Una vez en Administración, Laurie tuvo que sentarse y esperar. La puerta de Calvin estaba cerrada, y su secretaria le informó de que el subdirector se hallaba reunido con el capitán de la policía. Laurie se preguntó si se trataría de Michael O'Rourke, el superior directo de Lou que también era el cuñado de la enfermera asaltada en el Manhattan General. Mientras aguardaba, pensó en lo que iba a contar a Jack. Si había estado buscándola tanto como decía Riva, iba a ser inevitable que él preguntara dónde se había metido. Si Jack era tan celoso como había dicho Lou, que supiera que ella había ido a ver a Roger justo después de haber quedado para cenar con él no iba a ayudarla en absoluto. A pesar de todo, Laurie se prometió a sí misma no caer en la trampa de la mentira.
Pensar en Jack le recordó que no había reservado para la cena. Siendo por la tarde, era el momento adecuado. Miró el teléfono que había en una mesa auxiliar cercana. Vigilando que nadie mirara, llamó a Riva para pedirle que le diera una dirección de su agenda y después llamó al restaurante. Como había imaginado, estaba todo reservado, y tuvo que conformarse con una mesa para las seis menos cuarto.
La puerta del despacho del subdirector se abrió, y salió un voluminoso arquetipo del policía irlandés vestido con traje oscuro. El hombre estrechó la mano de Calvin, se puso el sombrero, se despidió con un gesto de cabeza de Connie y también de Laurie y se marchó. Cuando los ojos de Laurie se volvieron hacia Calvin, se sintió fulminada por su mirada.
– ¡Entre! -le espetó él.
Laurie se incorporó, entró dócilmente y se quedó de pie en el despacho. Calvin cerró la puerta, se le acercó, le arrancó los papeles de la mano y se apoyó en la mesa mientras los leía. Satisfecho, los dejó en el escritorio.
– Ya era hora -dijo Calvin-. ¿Dónde demonios se había metido? Le he dado el día libre para que despachara el papeleo, no para que se fuera de paseo.
– Tenía que hacer una visita rápida al Manhattan General. Por desgracia, el tráfico no cooperó y la salida resultó mucho más larga de lo que había previsto.
Calvin la miró con suspicacia.
– ¿Y qué fue a hacer allí, si es que puedo preguntarlo?
– Fui a hablar con la persona que le dije ayer, el jefe del personal médico.
– Confío en que no estará haciendo nada que pueda poner en apuros a esta oficina…
– No, que yo pueda imaginar. Le pasé la información sobre los casos de Queens. Está en sus manos hacer lo que crea oportuno.
– Laurie, no quiero enterarme de que está yendo más allá de sus atribuciones, como ocurrió en el pasado.
– Como le dije ayer, he aprendido la lección. -Laurie sabía que no estaba diciendo toda la verdad.
– Eso espero. Ahora mueva el culo hasta su despacho y acabe de firmar los casos que tiene pendientes; de lo contrario, acabará pateando las calles en busca de otro empleo.
Laurie asintió respetuosamente y salió del despacho de Calvin. Se sentía aliviada. Había esperado lo peor, pero la visita había resultado sorprendentemente suave, y se preguntó si Calvin no se estaría ablandando.
Ya que se encontraba en la planta baja, se asomó al despacho de los investigadores forenses para ver si podía ahorrarse una llamada. Halló a Cheryl en su mesa y le preguntó qué deseaba.
– Únicamente quería decirle que llamé al St. Francis para decirles que los historiales que les había pedido eran urgentes.
– ¡Vaya! Cuando vi su mensaje creí que iba a decirme que ya los tenía.
Cheryl se echó a reír.
– ¿Servicio de historiales de un día para otro? ¡Aún tienen que inventarlo! Incluso con la calificación de «urgente», tendrá suerte si le llegan en un par de semanas.
Laurie volvió al ascensor y, mientras esperaba, se preguntó si serviría de algo la intervención de Roger para agilizar la entrega de los historiales. En el fondo tenía la convicción de que en algún punto de aquellos historiales del General o del St. Francis se ocultaba la información clave para resolver el misterio.
Al subir a la cuarta planta vaciló y se armó de valor. Quería pasar por el despacho de Jack para hablar con él; pero, después de lo que Riva le había dicho, temía lo que pudiera encontrar. A pesar de que admitía que buena parte de su distanciamiento de Jack era culpa de ella por sus coqueteos con Roger, eso no lo hacía más fácil. Por otra parte tampoco estaba dispuesta a pedir perdón.
Respiró hondo y salió al pasillo. En contraste con el día anterior, no vaciló, sino que dejó que el impulso la llevara hasta el despacho, donde encontró a Jack y Chet inclinados en sus respectivas mesas mirando por el microscopio. Aunque no lo había hecho a propósito, había entrado sin hacer ruido de modo que ninguno de los dos se enteró de que estaba allí.
– Apuesto cinco billetes a que tengo razón -decía Jack.
– Aceptados.
– ¡Perdón! -dijo Laurie.
Las cabezas de ambos se alzaron con evidente sorpresa para enfrentarse con su visitante.
– ¡Que Dios nos asista! -exclamó Jack-. ¡Hablando de la reina de Roma, por la puerta asoma! El fantasma de la ausente doctora Montgomery acaba de materializarse ante nosotros.
– ¡Milagro! -terció Chet fingiendo retroceder aterrorizado.
– Vamos, chicos -dijo Laurie-, no estoy de humor para que me tomen el pelo.
– ¡Gracias a Dios es real! -añadió Jack llevándose el dorso de la mano a la frente en el gesto típico de quien está a punto de desmayarse. De modo parecido, Chet se la llevó al pecho como si tuviera palpitaciones.
– ¡Venga! ¡Dejadlo ya! -repitió Laurie mirándolos alternativamente y con la impresión de que estaban llevando la broma demasiado lejos.
– Pensábamos que te habías marchado de verdad -explicó Chet con disimulada risa-. El rumor decía que se trataba de una repentina desmaterialización. Como programador del día, se suponía que debía saber dónde estabas, pero no tenía ni idea. Ni siquiera Marlene, en recepción, te vio marchar.
– Marlene no estaba en el mostrador cuando salí -contestó Laurie. Era evidente que su ausencia había sido motivo de conjeturas; lo cual no era buena señal teniendo en cuenta las circunstancias.
– Todos teníamos cierta curiosidad por saber dónde te habías metido, especialmente porque, según Calvin, debías estar en tu despacho.
– Pero ¿qué es esto? ¿La Inquisición? -preguntó Laurie confiando en que un poco de humor desviaría la pregunta. Luego, miró a Jack-. Riva me ha dicho que me estabas buscando, así que he venido para devolverte el favor. ¿Hay algo concreto que quieras decirme?
– Iba a darte los detalles finales de la autopsia de Mulhausen -repuso Jack-, pero antes dinos adónde fuiste con tanto misterio. Tenemos todos mucha curiosidad.
Los ojos de Laurie pasaron de Jack a Chet. Los dos la miraban expectantes. Aquella era la pregunta que temía, de modo que intentó pensar en una respuesta sin tener que mentir, pero no acudió nada a su mente.
– Fui al Manhattan General… -empezó a decir, pero Jack la interrumpió.
– ¡Bingo! -exclamó haciendo un gesto con los dedos como si disparara a su colega Chet-. Me debes cinco pavos, colega.
Chet alzó los ojos con decepción. Cambió el peso para sacar la cartera del bolsillo trasero y extrajo un billete de cinco que aplastó en la mano de Jack.
Este blandió el dinero triunfalmente y se volvió hacia Laurie.
– Parece que al final voy a sacar algún provecho de tu cita.
Laurie notó que la ira la invadía, pero mantuvo el control. No le gustaban aquellas bromas a sus expensas.
– Fui al Manhattan General porque se me había ocurrido una idea que puede que nos ayude a resolver nuestra serie de misteriosas muertes.
– ¡Claro! -repuso Jack-. Y por casualidad tenías que compartir tu descubrimiento con tu actual amorcito.
– Creo que bajaré por café -dijo Chet poniéndose apresuradamente en pie.
– No tienes que irte por mí -le dijo Laurie.