– Estoy perfectamente bien, mamá, no te preocupes. Estoy bárbaramente.
– ¿Y papá?
– También está bien. Acabamos de verle, Lioska y yo. Nos ha preparado para cenar unos pollos fantásticos.
– ¿No me engañas? ¿Seguro que todo está bien?
– Seguro. ¿Acaso es preciso que ocurra algo malo para que te llame? Te echaba de menos, eso es todo.
– Yo también te echo de menos, hija. ¿Cómo va tu trabajo?
– Como siempre. El 12 de octubre me mandan a Roma junto con una delegación de nuestros policías.
– ¡No me digas! -exclamó la madre con alegría-. ¡Qué suerte! Enhorabuena. ¿Cuándo has dicho que te marchas?
– El 12. Regreso el 19.
– ¿Por qué no me lo has dicho antes? -el disgusto empañó la voz de Nadezhda Rostislávovna-. No creo que me dé tiempo para conseguir el visado pero voy a intentarlo. Del 14 al 17 se celebra en Francia un simposio de lingüistas, presento mi ponencia el día 15 y, si me dan el visado a tiempo, nos veremos en Roma. ¿Dónde me aconsejas buscarte?
– No lo sé. Y yo ¿dónde te busco yo a ti?
– Tampoco yo lo sé -se rió la madre-. Hagamos lo siguiente. Si todo sale bien, nos encontraremos el día 16 a las siete de la tarde en la plaza que hay delante de la basílica de San Pedro. La plaza es redonda, espaciosa, se puede ver fácilmente a todos los que están allí. No te perderás. ¿Te parece?
Nastia se quedó algo desconcertada ante el arrojo de su madre.
– Pero, mamá, no voy sola a Roma sino con un grupo de compañeros. ¡Cómo quieres que sepa qué programa tenemos! ¿Y si el 16 justamente me es imposible escaparme?
– Bobadas -dijo la madre con decisión-. Te esperaré hasta las ocho. Si no apareces, quedamos para el día siguiente, etcétera. Procuraré organizarlo todo y espero verte, ¿me oyes, hija mía?
– Está bien, mamá -Nastia suspiró espasmódicamente, pensando sólo en ocultarle a la madre que un torrente de lágrimas le resbalaba por las mejillas-. Estaré sin falta.
– ¿Qué me dices del idioma? -preguntó la madre, y se puso severa-: ¿Recuerdas algo o ya se te ha olvidado por completo?
– No te preocupes, allí siempre puedes entenderte en inglés.
– No, bonita, eso no vale. Prométeme que te pondrás al día con el italiano. De pequeña lo dominabas a la perfección.
– Mamá, hace tanto que ya no soy pequeña. Trabajo de sol a sol y no estoy segura de poder encontrar tiempo para estudiar. No te enfades, por favor.
– Pero si no me enfado. -Nastia tuvo la certeza de que su madre había sonreído al pronunciar estas palabras-. Me siento orgullosa de ti, Nastiusa. Y no te me pongas a llorar. ¿Crees que no te oigo moquear? Ve a la cama y no malgastes tu mísero presupuesto emocional en angustias tontas. Acuérdate bien, cada tarde a las siete delante de la basílica de San Pedro. Dale un beso a papá y otro a Liosa.
Nastia colocó despacio el auricular sobre el aparato y sólo entonces vio a Liosa, parado en el umbral de la cocina.
– ¿Qué? ¿Estás más tranquila? -preguntó sonriendo-. ¿Te has convencido de que tu madre sigue queriéndote?
– ¿Te he despertado? -balbuceó Nastia acongojada-. Perdona.
– Santo cielo, en el fondo, qué niña eres todavía -suspiró Chistiakov.
Estuvieron media hora sentados en la bien caldeada cocina hasta que Nastia se calmó del todo.
CAPÍTULO 5
Durante la reunión matutina celebrada en el despacho de Gordéyev, Nastia escrutó disimuladamente a sus compañeros de trabajo, haciéndose una y otra vez la misma pregunta: ¿cuál de ellos? A algunos los conocía bien, a otros, no tanto, pero ninguno le parecía sospechoso de falsedad y traición.
Misha Dotsenko. El más joven de los detectives de Gordéyev, alto, de ojos negros. A veces era profundamente ingenuo y conmovedor, y a veces sorprendía con su sobria inteligencia y capacidad profesional. Siempre iba elegantemente vestido, acicalado, inmaculado, bien planchado. Tal vez se gastaba todo el sueldo en ropa. Pero ¿era acaso un defecto vestirse bien? ¿Cuál sería el punto débil de Misha? ¿El dinero? Quizá. O una mujer. Aunque era soltero y, por tanto, inmune al chantaje, siempre que su pareja no estuviera casada.
Yura Korotkov. Vivía con su madre, hijo y suegra, hemipléjica a consecuencia de un derrame cerebral, en un minúsculo apartamento de dos habitaciones. Había pasado muchos años en la lista de espera del centro de distribución de viviendas pero su turno nunca llegó. Ahora, la construcción estatal estaba parada y el sueldo de policía jamás alcanzaría para comprarse un piso nuevo. A Nastia le unía a él una gran amistad, siempre estaba al corriente de sus andanzas amorosas, pequeños triunfos y diminutas tragedias. Korotkov se desahogaba con ella y Nastia le consolaba y le daba sabios consejos que, en esencia, siempre decían lo mismo: Dios te libre de perjudicar a los tuyos. Durante el último año y medio, Yura tenía un asunto serio con una mujer que había sido testigo en un caso de asesinato. Enamoradizo, se enardecía con rapidez y se enfriaba en un instante, pero con esta historia estaba batiendo su propio récord de constancia. Su querida era madre de dos hijos, y Yura tenía la firme intención de esperar a que crecieran para casarse con ella. ¿Necesitaba dinero? Necesitaba muchísimo dinero. ¿Significaba esto que para conseguirlo no se pararía ante la traición?
Kolia Seluyánov, uno de los detectives con más experiencia de todo el departamento, guasón, parlanchín, aficionado a gastar bromas, a veces pesadas. Pero era capaz de cambiar de registro en un santiamén, ponerse serio, acudir a toda prisa en ayuda del compañero, costase lo que costase. Kolia estaba divorciado; la mujer, que no había aguantado su difícil carácter combinado con una jornada laboral no restringida por horario alguno, se llevó a los niños y, acompañada de un nuevo marido, se marchó a Vorónezh. Nastia sabía que, a veces, Kolia mentía a los jefes, fingía trabajar fuera de las oficinas y cogía el avión y se iba a Vorónezh para pasar unas horas al lado de los niños y regresar la misma noche a Moscú. Después de cada viaje de éstos agarraba una melopea de campeonato, y durante los dos o tres días siguientes se le veía mustio y deprimido. ¿Era él? ¿Obedecían esos viajes a la necesidad de cumplir ciertas misiones secretas o al deseo irresistible de ver a los hijos?
Igor Lesnikov, hombre reconocidamente guapo, que tenía encandiladas a todas las jóvenes de Petrovka, 38. A diferencia de Seluyánov, de risa fácil y abierto a cualquier posibilidad, Igor no sonreía apenas, era reservado, se lo tomaba todo en serio y se mantenía aparte. Nastia lo ignoraba todo sobre su vida familiar excepto que estaba casado en segundas nupcias y había sido padre recientemente. ¿Sería él el topo? Su punto débil era su ambición, su deseo de ascender en el escalafón…
La voz del jefe interrumpió sus penosas cavilaciones.
– Kaménskaya, te estoy hablando a ti. Despierta.
– Le escucho, Víctor Alexéyevich -dijo Nastia sobresaltada.
– El estudiante que viene a hacer prácticas, Mescherínov, trabajará contigo, serás su instructora. A partir de hoy lo tienes a tu disposición.
Desde el rincón opuesto de la sala, el estudiante de la academia moscovita Mescherínov, rubio y ancho de hombros, sonreía a Nastia.
Al término de la reunión, Nastia llevó a Mescherínov a su despacho.
– Esta mesa está libre, Oleg, póngase aquí, será su sitio de trabajo durante el próximo mes. Puede llamarme Nastia a secas.
– ¿Cómo va a enseñarme? ¿Igual que en la academia?
Nastia vaciló y se encogió de hombros.
– No tengo una idea muy clara sobre cómo enseñan en su academia. No descarto que mi método no le guste. En ese caso podrá pedir que le asignen a algún otro instructor. Para empezar, vamos a ver si sabe pensar de forma binaria.
– ¿Cómo es eso? -preguntó el estudiante frunciendo el entrecejo.
– Yo escojo una palabra. Pongamos por caso, el nombre de un actor y director de cine de fama mundial. Su tarea consiste en adivinar de quién se trata. Tiene derecho a hacerme toda clase de preguntas pero con una condición: las preguntas deben representar una alternativa que abarque todas las variantes posibles, de tal modo que me impidan responderle «ni una cosa ni la otra». Por ejemplo, puede empezar con la pregunta: «¿Es hombre o mujer?» Aquí no hay una tercera variante. ¿Ha captado la idea general?