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CAPÍTULO 4

¿Qué es lo que retiene a una persona al lado de otra? ¿Qué las obliga a estar juntas? ¿Una atracción irresistible? ¿O la simple comodidad?

Después de escuchar el relato de Andrei Chernyshov sobre su charla con Olga Kolobova, de soltera Agápova, Nastia se quedó con la duda de si los nuevos hechos hablaban a favor de Borís Kartashov o si representaban un cargo en su contra.

Cuando pintaban aquel piso de los vecinos de Kartashov, Lola Agápova trabajaba con Vica Yeriómina. Borís conoció a las dos muchachas al mismo tiempo y, tras llegar a la conclusión de que la guapísima Vica ya estaría, con toda seguridad, «pillada» por alguno, dedicó toda su atención a Lólechka, que sólo era bonita. Era más sencilla, modesta y algo así como hogareña. En los primeros días, Borís consideró incluso la idea de casarse con esa niña criada en un orfanato, simpática, hacendosa y libre de las cargas que supone una parentela. Lola no tomaba alcohol, no fumaba y tenía todas las probabilidades de darle un niño sano y bonito. Pero muy pronto esa situación banal del braguetazo a la inversa se transformó en otra, más banal aún, de triángulo amoroso: Vica, joven lanzada y segura de sí misma, tomó cartas en el asunto. No le costó el menor esfuerzo meterse en la cama del artista poco menos que delante de su amiga. Borís se dejó llevar por una pasión verdadera, mientras que Lólechka, silenciosa, se apartó con resignación, acostumbrada como estaba a ceder el protagonismo a su amiga más aventajada. Todo cuanto Kartashov había contado de los tés y las comidas guisadas para un hombre era verdad, pero no la verdad completa.

Pasado algún tiempo, Lola Agápova decidió casarse con Vasia Kolobov, y las relaciones entre los tres -ella, Vica y Borís- fueron envenenadas por la creciente tensión. Vica, guapa y afortunada en tantas cosas, estaba que echaba humo de la rabia que le daba el hecho de que Lolka, la que durante tantísimos años, desde el mismo orfanato, había sido su «segunda», hubiese encontrado marido antes que ella. Lola sufría en silencio su amor por Borís y se daba perfecta cuenta de que se casaba sólo por casarse. Borís, por su parte, se reprochaba su propia necedad y su debilidad, maldecía el día en que dejó que sus instintos más primarios obnubilaran su raciocinio e intentaba reunir valor para convencer a Lola de que debía romper su compromiso a toda costa, porque saltaba a la vista que no quería a su novio y porque comprendía que su decisión no se debía sólo a la imposibilidad de casarse con él, Borís, sino también al anhelo tonto e infantil de ganarle a la guapísima Vica al menos una partida en su vida. Una semana antes de la boda, Lola fue a ver a Kartashov y le dijo:

– Boria, me debes un regalo de boda…

Y él le dio a su antigua amante ese regalo de boda que le reclamaba: una semana entera llena de hechizo y pasión.

– Lo que me gustaría que Vica se enterase de esto -decía Lola con aire de ensueño desperezándose en la cama-. Que le doliese tanto como a mí me dolió aquel día en que os encontré juntos sobre este mismo sofá.

– No digas tonterías -respondía Borís desentendiéndose del asunto con un meneo de la mano, sintiendo cómo se le helaban las entrañas.

No era un hombre valiente, y la perspectiva de tener que darle explicaciones a Vica, vehemente y temperamental, no le hacía ninguna gracia.

A pesar de eso, ni en aquellos momentos dejó de intentar convencer a Lola para que se echase atrás y rompiese con Vasia Kolobov mientras aún estaba a tiempo.

– ¿Y luego?, ¿te casarías conmigo? -le preguntó Lola un día-. Si dejas a Vica y te casas conmigo, mandaré a Vaska a paseo.

Estaba preparándose para ir al trabajo, de pie delante del espejo, ya completamente vestida, aplicando colorete en los pómulos.

– Te doy un día para reflexionar -sonrió la joven-. Cuando vuelva, me dirás sí o no. Si me dices que sí, te sales con la tuya y no habrá boda dentro de dos días. Si dices que no, no lo tomes a mal pero no quiero oír otra palabra contra Kolobov. ¿Lo has entendido, vida mía?

A medida que el fin de la jornada laboral se iba acercando, mayor era la certeza de Borís de que no tendría redaños para echar a Vica. Unas relaciones que se configuraban espontáneamente, solas, eran muy diferentes de las que uno debía forjar y ajustar a sus decisiones. ¿Qué iba a decirle a Vica? «¿He estado a gusto contigo durante un año pero ahora, de repente, ya no lo estoy?» Era un disparate. «Hace unos días todo estaba bien pero hoy me caso con tu amiga. Cuando me sedujiste, no opuse resistencia porque eres una chica muy guapa pero, al cabo de un año, he comprendido que eres la clásica "equivocación", que no eres de las que forman familias y tienen hijos.» Chocante. Por otra parte, Lola se iba a casar, su vida iba a arreglarse, pero si Borís abandonaba a Vica, ¿qué sería de ella, dado lo impetuoso de su carácter? «No, digan lo que digan, sólo en las novelas eso resulta tan fácil: mandas a paseo a una, te enrollas con otra y en paz… En la vida, todo es mucho más complicado.»

Como resultado, Vica siguió con Borís y Lola dejó de apellidarse Agápova para convertirse en Kolobova. Kartashov sentía una especie de afecto por Vica, antojadiza e inconstante, la trataba como a una niña tonta a la que uno no podía quitar el ojo de encima y que, cuando abandonaba sus travesuras, era capaz de regalarle a uno momentos sorprendentemente felices de calor, generosidad y ternura. Borís se sentía incluso hasta cierto punto responsable de su amiga, vivía con el temor permanente de que se metiera en algún lío y los ojos se le llenaban de lágrimas cada vez que escuchaba por teléfono su voz, destemplada por los efectos del alcohol: «Bórechka, cariño, no te preocupes de nada, estoy bien.»

Cuanto más empeoraban las relaciones entre Lola y su marido, más se consolidaba la amistad que unía a las dos mujeres. Poco a poco, Vica se fue olvidando de su enfado al convencerse de que no tenía nada que envidiar a su amiga.

Lola, a su vez, estaba contenta porque Borís, aunque no se había atrevido a casarse con ella, tampoco quería formalizar su unión con Vica. De tarde en tarde, cuando la juerga de turno de Vica se prolongaba, Borís, sin el menor escrúpulo, llamaba a Lola y justificaba su conducta ante sí mismo pensando que ambos eran víctimas de una traición: a Lola la había traicionado su marido y a él Vica. Así estaban las cosas hasta el mes de octubre, cuando Vica desapareció…

– Mira qué panorama tenemos. Kolobova está dispuesta a dejar a su marido por Kartashov pero Kartashov no sabe cómo quitarse de encima a Vica Yeriómina, le falta valor. La muerte de Vica lo resuelve todo, ¿no te parece?

Nastia se acomodó en el banco y sacó un cigarrillo. Andrei Chernyshov desprendió la correa del collar del perro, le dijo con severidad: «No te vayas lejos», y se volvió hacia su compañera.

– ¿Crees que Kolobova tiene algo que ver con el asesinato de Yeriómina?

– Kolobova, o Kartashov, o ambos juntos. Se han inventado la estremecedora historia del trastorno psíquico de Vica para explicar su desaparición. ¿Qué? Como hipótesis puede servir. Además, lo que Kolobova declaró acerca de su conversación con Vica el viernes 22 de octubre por la noche puede ser otro camelo. No hay forma de comprobarlo, el marido de Kolobova no se encontraba en casa a aquella hora. Lo único que no queda claro es dónde se metió Yeriómina durante una semana entera. Desde el 23 hasta el 30 de octubre nadie la vio y, según el forense, la mataron el 31 de octubre o el 1 de noviembre. Tenemos que comprobar de la forma más escrupulosa posible dónde andaban durante aquella semana Kartashov y Kolobova. Cada paso suyo, cada minuto, literalmente.

– Ha pasado un mes -dijo Andrei moviendo la cabeza dubitativo-. Quién se acordará a estas alturas dónde y cuándo les vieron, de qué hablaron… Tenemos cero probabilidades.

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