Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¡Y qué más! -protestó Laurie-. La verdad es que habría preferido que me lo dijera abiertamente.

– En realidad y según la ley, no te lo pueden decir por teléfono. El nuevo decreto sobre privacidad en la información sanitaria mira con malos ojos al teléfono. El personal de los laboratorios no tiene forma de saber exactamente con quién está hablando y podría dar accidentalmente una información a la persona equivocada, que es precisamente lo que el decreto pretende evitar.

– ¿Y por qué no te han enviado a ti mis resultados? -preguntó Laurie-. Ahora tú eres oficialmente mi médico de cabecera.

– Porque no lo era cuando te hiciste los análisis. De todas maneras tienes razón: tendrían que haberme avisado, pero no me sorprende; el laboratorio de Genética está empezando a trabajar de forma coordinada. Para serte franca, me extraña que antes de sacarte sangre no te obligaran a entrevistarte con una de sus asistentas sociales. A mi juicio, esa es su forma directa de manejar los asuntos. No hace falta ser un genio para saber que cualquier análisis genético va a ser perturbador para el paciente, al margen del resultado.

Dímelo a mí, pensó Laurie.

– ¿Qué pasa con tu comida? -preguntó Sue mirando la bandeja-. No has probado bocado. ¿Debo tomármelo como algo personal?

Laurie rió, hizo un gesto displicente con la mano y después confesó que no tenía hambre.

– Escucha -dijo Sue adoptando un tono más serio-, si la prueba del gen da positivo, que es lo que tú esperas, quiero que te pases enseguida por mi consulta para concertar una visita con el mejor oncólogo. ¿Me lo prometes?

– Te lo prometo.

– Bien. Entretanto, ¿qué me dices de Laura Riley? ¿Tienes cita con la ginecóloga para las revisiones de rutina?

– Sí, ya tengo hora. -Laurie miró el reloj-. Debo marcharme. No quiero llegar tarde; de lo contrario, la asistenta social va a llegar a la conclusión de que soy inestable emocionalmente.

Las dos amigas se despidieron en el vestíbulo. Mientras Laurie subía por la escalera hasta el primer piso, las molestias de la zona baja del abdomen volvieron a presentarse y la hicieron vacilar. Se preguntó qué tenían los escalones que le avivaban el síntoma. Era como cuando, de pequeña, corría demasiado, y pasados unos minutos la punzada se desvanecía. Apretando el puño se dio unos golpecitos en la espalda. Había pensado que podía deberse a dolores renales o de uretra, pero los golpes no aumentaron la molestia. Se palpó el abdomen, y tampoco notó nada raro. Se encogió de hombros y siguió subiendo.

La recepción del laboratorio de diagnósticos genéticos estaba tan tranquila como en su visita anterior. De los altavoces surgía la misma música clásica, y de las paredes colgaban los mismos cuadros impresionistas. Lo que sí resultaba distinto era el estado de ánimo de Laurie. En su primera visita había sentido más curiosidad que ansiedad. En ese momento era al revés.

– ¿En qué puedo ayudarla? -le preguntó una recepcionista vestida con uniforme rosa.

– Me llamo Laurie Montgomery. Tengo hora con Anne Dixon a la una.

– Le avisaré de que está usted aquí.

Laurie tomó asiento, cogió una revista y hojeó sus páginas rápidamente. Miró el reloj. Era exactamente la una, y se preguntó si la señorita Dixon la iba a humillar aún más haciéndola esperar.

El tiempo pasó lentamente, y Laurie siguió mirando su revista sin verla. Se estaba poniendo cada vez más irritable y ansiosa. Cerró la publicación y la dejó en la mesa, junto a las demás. En lugar de intentar seguir leyendo, se recostó, cerró los ojos y se fue tranquilizando a fuerza de voluntad. Pensaba en hallarse tendida al sol en la playa, y si hacía el esfuerzo casi podía oír el sonido de las olas rompiendo en la orilla.

– ¿Señorita Montgomery? -preguntó una voz.

Laurie abrió los ojos y se encontró con el sonriente rostro de una mujer mucho más joven que ella. Llevaba un sencillo suéter blanco y una sarta de perlas alrededor del cuello. Encima del suéter se había puesto una bata blanca. Le tendía la mano derecha mientras sostenía un sujetapapeles en la izquierda.

– Soy Anne Dixon -añadió.

Laurie se puso en pie y se la estrechó. Luego, la siguió a través de una puerta lateral y un corto pasillo hasta que entraron en un pequeño cuarto desprovisto de ventanas, con un diván, dos butacas, una mesa de centro y un archivador. En medio de la mesa había una caja de pañuelos.

Anne le hizo un gesto para que se instalara en el sofá, cerró la puerta y se sentó en una de las butacas, con la caja de pañuelos entre las dos. Consultó sus papeles un momento y después alzó la mirada. En opinión de Laurie se trataba de una joven de aspecto agradable que más podría haber sido una estudiante universitaria en prácticas que alguien con un título superior y especialización en genética. Llevaba sus lisos cabellos castaños cortados a la altura del hombro y peinados con raya en medio, cosa que la obligaba a apartárselos de la cara con frecuencia y a recogérselos tras las orejas. Su lápiz de labios y su color de uñas eran de un rojo pardusco.

– Le agradezco que haya venido tan pronto -dijo Anne. Su voz era suave y con ligero tono nasal-, y vuelvo a pedirle disculpas por haber traspapelado su expediente.

Laurie sonrió, pero no pudo evitar impacientarse.

– Quería brindarle cierta información sobre lo que hacemos en el laboratorio -prosiguió Anne, cruzando las piernas y apoyando en ellas el sujetapapeles. Laurie se fijó en que tenía un pequeño tatuaje en forma de serpiente justo por encima del tobillo-. También deseaba explicarle por qué está usted hablando conmigo en lugar de con uno de nuestros médicos. Es simplemente una cuestión de tiempo: yo lo tengo, y ellos no; lo cual significa que puedo estar con usted tanto como desee para poder responder a todas sus preguntas; y si no tengo alguna respuesta, sí tengo acceso a las personas que la tienen.

Laurie no cambió de expresión mientras para sus adentros ordenaba a Anne Dixon que cortara el rollo, se callara y le diera el maldito resultado. Se recostó bruscamente, cruzó los brazos e intentó recordarse que no debía culpar al mensajero. Por desgracia, aquella mujer y la situación la fastidiaban hasta no poder más. En especial le molestaba la presencia de la caja de pañuelos, como si Anne esperara de ella que fuera a derrumbarse. A pesar de todo, y conociéndose, Laurie sabía que tal posibilidad existía.

– Veamos -dijo Anne tras consultar nuevamente sus papeles y hacer que Laurie tuviera la impresión de que estaba ante algo preparado de antemano-, es importante que usted conozca un poco la ciencia de la genética y lo mucho que ha progresado desde que se logró descomponer el genoma humano, es decir, secuenciar los tres coma dos billones de nucleótidos de base par. De todas maneras, deje que le diga que si hay algo que no entiende del todo puede interrumpirme cuando quiera.

Laurie asintió con impaciencia. A pesar de la ligereza con que Anne Dixon los había mencionado, no pudo evitar preguntarse qué sabría esa mujer de los nucleótidos de base par, que eran las porciones de la molécula de ADN que formaban sus escalones y cuyo orden era el responsable de transmitir la información genética.

Anne prosiguió hablando de las leyes de Gregor Mendel que se referían a los rasgos dominantes y recesivos que aquel monje del siglo xix había descubierto trabajando con simples guisantes. Laurie apenas podía dar crédito a que la estuvieran sometiendo a todo aquello; aun así, no interrumpió a Anne Dixon ni le recordó que estaba hablando con una médico titulada que obviamente había estudiado a Mendel en la universidad, sino que la dejó parlotear sobre genes y sobre el modo en que ciertos rasgos podían unirse a otros para formar tipos específicos que eran transmitidos de generación en generación.

Llegado cierto momento, Laurie se olvidó del sermón y se concentró en los tics de la mujer que, además del constante apartarse el cabello de la cara, incluían un marcado blefaroespasmo * cada vez que afirmaba algo. Sin embargo, Laurie volvió a prestar atención cuando la mujer empezó a hablar de polimorfismos nucleótidos individuales, los PNI, que era el campo de la genética del que sabía menos y sobre el que más se había documentado recientemente.

вернуться

* Contracción involuntaria de los párpados. (N. del T.)

52
{"b":"115529","o":1}