descanso de los médicos sin hacer nada. Tal como le había dicho ella, se llevaría el material del escritorio al hospital; pero antes se le ocurrió que quizá tuviera tiempo para hallar la respuesta a las preguntas de los post-it. Con varios hospitales cerca, solo le llevaría un momento, y podía ser importante.

Poniéndose en pie, buscó entre los historiales hasta que encontró el de Sobczyk. Le fue fácil encontrar la tira de ECG porque Laurie la había marcado con una regla. La estudió una y otra vez hasta que no tuvo más remedio que reconocer que carecía de sentido para él. En su opinión, dudaba que nadie pudiera hallárselo. Básicamente era el registro de unas células cardíacas al borde de la extinción. Con cuidado sacó la página con la tira, la cogió junto con los dos post-it, salió del despacho dejando la luz encendida y se encaminó hacia el ascensor. La puerta se abrió nada más apretar el botón, cosa que nunca sucedía durante el día: era la única persona en el edificio.

Mientras bajaba planificó su estrategia a pesar de que su mente divagaba. Pensaba dirigirse al centro médico NYU Bellevue, entrar en Urgencias y hablar con el cardiólogo de guardia. Jack no creía que le llevara demasiado tiempo porque era más que probable que el cardiólogo estuviera trabajando; a continuación planeaba pasar por el laboratorio para ver si podía encontrar al supervisor nocturno. Si alguien podía decirle qué tipo de análisis era el MFUPN y qué significaba dar positivo en MEF2A, ese era el supervisor. Se preguntó si ambas incógnitas estarían relacionadas.

Fuera seguía lloviznando, de manera que Jack corrió literalmente hacia la Primera Avenida con la hoja del historial de Sobczyk protegida bajo la chaqueta. La sala de urgencias del Bellevue tenía el mismo aspecto que la del General cuando había ido a ver a Laurie. La afluencia de gente no solía disminuir hasta las tres de la madrugada. Jack se dirigió a recepción y consiguió la atención de un enfermero que por su planta bien podría haber sido portero de discoteca; su nombre era Salvador, y llevaba una docena de cadenas de oro sobre su velludo pecho.

– Soy el doctor Stapleton -se identificó Jack-. ¿Podría decirme quién es el cardiólogo de guardia?

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