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Por supuesto, la explicación más fácil, la más lapidaria, sería la siguiente: Vica oye por la radio un trozo de La sonata de la muerte (Nastia sabía incluso cuál exactamente). Luego se lo cuenta sin omitir detalle a Borís, que lo dibuja tal y como su amiga se lo relata. Si después de esto tiene una pesadilla, es posible que guarde un remoto parecido -o tal vez ninguno- con lo que narra La sonata y representa el dibujo de Kartashov. Algún desajuste debe de producirse en la cabeza de Vica y le parece que… Pero entonces habría que reconocer que, en efecto, estaba enferma. No, esto tampoco cuadraba, volvía a encontrarse en un atolladero…

El día anterior el caso del asesinato de Yeriómina adolecía de falta de información y ahora, en un periquete, se había embrollado más allá de lo imaginable.

CAPÍTULO 7

– Tendremos que volver a empezar desde el principio -dijo Nastia mirando con consternación a Chernyshov, Morózov y Mescherínov.

– ¿Por quinta vez? -preguntó Andrei sarcástico, cruzando las piernas y arrellanándose en su asiento.

Se habían reunido en casa de Nastia. Esa tarde de domingo, Nastia, nada más cruzar el umbral, había llamado por teléfono a sus colegas para pedirles que fueran a verla con urgencia. En el recibidor, su bolsa de viaje seguía sin abrir y para entrar en la cocina se tenía que pasar por encima de ella. Por algún motivo, a nadie, ni siquiera a la propia Nastia, se le había ocurrido moverla a un rincón donde no molestase.

– Qué más da que sea la quinta vez -le cortó Nastia-. Abordaremos el asunto por los dos extremos al mismo tiempo. Esta vez creo que obtendremos algún resultado. Oleg, vaya mañana por la mañana al archivo y encuentre el expediente de Yeriómina madre, que fue abierto cuando se la inculpó de asesinato. Andrei y Zhenia se encargarán de las pesquisas en las redacciones y editoriales partiendo de las amistades de Valentín Kosar.

– ¿Y tú asumirás el mando ideológico general? -se mofó con malicia Morózov, sin intentar siquiera disimular su descontento porque le habían sacado de casa un domingo por la tarde.

Nastia, que entendía perfectamente su malestar, optó por no hacer caso de la pulla.

– Yo leeré la obra imperecedera de Brizac -contestó ella con calma-, puesto que ninguno de vosotros será capaz de hacerlo. ¿Satisfecho?

– Había hecho otros planes para mañana -continuó quejándose Morózov-. ¿Crees que no tengo otras cosas en que pensar aparte de ese asesinato de hace cien años? Sólo vosotros, allí en Petrovka, que sois la gente guapa de la policía, podéis permitiros eso, escoger un caso de cien y darle duro todos juntitos, al alimón, mientras que los noventa y nueve restantes nos tocan a nosotros, a los curritos de distrito.

– Venga ya, Zhenia, menos lobos -dijo Chernyshov reconciliador-, los jefes nos han mandado trabajar con Anastasia, así que a buenas horas… Corta el rollo.

– Pero si es verdad, mañana no puedo.

Morózov se había puesto nervioso y por un momento Nastia experimentó algo parecido a la compasión. En efecto, podía tener alguna cita importante e inaplazable, tal vez preñada de consecuencias graves para sus asuntos profesionales o incluso para su vida privada.

– Qué le vamos a hacer -suspiró ella-, si no puedes, qué remedio. Empezarás el martes. ¿Te parece?

Morózov asintió aliviado con la cabeza y se mostró más animado.

– Oiga, ¿y si en vez de mandarme al archivo,- me pone a trabajar con Andrei? -dijo el estudiante, que estaba sentado en el sillón junto a la ventana, en el lugar más frío, donde por una rendija que había en el dintel de la balconera se colaba un cuchillo de aire invernal.

– No -atajó Nastia-. Usted irá al archivo.

– Pero, Anastasia Pávlovna, por favor -lloriqueó Oleg lastimeramente-. ¿Qué voy a aprender en el archivo? El trabajo de la calle, ése sí que…

– Aprenderá a leer los sumarios -le atajó Nastia con severidad reprimiendo la cólera-. Oleg, si cree que es fácil, me permito asegurarle que está equivocado. ¿Ha visto alguna vez un sumario, tal como se remite a los tribunales de justicia para conocer la causa?

Mescherínov, cejijunto, callaba.

– Un sumario presentado a los tribunales no tiene nada en común con las piezas que el juez de instrucción va recopilando en una carpeta mientras investiga el caso. Es decir, los materiales son los mismos, pero el juez de instrucción suele archivarlos por orden cronológico y le resulta fácil ver qué ha ocurrido primero y qué después. Una vez instruido el sumario, sobre todo, si hay varios inculpados y, encima, Dios no lo quiera, se las han apañado para cometer no uno sino varios delitos, es un rompecabezas de mil demonios. El juez de instrucción puede presentar el sumario ordenado por personas encausadas, en este caso, las piezas se agrupan según estén relacionadas con uno u otro inculpado y, más o menos, siguen este orden, pero para comprender el papel interpretado por cada participante en el suceso hay que buscar en todos los volúmenes del sumario. Pero también ocurre a veces que el sumario se ordena por episodios del hecho criminal, entonces uno las pasa moradas para comprender la parte concreta que le ha tocado desempeñar en el asunto a un inculpado concreto. Y para aclararse entre las declaraciones prestadas por diferentes testigos y quién ha querido «empapelar» a quién, para esto hay que armarse de paciencia en serio. ¿Se ha parado a pensar alguna vez por qué los servicios de un abogado cuestan tanto? Resumiendo, le ruego que me disculpe esta pequeña puesta a punto. Usted, Oleg, trabajará con una causa relativamente sencilla: hay un solo acusado y un solo hecho. Pero le ruego prestarle máxima atención y no confiarse a su memoria sino tomar notas. No pase por alto los nombres de cuantos participaron en la investigación y la encuesta judicial, hay que apuntarlos también. Y una cosa más. No lo tome como un gesto de desconfianza hacia usted pero quiero advertirle de antemano, con tal de evitar futuros malentendidos, que no se le ocurra limitarse a leer la sentencia o los alegatos de la acusación. No son las conclusiones finales lo que me interesa sino todo el curso de la instrucción, entre otras cosas, las declaraciones de los testigos y de los inculpados, sobre todo si esas declaraciones han sido modificadas en el proceso de la instrucción y del juicio. ¿Me ha entendido?

– La he entendido -respondió el estudiante descorazonado-. ¿Me permite hacer una llamada? Mis padres se han ido al campo y temo que ahora, al volver, estén preocupados porque no saben dónde me he metido. Cuando me llamó salí pitando y ni siquiera les dejé una nota.

– El teléfono está en la cocina -dijo Nastia señalando con la cabeza.

Oleg salió y Morózov dijo con retintín:

– ¡Vaya con la nueva generación de policías! Está hecho un hombretón, a punto de tener rango de oficial, y ficha en casa ni que fuera un crío. ¡Niñato!

– Tú qué sabes -contestó Nastia con reproche-. Tal vez sus padres son así. Seguramente ya le gustaría no fichar pero se ponen nerviosos. Para los padres nunca dejamos de ser tontos y pequeños, aquí no hay nada que hacer.

Después de cerrar la puerta detrás de sus visitas, Nastia se detuvo pensativa delante de la bolsa abandonada en medio del recibidor, dudando si ponerse a deshacer el equipaje o dejarlo para más tarde. Ésa mañana, su madre y Dirk habían ido al aeropuerto Leonardo da Vinci a despedirla. Nadezhda Rostislávovna le entregó un abultado paquete, sus regalos, y Dirk, con una sonrisa socarrona, le ofreció un envoltorio que contenía un montoncito de libros. Eran los dichosos thrillers de Brizac, editados en formato de bolsillo y en rústica, que habían comprado para ella allí mismo, en un quiosco del aeropuerto. Los libros estaban dentro de la bolsa, junto con el resto de sus cosas. «Tendré que abrirla», pensó con angustia Anastasia Kaménskaya, famosa por su pereza, y se puso manos a la obra.

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