Lewis parecía haber recobrado la compostura. Su semblante cambió deprisa y pasó a observar a Ricky con ceño y ojos entrecerrados, como si aún pudiera imponer cierto control a la situación. Ricky ignoró todo lo que implicaba esa mirada y, de modo muy parecido al año anterior, dispuso una butaca frente al viejo médico.
– Si no es usted, ¿quién es entonces Rumplestiltskin? -preguntó con frialdad.
– Lo sabes, ¿no?
– Explíquemelo.
– El hijo mayor de tu antigua paciente. La mujer a la que no ayudaste.
– Eso ya lo he averiguado. Continúe.
– Mi hijo adoptivo -dijo encogiéndose de hombros.
– Eso lo descubrí esta misma noche. ¿Y los otros dos?
– Sus hermanos pequeños. Los conoces como Merlin y Virgil Por supuesto, sus nombres son otros.
– ¿También adoptados?
– Sí. Nos quedamos con los tres. Primero como familia de acogida, a través del estado de Nueva York. Después lo organicé todo para que mis primos de Nueva Jersey nos sirvieran de fachada para la adopción. Fue sencillo burlar la burocracia, a la que, como estoy seguro de que ya habrás averiguado, no le importaba demasiado el futuro de los tres niños.
– Así pues, ¿todos llevan su apellido? ¿Desechó Tyson y les dio el suyo?
– No. -El anciano sacudió la cabeza-. No tienes tanta suerte, Ricky. No figuran en ninguna guía telefónica como Lewis. Fueron reinventados por completo. Un apellido distinto para cada uno.
Una identidad distinta. Un plan distinto. Una escuela distinta. Una educación distinta y un tratamiento distinto. Pero hermanos en el fondo, que es lo que cuenta. Eso ya lo sabes.
– ¿Por qué? ¿Por qué este elaborado plan para ocultar su pasado? ¿Por qué no…?
– Mi mujer ya estaba enferma y habíamos superado la edad requerida para adoptar. Mis primos servían para nuestros propósitos. Y, a cambio de dinero, estaban dispuestos a ayudar. Y a olvidar.
– Claro -contestó Ricky con sarcasmo-. ¿Y su pequeño accidente? ¿Una riña doméstica?
– Una coincidencia -aclaró Lewis meneando la cabeza.
Ricky no estaba seguro de creérselo. No pudo evitar una pulla:
– Freud decía que las coincidencias no existen.
– Cierto -asintió Lewis-. Pero hay diferencia entre desear y actuar.
– ¿De veras? Creo que se equivoca. Pero da lo mismo. ¿Por qué ellos? ¿Por qué esos tres niños?
– Engreimiento. Arrogancia. Egoísmo.
El viejo psicoanalista se encogió de hombros otra vez.
– Eso sólo son palabras, doctor.
– Sí, pero explican muchas cosas. Dime, Ricky, un asesino…, un auténtico psicópata despiadado y asesino, ¿es alguien creado por su entorno? ¿O nace así debido a un error infinitesimal en el acervo genético? ¿Cuál de las dos cosas, Ricky?
– El entorno. Eso es lo que nos enseñan. Cualquier analista diría lo mismo. Aunque los especialistas en genética podrían discrepar.
Pero psicológicamente somos resultado de nuestro entorno.
– Estoy de acuerdo. Así que tomé a un niño y a sus dos hermanos. El muchacho era una rata de laboratorio para la maldad.
Abandonado por su padre biológico. Rechazado por sus demás familiares. Sin haber gozado de algo parecido a la estabilidad. Expuesto a toda clase de perversidades sexuales. Maltratado por la serie de novios sociopáticos de su madre, la única persona en la que confiaba en este mundo y a la que finalmente vio suicidarse, impotente, sumida en la pobreza y la desesperación. Una fórmula infalible para la maldad, ¿no estás de acuerdo?
– Sí.
– Y yo creí que podría tomar a ese niño y anular el peso de la injusticia. Contribuí a preparar el sistema que lo separaría de ese pasado terrorífico. Pensé que podría convertirlo en un miembro productivo de la sociedad. Ésa fue mi arrogancia, Ricky.
– ¿Y no pudo?
– No. Pero curiosamente engendré lealtad. Y quizá cierta clase de cariño. Es algo terrible y aun así fascinante, ser amado y respetado por un hombre dedicado al mal. Y así es Rumplestiltskin. Es un profesional. Un asesino consumado. Provisto de la mejor educación que podía darle. Exeter. Harvard. La facultad de derecho de Columbia. Además de un breve período en el ejército para una formación adicional. ¿Sabes lo curioso de todo esto, Ricky?
– Dígamelo.
– Su trabajo no es tan diferente del nuestro. La gente con problemas va a verlo. Le pagan bien por solucionarlos. El paciente que llega a nuestro diván está desesperado por desahogarse, lo mismo que sus clientes. Sus medios son, bueno, más inmediatos que los nuestros. Pero menos profundos.
Ricky respiraba con dificultad. Lewis sacudió la cabeza.
– ¿Y sabes qué más, Ricky? Aparte de ser muy rico, ¿sabes qué otra cualidad posee?
– ¿Cuál?
– Es implacable. -El viejo analista suspiró antes de añadir-:
Aunque quizá ya lo has comprobado. Esperó años mientras se preparaba y después persiguió a todos los que hubiesen hecho daño a su madre alguna vez y los destruyó del mismo modo que ellos hicieron con ella. En cierto sentido, supongo que podría considerarse conmovedor. El amor de un hijo. El legado de una madre. ¿Hizo mal, Ricky, por haber castigado a todas esas personas que arruinaron por malicia o por ignorancia la vida de esa mujer que se vio obligada a dejar desamparados a tres niños pequeños y necesitados en el más cruel de los mundos? Yo no lo creo, Ricky.
En absoluto. Pero si hasta los políticos más necios no cesan de decir que vivimos en una sociedad que elude las responsabilidades. ¿No es la venganza limitarse a aceptar las deudas de uno y pagarlas de otro modo? La gente que él eligió merecía un castigo. Eran personas que, como tú, habían ignorado a alguien que suplicaba ayuda.
Eso es lo que falla en nuestra profesión, Ricky. A veces queremos explicar tantas cosas, cuando la respuesta real se encuentra en una de esas…
Señaló el arma de Ricky.
– Pero ¿por qué yo? Yo no…
– Claro que sí. Fue a pedirte ayuda, desesperada, pero tú estabas demasiado ocupado decidiendo el rumbo de tu carrera y no pudiste prestarle atención y la ayuda que necesitaba. Desde luego, Ricky, una paciente que se suicida cuando la estás tratando, aunque sólo haya sido unas pocas sesiones… ¿No sientes ningún remordimiento? ¿Ninguna sensación de culpa? ¿No mereces pagar algún precio? ¿Cómo puedes ignorar que la venganza implica tanta responsabilidad como cualquier otro acto humano?
Ricky no contestó. Pasado un momento, preguntó:
– ¿Cuándo supo…?
– ¿Tu relación con mi experimento adoptado? Hacia el final de tu análisis, Y decidí ver cómo terminaría con el paso de los años.
Ricky sintió que su rabia se mezclaba con el sudor. Tenía la boca seca.
– Pero cuando fue a por mí, usted podría haberme advertido.
– ¿Traicionar a mi hijo adoptado por un ex paciente? ¿Que ni siquiera era mi favorito, además? -Estas palabras le dolieron mucho a Ricky. Aquel anciano era tan malvado como el niño que había adoptado. Quizá peor aún-. Lo consideré un acto de justicia. -El viejo analista rió en voz alta-. Pero no sabes ni la mitad, Ricky.
– ¿Cuál es la otra mitad?
– Creo que tendrás que descubrirlo por ti mismo.
– ¿Y los otros dos?
– El hombre que conoces como Merlin es abogado de verdad, y muy bueno. La mujer que conoces como Virgil es una actriz bastante prometedora. Sobre todo ahora que ya casi han acabado de atar los cabos sueltos de sus vidas. Lo otro que deberías saber es que ambos creen que fue su hermano mayor, el hombre al que tú conoces como Rumplestiltskin, quien les salvó la vida, no yo, aunque contribuí a su salvación. No; fue él quien los mantuvo juntos, quien evitó que quedaran desamparados, quien se ocupó de que estudiasen y sacaran buenas notas para después tener éxito en la vida. Hay algo que tienes que entender, aunque sea lo único: le profesan devoción. Son leales por completo al hombre que te matará. Que ya te mató una vez y que volverá a hacerlo. ¿No te parece fascinante desde el punto de vista psiquiátrico? Un hombre sin escrúpulos que genera una devoción ciega y absoluta. Un psicópata que te matará con la misma despreocupación con que podrías aplastar una araña que se cruzara en tu camino. Pero que es amado y que ama a su vez. Pero sólo los ama a ellos dos. A nadie mas. Excepto, quizás, un poquito a mí, porque le rescaté y le ayudé. Así que a lo mejor me he ganado el cariño de alguien muy leal.